Félix Población
El catedrático José María
Blanch dirigió un estudio en la Universidad
Autónoma de Barcelona en el que se demuestra que vivir en la
precariedad genera problemas de ansiedad y depresión, además de otras
consecuencias psicológicas negativas. Entre estas señala Blanch la tensión, la
insatisfacción y la sensación de injusticia por la desigualdad que se percibe
con respecto a otros trabajadores. También, un cierto resentimiento hacia la
sociedad al ver que los responsables de la crisis no pagan las consecuencias que de modo tan sangrante afectan a quienes la sufren, bien con la pérdida de trabajo, bien con un trabajo precarios. Asimismo, según ese estudio, los precarios tienen también
problemas de identidad, pues no pertenecen a un grupo laboral determinado,
pasando de repartir pizzas a fregar suelos, o de ser encuestadores a disfrazarse de chocolatinas/mascota.
Javier López Menacho ha vivido a sus 29 años las tribulaciones de un
precario y ha tenido la habilidad y la flema de contarlas sin que el resentimiento
aflore a las páginas de su libro. Ha preferido utilizar la ironía, tal como
señala el periodista y escritor Manuel Rivas en el prólogo, y un humor próximo
al esperpento, porque los oficios,
los trabajos y los chollos que se le presentan al
protagonista son una formas de espejos que deforman la humanidad. El lector se
encontrará, según Rivas, con la marea de mierda de la corrosión laboral,
diseccionada con el bisturí de la ironía e interpretada con inteligencia y
sensibilidad por quien la ha padecido.
Se calcula que dos millones de ciudadanos menores de treinta años viven en
España la situación que López Menacho refleja en su libro. No es extraño, por
lo tanto, que Yo, precario* haya tenido una buena acogida, con dos ediciones
en los dos últimos meses, y que quienes lo compren busquen quizá los mismos
efectos catárticos que el autor quiso encontrar al escribirlo, acaso para
combatir las nocivas consecuencias que según el profesor Blanch se derivan de
la precariedad laboral.
Hay dos capítulos especialmente significativos en este libro, los dos
primeros de la segunda parte (Crónicas en bicicleta), que a mi juicio resumen
la esencia de su contenido. El protagonista reparte propaganda en la calle para
una reconocida empresa de telefonía que le han contratado por siete días. Debe,
además, convencer al potencial cliente y atraerlo hasta el próximo local
comercial en donde le hará partícipe del sorteo de una bicicleta utilitaria. Todo
ello por 4,9 euros a la hora, el sueldo mínimo que jamás cobró el precario y
que al cabo de un par de jornadas comprobará que es inferior al producto de la
mendicidad de la indigente rumana que se arrodilla a su lado sobre una toalla
doblada en el asfalto. Constata así el
precario que la caridad le gana la batalla a la justicia social. La pedigüeña embarazada recaudará entre siete y diez
euros al día. "De repente me parece injusto que gane más que yo y, acto seguido, me
arrepiento de pensar así. Un pensamiento fugaz que recorre mi espina dorsal y
me anestesia el corazón. Cómo he llegado al punto en que siento envidia y celos
de un indigente es un fantasma que me atormentará los próximos días".
Para colmar ese mismo capítulo, el protagonista se encuentra con una transeúnte
que le dice: "Tengo un hijo un poco deficiente, tiene una ayuda y está en casa
sin hacer ná. Y he pensao que pa estar así, podría hacer eso que tú estas
haciendo, pa que se entretenga un rato. El precario, aun reconociendo que la
mujer no tiene la más mínima maldad, se siente ofendido. Verá, señora, con esto
me gano la vida aunque no me dé para ganármela". Así se podría describir día tras día la realidad que viven dos millones de precarios en España, nadie sabe con qué grado de consecuencias de futuro en el resentimiento social que esto genera en quienes lo sufren y lo puede seguir sufriendo durante años.
*Editorial: Libros del Lince, abril, 2013.
*Editorial: Libros del Lince, abril, 2013.
DdA, X/2.400
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