sábado, 4 de agosto de 2012

DE HENRY FORD A GOLDMAN SACHS*



Adolfo Muñoz


El 1 de octubre de 1908 apareció en el mercado el Ford T.Pocos años después, millones de estadounidenses habían aprendido a conducir en él. Esto era parte de una revolución en el funcionamiento del capitalismo. Para abaratar costes, el Ford T se había creado mediante la producción en cadena.

Pero había aún algo más peculiar que eso: el abaratamiento de costes no se había extendido a los salarios de los trabajadores. De hecho, los obreros de Henry Ford eran los mejor pagados. Cobraban aproximadamente el doble que los obreros de otras fábricas del ramo. Y esto formaba parte del proyecto de Henry Ford. De nada sirve producir automóviles baratos si uno no tiene a quién vendérselos. A Henry Ford se le ocurrió la idea de vendérselos a sus propios empleados.

Con su salario de cinco dólares al día, y sus cuarenta horas de trabajo a la semana, los empleados de Ford podían comprarse un Ford T destinando al mismo el salario de tan solo medio año, y contaban con el weekend libre para llevárselo por ahí de excursión. Había empezado la sociedad de consumo, basada en los salarios elevados. El trabajador compra y el empresario vende. Todos felices.

¿Por qué las cosas no van ahora por ahí? Bueno: hay una pieza rota en el engranaje de Henry Ford. El universo de los clientes es superior al conjunto de los empleados que fabrican el producto. Se trata de dos conjuntos muy diferentes en tamaño: uno pequeñito, el de los trabajadores propios; y otro muy grande, el de los clientes. Qué bien (podemos pensar), aún hay muchos más clientes a los que vender el producto, aparte de los propios trabajadores que lo fabrican.

Pues no: la competencia obliga a reducir los costes. Ya no se trata, como en el caso de Henry Ford, de bajar el precio hasta el punto de que el propio trabajador pueda comprarlo, sino de ponerlo por debajo de los productos de la competencia. Así que no hay más remedio que pagar a los trabajadores lo menos posible. El problema es que la competencia también rebaja sus costes, incluido el salario de los obreros, con lo cual el universo de clientes se empobrece. Se hace necesario reducir aún más los costes, y se origina un círculo vicioso.

La cosa llega hasta tal punto que el universo de clientes pasa hambre, y entonces el empresario cierra la fábrica y se pasa a jugar en Bolsa, donde es mucho más fácil hacerse rico de la noche a la mañana, ya no contribuyendo a crear riqueza, sino especulando con ella. Los mercados financieros no manchan las manos. Uno puede apostar contra un país o contra el precio de los cereales, con tres gestos de la mano puede ganar más dinero que un trabajador trabajando cien millones de años. De un minuto para otro, puede impulsar el precio de los cereales y provocar una hambruna. Pero eso no tiene entrada en los libros de contabilidad.

*Octavo articulo de la serie El instante: reflexiones sobre la crisis

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