Félix Población
El mismo día en que Franco dio por cautivo y desarmado al ejército rojo
y puso punto final a la guerra, 1 de abril de 1939, la Asociación
Católica Nacional de Propagandistas, organismo al que la dictadura debe
su matriz nacional-católica, publicó el primer número del semanario Redención.
Editado al principio en Vitoria, en la sede del Servicio Nacional de
Prisiones, ese periódico fue el órgano oficial del Patronato de
Redención de Penas por el Trabajo. Dirigido exclusivamente a los presos
políticos y a quienes tuvieran alguna relación con ellos, su objetivo
era redimir espiritualmente a quienes, en palabras del dictador, eran unos elementos dañados, pervertidos, envenenados política y moralmente.
Además de unos fines manifiestamente adoctrinadores entre la numerosa
población reclusa, la publicación tenía por objetivo servir de
herramienta propagandística del régimen, pues cuanto se difundía desde
sus páginas se promocionaba como una labor patriótica ejemplar, que para
nada se correspondía con la muy amarga y cruel realidad que se vivía en
los presididos, donde no pocos internos perdieron la vida en los
primeros años de la posguerra.
El periódico tenía como director a un antiguo redactor del diario El Debate
y estaba redactado por los presos, “formando parte de ellos -según
cuenta José Rodríguez Vega, secretario general de la UGT entonces- un
equipo de periodistas que, con más miedo que dignidad, se avenían a
denostar desde las columnas del semanario lo que habían defendido
durante la guerra. Virtualmente el director era Cabezas, un buen
escritor español, redactor jefe de Avance, de Oviedo, diario
socialista. Estaba condenado a muerte, pena a la que con muy pocas
excepciones eran condenados los periodistas de aquel periodo. El ansia
de conservar la vida le hacía humillarse todas la semanas en elogio de
Franco y del nuevo régimen para hacer méritos y escapar a la temida
ejecución”. Otros periodistas, los más, se negaron a colaborar en el
semanario.
Una sección frecuente en Redención era la de poesía, género
del que también se sirvieron algunos reclusos para honrar al nuevo
régimen o a la religión católica que le había prestado palio y preces.
Con una selección de poemas del primer año de publicación, José María
Sánchez de Muniaín (1909-1981), catedrático de Estética y promotor de la
poesía como materia de redención, publicó en 1940 un libro titulado Musa redimida: poesía de los presos en la Nueva España,
editado en los Talleres Penitenciarios de Alcalá de Henares. La tirada
fue de nada menos que 30.000 ejemplares, algo insólito habida cuenta el
género del que se trataba, y el ejemplar constaba de un total de 86
poemas de 41 autores, clasificados en tres temas: religiosos, la Patria y varios.
En el prólogo hace alusión Sánchez de Muniaín al primer número del semanario Redención, en cuya portada aparecía esta magnánima consigna de Franco sobre una fotografía del dictador: Yo quiero ser el Caudillo de todos los españoles. La edición del libro pretendía salir el paso -en palabras del prologuista- a quienes, ingenua o malévolamente, podría creer que la poesía y los poetas de España estaban encadenados.
“Cuando un pueblo, o la Cristiandad entera -afirma-, se han encontrado a
sí mismos en un glorioso destino universal, único vértice de todos los
intereses particulares, surgen los poetas”. Al Patronato de Redención de
Penas, aseguraba a continuación, le ha cabido la bella tarea de acercar las brasas del amor patrio a tantos pechos ateridos. Un valioso estímulo para la inspiración de los autores, en opinión de Sánchez de Muniaín, ha sido sin duda la soledad sonora del maravilloso mundo interior.
Pretendía el mentado catedrático de Estética que los presos
recapacitaran en la solemnidad y grandeza de la hora en que sus versos
fueron publicados, verano de 1940. “La fecha puede resonar con majestad
en los años venideros -vaticina-. España está en ocasión propincua de
volver a ser instrumento de la Providencia: evangelizadora, redentora de
pueblos, pimpollo de la cristiandad. Somos envidia de las gentes, y nos
guía la espada más limpia de los siglos modernos. Esto no es
fanfarronada, sino verdad certísima”. Finalmente, José María Sánchez de Muniaín estimulaba a los reclusos de esta guisa: “Sentíos españoles y
conquistad la libertad física mediante la del espíritu, pensando que la
libertad del alma está en el ejercicio del bien. Lograda ésta, aquélla
vendrá por añadidura. Entonces serán las bodas de España, celebrando su
unidad, libertad y grandeza”.
En una de esas cárceles, la de Alicante, fallecería enfermo y
aterido, el 28 de marzo de 1942, uno de los poetas reclusos cuya obra
vive entre nosotros y cuya condena a muerte no ha sido anulada
recientemente -tal como reclamó su familia- por el Tribunal
Constitucional. Esa condena se dictó en 1940, el mismo año en que
Sánchez de Muniaín daba a la propaganda su Musa redimida. Cuentan que a Hernández, en su lecho de muerte, nadie le pudo cerrar los ojos, y así escribió Aleixandre: No
lo sé. Fue sin música. /Sus grandes ojos azules/ abiertos se quedaron
bajo el vacío ignorante, /cielo de losa oscura, /masa total que lenta
desciende y te aboveda, / cuerpo tú solo, inmenso, / único hoy en la
Tierra, /que contigo apretado por los soles escapa.
*Artículo publicado hoy en el diario Público.es
+@Miguel Hernández vive, a pesar del olvido y la impunidad
+@Miguel Hernández vive, a pesar del olvido y la impunidad
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