lunes, 10 de septiembre de 2012

TERAPIA DE CHOQUE PARA NUESTROS DIRIGENTES



Antonio Aramayona


Hoy no quiero que los gobernantes y los dirigentes en cada estrato de eso llamado “Estado” se identifiquen mental o afectivamente con la gente del pueblo y sus problemas o compartan con ella sus cuitas e inquietudes (eso es “empatía” o, yendo a las raíces, “simpatía”). Hoy deseo solo que padezcan en su propia carne los problemas y la situación real de muchos ciudadanos (eso indica el sufijo “-patía”).

Parece cruel, pero es la única terapia de choque de la que –seamos optimistas- aún pudieren aprender algo: deseo que todos los gobernantes y dirigentes en cada estrato de eso llamado “Estado (dejemos, de momento, al margen a sus hijos, padres, madres, hermanos y consortes) padezcan irremisiblemente por un mes una minusvalía física o psíquica que les impida desenvolverse en la vida como hasta ese momento les ha sido habitual, para después observar cuál sería su propuesta urgente de ley en el primer pleno del Congreso, Senado, autonómico o municipal al que asistieren.

Deseo que pasen otro mes necesitando ayuda día y noche de otra persona para vestirse, lavarse, comprar, cocinar, comer o asearse. Después, les preguntaría si quieren destinar el dinero a sanear la banca o a hacer efectiva la ley de dependencia.

Deseo que durante un mes sientan morirse de frío y de calor, de chinches y piojos, del olor hediondo de unos cartones donde se guarecen por las noches, de hambre y melancolía, y que la gente se aparte de ellos cuando pasen por su lado. Deseo también que unos guardias y un mandado les hayan desahuciado por no poder pagar la hipoteca y echado de sus casas, no teniendo donde caerse muertos bajo cubierto. Pasado el mes, quisiera saber qué opinión les merece que en su país haya más de seis millones de viviendas vacías. De paso, les preguntaría también si seguirán viajando, comiendo y cenando, no precisamente de menú barato, con cargo a la tarjeta oficial y al dinero de todos mientras un nutrido número de ciudadanos no puede pagar el alquiler, la luz, la contribución, la comida de la familia o los zapatos de sus hijos.

Quisiera que vivieran un mes en un poblado subsahariano viendo cómo diariamente mueren niños, ancianos y vecinos de hambre y de miseria, preguntándose si también a ellos va a mirarles pronto la muerte directamente a los ojos. Después pasarían unos minutos reflexionando sobre los aviones de combate y los superblindados o sus coches y sus despachos oficiales, así como sobre la necesidad de imponer incondicionalmente una tasa a todas las transacciones financieras.

Deseo que pasen un curso entero dentro de un aula cualquiera, aburriéndose como ostras, con el solo temor de suspender, la sola meta de superar un examen, el solo premio de una calificación y el solo propósito de pasar lo más desapercibido posible. Deseo que escuchen después que da igual veinticinco que treinta y ocho alumnos en el aula o que el centro cuenta con menos profesorado por falta de dinero. Deseo que tengan una enfermedad grave que les deje muchas noches sin dormir, y que el hospital no pueda atenderles hasta unos cuantos meses después porque se ha recortado el presupuesto y el personal sanitario. Deseo que se vean ancianos y los jubilen con una pensión de 650 euros. Al cabo de treinta días, los despertaré, quizá momentáneamente, de esa pesadilla y les invitaré a que hablen sobre sanidad pública, educación pública y servicios públicos básicos.

Deseo que un día los saquen de sus despachos y les comuniquen que no vuelvan al día siguiente, pues están despedidos. Sin tarjetas, coches oficiales, catering, sueldo, prebendas y privilegios. En el mejor de los casos, percibirán 45 días por año de indemnización y tendrán derecho a engrosar las filas de parados en la oficina de desempleo, pero se les rogará comprensión y patriotismo, pues se trata solo de modernizar y flexibilizar el mercado laboral. Mientras esperan a que les toque el turno en la fila, podrán meditar sobre la última reforma laboral perpetrada por el Gobierno, a la vez que limpian montes quemados.

Conozco gobernantes y dirigentes honrados y responsables, pero solo exijo ya que de entre todos ellos surja únicamente un volcán de rebelión donde vindiquen junto con todo el pueblo un mundo de igualdad y libertad, donde la sanidad, la educación, los medios de producción y financiación sean del pueblo y para el pueblo, donde los emigrantes que llegan a un islote sean llevados a una de tantas mansiones vacías o mal empleadas, por ejemplo, de Puerto Banús.

Deseo que nuestros gobernantes y dirigentes encabecen una revolución (interior y social) o abandonen inmediatamente, por las buenas o por las menos buenas, sus cargos. Deseo que, como dice Benedetti, se comprometan a lo que sea y hasta las cachas con su pueblo y estando con la gente a su lado se den ya por bien retribuidos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Es una propuesta interesante. Si hubiera algunos políticos y dirigentes que, por salvaguardar los principios en los que dicen creer, se negaran a votar y secundar a sus líderes partidarios, crearían la primera fractura en la estructura que nos oprime.
Por supuesto que sufrirían escarnio y venganza, y que ya sus partidos los apartarían como leprosos, pero estoy seguro de que hallarían cobijo en otras estructuras, y además habrían ganado la paz de su conciencia y el reconocimiento social.
Lo único que los atenaza es el miedo a ser diferentes y a arriesgarse a ser iguales al resto de la sociedad, sufriendo en su propia carne lo que han contribuido a construir con su miedo.

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