Harriet Sherwood
La celda es apenas más ancha que el delgado y sucio colchón que cubre el suelo. Detrás de un muro bajo de hormigón hay un retrete de cuclillas, cuyo hedor no tiene escapatoria al no haber ventana en la celda. Las ásperas paredes de hormigón disuaden a los niños de apoyarse ociosamente y la luz constante impide el sueño. Sólo la entrega de la comida por la rendija en la parte inferior de la puerta marca el tiempo y separa el día de la noche.
Es la celda 36 en las profundidades de la prisión Al Jalame, al norte de Israel. Es uno del puñado de celdas donde se aíslan a los niños palestinos durante días o semanas. Un menor de 16 años alegó que se le había encerrado en la celda 36 durante 65 días. La única escapatoria es la visita a la sala de interrogatorios donde se encadena a los niños a una silla con grilletes en pies y manos mientras se les interroga, algunas veces durante horas.
A la mayoría se les acusa de tirar piedras a los soldados o a los colonos; a otros de lanzar cócteles Molotov; y a algunos de delitos más graves, tales como tener vínculos con organizaciones militantes o de utilizar armas. También se les saca información sobre las actividades y simpatías de sus compañeros de clase, familiares y vecinos.
Al principio casi todos niegan las acusaciones. La mayoría dice que se les ha amenazado; algunos informan de violencia física. El abuso verbal, tal como “eres un perro, un hijo de puta”, es común. Muchos sufren de agotamiento por falta de sueño. Día tras día se les encadena a la silla para luego devolverlos a la celda de aislamiento. Al final, muchos firman declaraciones bajo coacción.
Estas alegaciones y descripciones proceden de declaraciones juradas proporcionadas por menores a una organización internacional de derechos humanos y de entrevistas realizadas por The Guardian. Otras celdas en las cárceles de Al Jalame y Petah Tikva también se utilizan para aislamiento, pero la celda 36 es la que más se cita en los testimonios.
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