Ana Cuevas
La
ministra Mato vino a Zaragoza en Nochebuena a traer regalos a los
pequeños ingresados en el Hospital Materno-Infantil. Como la Marea
Blanca madrileña anda convertida en un océano rebelde y turbulento
decidió probar suerte aquí, en la noble tierra aragonesa, donde nunca
andamos sobrados en cuestiones de agua.
Así que la ministra y la
presidenta Rudi forzaron su naturaleza primigénia para enfundarse el
disfraz de Mamá Nöel y que la prensa captara su empática generosidad con
las criaturas enfermas. Un acto publicitario, encaminado a demostrar
que las damas neocón también tienen su corazoncito, que quedó enturbiado
por el airado recibimiento que los trabajadores de la sanidad les
habían preparado.
Simultáneamente en otro hospital zaragozano, el Lozano
Blesa, un grupo de personas comenzaba un encierro durante toda la
Navidad a causa de la centralización y privatización de la gestión de
los laboratorios. Seguro que Luisa Fernanda le había dicho a su colega
que Zaragoza era un buen sitio para escenificar su teatrillo navideño.
Que somos un pueblo sufrido y abnegado acostumbrado a tragar carros y
carretas al que le cuesta mucho decidirse a sacar los pies del tiesto.
La cuestión es que la Rudi no contaba con que un nutrido número de
irreductibles maños estamos decididos a mandar el tiesto a hacer
puñetas.
Tenía parte de razón la presidenta. Los aragoneses somos gente
pacífica, curtida por el cierzo y el olvido institucional.
Pero hasta
la mansedumbre de un cordero puede tornarse respuesta de garras y
comillos si se abusa del escarnio. Regalar juguetes a los niños delante
de las cámaras, a la par que se minimizan sus esperanzas de vida a causa
de los recortes sanitarios, es una iniquidad propia de Cruella de Vil.
Otro infame agravio que sumar a la interminable lista que padece la
ciudadanía de parte de este gobierno. Nos están cubriendo tanto de
basura que han conseguido que se estén obrando maravillas. Como el
milagro de que, en esta tierra de secano y conformismo, esté naciendo un
mar con vocación de tsunami.
La Marea Blanca está subiendo. La Sanidad
nos toca a todos muy de cerca. Hay cosas tan sagradas, como la salud de
los hijos, que están por encima de su mayoría absoluta. Al traspasar
estás líneas, la legitimidad que les infieren las urnas ha saltado por
los aires.
No se puede gobernar al pueblo contra al pueblo. Al menos, en
lo que se define como una democracia.
Las Mareas de todos los colores
son las enseñas con las que nos identificamos los rebeldes. Olas que se
nutren de ríos humanos que no aceptan el expolio. Que crecen y empiezan a
organizarse en un frente de aguas bravas. Señores y señoras del
gobierno: Vayan preparando sus zodiacs y sus salvavidas. Hasta en Los
Monegros, está subiendo peligrosamente la Marea.
DdA, IX/2.263
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