Adolfo Muñoz
El movimiento 15-M ha hecho comprender a mucha gente que los políticos a los que votamos no tienen poder alguno, que el poder es económico. Eso es correcto, pero hay que aclarar que se trata de un “poder de los mercados”, no de personas concretas. Moisés Naím se pregunta (“El fin del poder” en El País, 28-VII-2012) qué tienen en común el calentamiento global, la crisis en la Eurozona y las masacres en Siria. Respuesta: “Que nadie tiene el poder de detenerlos.”
“Es como ver una película a cámara lenta, en la que un autobús lleno de pasajeros corre hacia el precipicio y su conductor no frena ni cambia de dirección. El problema es que somos los protagonistas de esa película (...) Pero mi metáfora es defectuosa. Supone que hay un conductor, y que los frenos y el volante del autobús funcionan. Sobre todo, supone que hay un conductor con el poder de frenar o de cambiar de rumbo. Basta con que lo quiera hacer. Pero resulta que no es así.” Un poco después, Naím completa su metáfora explicando que lo que hay son demasiados conductores.
Hay muchos conductores, y a lo que aspira cada uno es tan solo a ocupar el sillón del conductor y echar mano al volante. No es que después tenga la intención de virar hacia ningún lado. Aspira a ocupar el asiento. Entre otras cosas, porque no le dejarían hacer nada más.
Esto tiene algo que ver con el que considero el problema fundamental de nuestro mundo moderno: el hecho de que, por no haber reducido la jornada laboral, el empleo se ha convertido en un bien escaso. El privilegiado que cuenta con un trabajo, cuenta ante todo con un puesto de trabajo. Su mayor preocupación consiste en conservarlo. No en hacer algo productivo, satisfactorio, útil o simplemente bello; sino en conservar su puesto. El puesto de trabajo no es un medio con el que hacer cosas, sino que, con su corolario el sueldo, se constituye en fin. Pero el que vive en esta situación carece de libertad, y el poder no es sino libertad para ejercer el cargo.
Dos frases se pusieron de moda en los dos últimos decenios para expresar esto: “El que se mueve no sale en la foto” (en tiempos de F. González) y “No hablan porque tienen la boca llena” (en época de J. M. Aznar).
Y todo esto tiene a su vez que ver con nuestra crisis moral. Al principio de esta serie relacioné la crisis moral con la escasez de trabajo. La moral pasa a ser un lujo cuando lo único que importa es conseguir un puesto de trabajo y conservarlo. La moral le dice al cargo qué es lo que debería hacer si tuviera poder. Pero él sabe que solo conservará el cargo mientras renuncie a la moral. Por eso el poder ya no existe.
*18º artículo de El instante: reflexiones sobre la crisis
DdA, IX/2.209
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