Jaime Richart
Erasmo de
Rotterdam publica en 1511 el ensayo "Stultitiae Laus", traducido al
castellano como "Elogio de la locura". Inspirado en "De triumpho
stultitiae" del italiano Faustino Perisauli, hace un elogio satírico de
las supersticiones, de la ceguera y la demencia asociadas, de las
prácticas piadosas y corruptas de la Iglesia Católica, así como de la
locura
de los pedantes (entre los que se incluye el propio Erasmo). El ensayo
termina con una sencilla exposición de los verdaderos ideales
cristianos. El autor había regresado recientemente de Roma profundamente
decepcionado y se había lamentado de la evolución que veía en la Curia
Romana.
Aparte del elogio satírico y como tema de fondo que
recorre el ensayo, Erasmo atribuye a la facilidad del individuo para
engañarse a sí mismo (la estulticia) su capacidad para soportar esta
vida descarnada. Yo mismo escribí en 1986 un opúsculo titulado "Elogio
de la hipocresía" en el que sostengo que, al igual que el autoengaño
hace más soportable a la persona la vida, la hipocresía -la diplomacia
degradada- juega un papel esencial para la paz social. Gracias a la
hipocresía y al autoengaño la sociedad ha ido distanciándose
progresivamente de la caverna y de la horda. El salvaje, ni miente ni
engaña. Sin embargo hoy, si el ser humano se engaña a sí mismo para
escapar al eventual espanto de su existencia, ya no tolera el engaño
ajeno, y menos el de políticos y clerigalla corruptos que mienten al
decir solemnemente que están ahí para mirar por su interés.
Lo que nos permite constatar el "Elogio de la
locura" es que la corrupción de la Curia no es de hoy: nació corrupta y
nunca ha dejado de ser corrupta. Lo que ha sucedido es que a lo largo de
los siglos sólo podía saberse algo (y eso entre las castas superiores)
por testimonios particulares y aislados que nunca llegaban lejos y
apenas salían de los círculos juramentados. Callar, ocultar y disimular
quienes estaban y están al tanto de lo que sucedía y sucede intramuros,
forma parte de la pompa de sus miembros, incluidos los papas. Sucede
allí lo que en todos los círculos de poder, religioso o civil,
constituido o fáctico. Pero es que ni un ápice han cambiado las cosas
desde los tiempos de Erasmo, por más que la desinformación hoy imposible
haya solapado la miseria moral, la estulticia eramista y la depravación
vaticanas. Una cosa es que no trascendiera la corrupción, y otra que no
existiese. El poder en
sí mismo, es corrupto: por acción o por omisión. Y el poder encapsulado
en el Vaticano, humano, no es excepción. La honestidad es cosa de
miembros aislados a los que el poder mantiene de distintas maneras
alejados del foco infeccioso.
Y si digo esto con rotundidad es porque no creo que
sea necesario disponer de fuentes más o menos fiables, o tener una
dilatada experiencia vital. Basta una natural intuición y un somero
conocimiento histórico y antropológico de los grupos humanos que
detentan el poder. La mayor parte de la ciudadanía despierta, lo sabe.
Nadie de quienes pasan o se hacen pasar por íntegros formando parte del
poder, se libra del estigma de la corrupción. Repito, por acción o por
omisión. El engaño y el disimulo son los soportes. En todo caso ¿cuánto,
de los que estáis leyendo esto y os consideráis íntegros, creéis que
podríais durar en los entresijos del poder, de la clase que sea, sin
constituiros en azote de la corrupción con fracaso seguro, sin ser
destruidos, sin mirar a otra parte -la otra manera ruin de ser
corrupto-, o sin huir del poder: lo que ha hecho Ratzinger?
Hay una rendija por donde puede entrar alguna brisa
que barra la corrupción. El fenómeno inédito que ha irrumpido en el
mundo, modificando profundamente los parámetros del engaño y las
posibilidades de desmontarlo: la Internet y las redes sociales que han
dado un vuelco al marco y sentido de la sociedad tradicional. El
entibado que sostiene el poder empieza a tambalearse, y debido a ello se
siente cada vez más inseguro. Y si persiste aquella disposición de
siempre del individuo para engañarse a sí mismo, a partir de un cierto
nivel de inteligencia ha desaparecido en él la tolerancia a dejarse
engañar. Y como todos hemos elevado considerablemente ese nivel
informativo e intelectivo individual y colectivamente, quienes desde el
poder civil o religioso antes practicaban el ocultismo cerrando los
canales de la información para hurtar la verdad a su antojo, hoy día
están comprobando que eso ya no les es
posible. No obstante, abrasados de codicia o de voluntad de poder, los
dirigentes vaticanistas, los dirigentes de las naciones por separado y
los prestidigitadores de las finanzas y de la economía mundial siguen
apoyándose en la estulticia eramista del ser humano. Por eso aún no se
percatan de la enorme fuerza que las masas, sin necesidad de emplear la
violencia material, empiezan a cobrar gracias a las modernas
tecnologías. Esa fuerza, frente al poder civil, se traduce en la
práctica en la protesta sin pausa, en forma de gota malaya, y frente al
poder religioso, en la deserción progresiva y masiva de los fieles.
Da la sensación de que empieza un mundo invertido;
un mundo en el que los que carecían de verdadero talento se han
infiltrado en la política para acaparar “la razón” sin posibilidad,
hasta ayer, de respuesta. Pero hoy las redes sociales les van
empequeñeciendo cada día, descubriendo poco a poco el hueso sin carne de
su estupidez. Cada vez se hace más visible que su "razón" sólo dependía
del boato y de la brutalidad de gendarmes y guardaespaldas. Pero la
"razón", ya, es patrimonio de todos y está principalmente del lado de la
ciudadanía.
Por todo ello ¿cómo es posible que en estos tiempos
no se percaten ni el Vaticano entero ni el papa saliente, de que el lujo
y la ostentación de que vienen haciendo gala durante los mil quinientos
años que tiene el catolicismo es un insulto a la humanidad doliente, a
la humanidad sensible y a la humanidad juiciosa que ya nadie soporta?
¿Cómo pueden extrañarse de que retroceda de manera escandalosa el
catolicismo? Y retrocederá más. Retrocederán su pensamiento, los
feligreses y las vocaciones. Hasta tal punto que harán absurda o
ridícula la institución. Pues, ¿no es ya una certeza cegadora que para
creer en Dios, para dialogar con Él y reconfortarse de Él, sobran los
intermediarios, el aparato de la Curia y el papado? Tras su ancestral
tendencia persecutoria de infieles y tras sus intrigas y maquinaciones
seculares dentro de los muros del Vaticano, llegan noticias de
corrupción generalizada de
varios cardenales y especialmente de los papables italianos... El
Vati-sex y la pederastia de sus clérigos son leit motiv de conductas que
ya no pueden olvidarse. No es que de repente se sepa que la Curia está
corrupta, como ha comprobado el Ratzinger intelectual, es que la Curia
siempre lo ha sido.
Concluyamos que efectivamente la estulticia nos
permite vivir sin desesperar. Más y mejor que la fe en un ser hipotético
supremo. Porque este milenio es el milenio de la “Verdad”. Y aunque
seguirán intentando engañarnos, cada día es mayor el desprecio tanto
hacia los que detentan el poder político y económico, como hacia el
religioso de la Curia vaticana. Está a punto de sentarse en su trono
"Petrus Romanus", el último papa. Y con él llega el final de los
tiempos, según uno de sus santos: San Malaquías. Amén.
DdA, IX/2322
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