Jaime Richart
La corrupción es un proceso
de descomposición de lo conforme a su naturaleza. La putrefacción es la fase
más avanzada de la corrupción, la misma naturaleza muerta. Pues bien, desde que
murió en la cama el dictador y a juzgar por las noticias que nos han ido
llegando a lo largo de los años, el partido en el gobierno nació corrupto y
siguió corrupto hasta desvelarse su estado de putrefacción. Carece de todo
sentido que los dos periódicos principales del país maquinen o inventen lo
publicado en claves de conspiración. Desde hace mucho los ciudadanos comunes
presumíamos lo ya de todos conocido.
No es necesario esperar a pruebas
grafológicas. La presunción de indignidad viene de muy lejos en el tiempo, y
ni la catadura de los políticos prescribe ni
una sentencia decide la honorabilidad de una persona o de un político.
La fama de los políticos, y con mayor razón la de los gobernantes, viene de
sus decisiones, de su capacidad para convencer y de su apariencia de
integridad. Las personas inspiramos o no confianza. La confianza ni se exige ni
impone. No basta ser honesto. Como la mujer del César, debe parecerlo. Pues bien, la historia y la trayectoria del
partido del gobierno, en el sentir de la ciudadanía actúan en contra suya. A
lo largo de estos 38 años su ejecutoria está tachonada de maquinaciones, de
engaños, de ocultaciones, de prepotencia, de torpezas, de despilfarros y de
abuso...
El proceso de corrupción del partido
propiamente dicho empieza con la fundación, con otras siglas, de una banda de
aficionados a cargo de un ministro del dictador (luego su albacea político,
Fraga Iribarne), que fue pieza clave del franquismo tardío y que se
metamorfoseó para propiciar el arranque del régimen supuestamente democrático
que sucedió a la dictadura. Los textos de la constitución y del referendo para
aprobar la monarquía fueron cosa suya. Hay que tener presente que el ejército
de entonces era más franquista que el propio tirano, y, antes de acudir a las
urnas el pueblo, marcado por 40 años de opresión, tuvo que sopesar rápidamente
la amenaza de un posible golpe de Estado si no aprobaba el caramelo envenenado
que había en la oferta de votar un texto llamado Constitución que aparentaba
significar un pacto entre el poder amorfo en aquel momento y el pueblo, por un
lado, y a un monarca elegido previamente por el dictador, por otro.
En semejante situación el trípode formado por
constitución, monarquía y democracia nacían viciadas de consentimiento. El
pueblo firmó el contrato social rousseauniano, sin poder leer la letra pequeña
que significaban las consecuencias posteriores hasta hoy de aquellas
aprobaciones, ni tener opción de abstenerse de votar que podía ser más
peligroso.
A partir de aquí los ganadores de la guerra
civil y sus herederos que durante la dictadura medraron y se enriquecieron sin
cortapisas, tomaron las posiciones clave en los planos social, económico e
institucional del nuevo marco político. Y desde entonces, con la jactancia de
los que se saben dueños de la situación y del suelo patrio y el consabido
apoyo de la iglesia nacionalcatolicista, han seguido controlando hasta hoy
mismo las bases de toda sociedad capitalista: dinero, justicia, banca, empresa
y medios. Son esos patricios los que forman ahora el grueso de la clase
gobernante en el Estado, en las Autonomías y en los municipios. Así, después
de haber reinado social, económica y empresarialmente durante la dictadura, han
vuelto a copar la mayor parte del poder que
habían detentado entonces sus padres y sus abuelos. Todos ricos y todos
situados en las esferas más altas de las instituciones; todos patricios con
apellidos que más o menos se repiten a lo largo de los siglos del poder fáctico
en España.
En tales condiciones es claro que desde el
principio, desde la mismísima génesis, ese partido llamado conservador mutado
a neoliberal ya era corrupto. Lo que
ocurre ahora es que por unas dificultosas o casuales investigaciones
practicadas por sectores de la policía y los medios principales (facilitadas
probablemente por gente del mismo partido en lucha intestina) sale a flote la
podredumbre contenida durante las dos décadas que siguieron a la primera etapa
de la toma de posiciones suya en la sociedad española; una sociedad que jamás
acaba de zafarse de los abusos y el zarandeo de caciques y de pícaros, y si no,
de pusilánimes que lo consienten incapaces de dar un paso para adoptar medidas
revolucionarias cuando, casi por suerte, se encuentran al frente del Poder.
Este es el drama de un país a la deriva plagado de patriotas que se llevan el
dinero fuera, y de renegados de la nacionalidad que ni podemos desalojar a esa
chusma que nos oprime ni tampoco abandonarlo. En suma, la desvergūenza de esa
facción en el gobierno, trufada de picaresca española y de depredación
neoliberal, hoy se comunica con la desvergūenza fascista de esa misma facción
de ayer.
La cúpula del partido clama ahora por la
transparencia y contra la corrupción. Pues hay un refrán español, tan sabio
como todos, que dice: "El primero que grita ¡al ladrón! es el
ladrón".
PUNTOS DE PÁGINA
Los
corruptos siempre responden a un determinado patrón de comportamiento.
Cuando son descubiertos niegan los hechos que se les imputan; luego
atribuyen la acusación a sus adversarios; de inmediato reciben la
solidaridad de sus respectivas organizaciones y más tarde -demasiado
tarde- se someten a la justicia que se toma la instrucción del caso y su
enjuiciamiento con plazos tan letales que la justicia, por diferida,
deja de serlo. +@José Antonio Zarzalejos
DdA, IX/2.295
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