lunes, 6 de agosto de 2012

PELÍCULA DE LA INAUGURACIÓN OLÍMPICA DE LONDRES



Camilo José Cela Conde


Ninguna de las personas a las que acerté a preguntar tuvo buenas palabras acerca del conjunto de la ceremonia inaugural de los juegos olímpicos, ese espectáculo ideado y dirigido por Danny Boyle a la mayor gloria de la identidad británica. Los más confesaron su aburrimiento reconociendo que les había sido imposible aguantar las cuatro horas del espectáculo, cosa que cabe entender y entra en el terreno de lo previsible. Semejantes excesos dan para un ratito de atención y poco más. Pero sucede que Boyle había anunciado su intención de plantear la obra como si se tratase de una película y, siendo así, parece obligado el quedarse hasta el final. No se puede decir que uno ha visto Lo que el viento se llevó sin haber hecho otra cosa que echarle un vistazo a las orejas de Rhett Butler.

Como no vi ni uno solo minuto del primer acto de las olimpiadas, me quedé con la curiosidad de saber de qué iba la película de Boyle. Por fortuna, los críticos de la prensa y de la radio me sacaron de dudas. Es curioso ese sesgo que existe entre la opinión de la calle y el mismo comentario pero pasado por el filtro de un medio de comunicación. Imagino que los programas de la telebasura retratarán al pie de la letra lo que piensa la gente de a pie —aquella dispuesta a participar o, al menos, a ver esos reñideros de gallos— pero lo que podríamos llamar la opinión institucionalizada de un programa o un periódico serio coincidió en calificar la ceremonia de Londres como magnífica.

Bueno, vale, pero ¿y la película? ¿De qué iba? Parece que del ombligo británico que, habida cuenta de que Londres es la única capital de todo el mundo que ha albergado por tres veces los juegos olímpicos, podría darse por el ombligo universal. Pero con sus particularidades. Así sucede con la revolución industrial, objeto del análisis de Karl Marx respecto de lo que sucedió al transformarse los campesinos en proletarios, que tuvo su primer episodio en el Reino Unido para convertirse luego en paradigma de todos los países a los que llamamos avanzados y cuyo avance se logró por medio de ese proceso de industrialización.

Tal vez por aquello de dar una de cal y otra de arena, el director Boyle incluyó en su guión un homenaje al sistema público de salud de Gran Bretaña, tenido por modélico hasta que Margaret Thatcher se lo cargó. La Dama de Hierro es hoy un personaje también de película; uno de esos que salen ganando mucho al pasar a la pantalla. Al oír eso del homenaje a la sanidad británica —con un caritativo manto de silencio hacia la primera ministra que lo dejó en lo que es hoy— me dio por pensar en el otro sistema público de salud que fue objeto de admiración universal. El del reino de España. Anda éste, como se sabe, en proceso de desmantelamiento y con pocas probabilidades de ser homenajeado en los prolegómenos de una olimpiada. Confiemos en que por lo menos los propios españoles lloremos su pérdida. Porque eso sí que es muy serio, y no la eliminación del equipo olímpico de fútbol.

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