Olga Larrazabal
Puedo comenzar la historia diciendo: “Había una vez, en un hermoso lugar tropical llamado El Salvador, un grupo de curas católicos que creyeron que ser cristianos iba un poco más allá de los rituales y devociones. O quizás mejor : Érase una vez un pequeño y hermoso país tropical, que tuvo una historia de conquista en la cual sus habitantes quedaron sumidos en la pobreza y la falta de oportunidades. Los conquistadores de este pequeño país trajeron una nueva religión, y una de las órdenes religiosas, los jesuitas, instaló una comunidad. Esta comunidad, que llegó de los países conquistadores con idea de ser santos, al estilo conquistador me imagino, se vio confrontada a la pobreza del país. Y como eran hombres decentes y con el corazón bien puesto, al ir aumentando en estudios, se dieron cuenta de que todos sus conocimientos intelectuales eran paja molida, si no contribuían a ayudar a los pobres y perseguidos del país.
De modo que esa misma energía que tuvieron al enrolarse de santos, la aplicaron a tratar de comprender la realidad mísera de este pueblo y sus causas, creando una Universidad, la UCA. Y no pudieron quedarse en elucubraciones filosóficas ya que la guerra estalló, se confundieron los conflictos nacionales con los intereses internacionales, y se desató un sistema de masacres colectivas fuera de cualquier racionalidad, en la que escogieron tomar parte y no arrancar de vuelta a Europa.
Así, en aras de la decencia, estos religiosos intervinieron defendiendo a los perseguidos, denunciando lo que sucedía en su país con todos los medios a su alcance, usando el púlpito para pedirle a los masacradores que no obedecieran órdenes asesinas.
Rutilio Grande S.J. fue el primero asesinado en 1977 lo que incendió el espíritu de Monseñor Romero, que en 1980 murió acribillado por el sicario de un político y militar con nombre y apellido, en el altar donde oficiaba su rito religioso, después de pedir públicamente que cesara la represión. También le había pedido a la jerarquía de su iglesia en Roma, apoyo moral de su conducta, lo que le fue negado ya que el papa polaco tenía su corazón puesto en la guerra fría, y no comprendió que lo que sucedía en Polonia no era asimilable a América Latina.
A la muerte del Arzobispo, estos hombres que formaban una comunidad humana religiosa e intelectual, continuaron su labor durante nueve años, a pesar del desamparo en que los dejó la jerarquía, no de su congregación, sino de su iglesia, y en medio de una guerra desatada, en que participaban facciones políticas del país, campesinos indefensos a los que masacraban periódicamente, y Estados Unidos, que proveía de adiestramiento militar, armas y dinero a una de las facciones.
Estos curas católicos, pusieron el evangelio en el contexto de América Latina y claramente asumieron una postura que llamaba las cosas por su nombre, en un país acostumbrado a los intereses creados, y a los eufemismos y mentiras de un puñado de ricos. Fueron víctimas inocentes de la Guerra Fría inventada por USA, y que fue llevada al sur del río Grande.
En 1989, el 16 de Noviembre, el Batallón Atlacatl de la Guardia Nacional del Salvador, recién graduados algunos de sus jefes en la Escuela de las Américas, entra a la Universidad de Centroamérica, José Simeón Cañas, a las habitaciones privadas de los jesuitas, en una supuesta revisión para buscar armas a la una de la madrugada, y asesinaron a dos mujeres que se habían refugiado en el edificio, por el hecho de ser testigos del asesinato de seis jesuitas que fueron masacrados en el mismo acto.
La acción no fue una locura momentánea de unos soldados, sino un acto premeditado en que se buscaba asesinar a los jesuitas con nombre y apellido, ya que para la lógica simple y binaria del imperio, ellos eran enemigos. Eran intelectuales, que no veían el mundo en blanco y negro, como lo ordenan los manuales militares y que además no justificaban los medios usados que dejaban al pueblo como eterno perdedor víctima día a día de una represión sangrienta e injustificada.
La excusa de los militares para masacrar al pueblo era que le daban comida o protección a los de la guerrilla. Y con ese pretexto hicieron matanzas de miles de personas con una crueldad satánica. Así murieron masacrados el Rector Ignacio Ellacuría (1) filósofo connotado, que en forma osada siempre llamó las cosas por su nombre; Ignacio Martín-Baró Psicólogo Social con conexiones en Chile en las facultades de Psicología, Segundo Montes, Fundador del Instituto de Derechos Humanos, Amando López, Rector de Universidades y Seminarios, Juán Ramón Moreno, Teólogo, Maestro de Novicios y Joaquín López, director de la Obra social “Fe y Alegría”.
Julia Elba, la cocinera y esposa del jardinero y su hija de 15 años, Celina, aterradas por una incursión militar que tuvo lugar días antes, dejaron su habitación, y pidieron quedarse en el recinto jesuita, que supusieron era más seguro para ellas.
Solamente se escaparon dos jesuitas, que también tenían ahí su dormitorio. Uno de ellos que días antes se había refugiado en otro lugar, y Jon Sobrino, el teólogo que estaba en Tailandia dando conferencias sobre la Teología de la Liberación, en reemplazo de Leonardo Böff, y que encabezaba con Ellacuría la lista de los que debían ser eliminados.
El Padre Sobrino ha dedicado su vida y obra a mantener la memoria de los asesinados y el “por qué” murieron. Porque su muerte no fue como la de las inocentes mujeres, un acto al azar. Fue por su vocación, por su modo de entender el evangelio, por su fidelidad a la causa de Jesús. Y esa fidelidad a la causa de Jesús es la orientación que tiene la UCA para seguir funcionando. La causa del amor al otro y la causa de la justicia, que es en el fondo la causa de la humanidad de los seres humanos, del cual Jesús fue su gran profeta.
En Marzo de este año estuve en El Salvador, y tuve el privilegio de asistir a una sesión de un Tribunal Internacional de Justicia Restaurativa en la Parroquia de Arcatao en Chalatenango, cerca de la frontera con Nicaragua. Este tribunal formado por juristas internacionales, se está reuniendo hace varios años por una iniciativa del Instituto de Derechos Humanos de la UCA, para escuchar a las víctimas de la guerra y de las masacres, para que puedan exponer sus casos públicamente, compartir su dolor y pedir justicia. Las sesiones de estos tribunales son parte del Festival Verdad que presenta cada año la UCA, y que corresponde al legado que ha quedado en la Universidad del espíritu de los mártires. Me tocó escuchar el caso del actual alcalde del pueblo, cuya madre con otras mujeres de la familia fueron asesinadas, despellejadas y atravesadas en crucifixión contra un poste, solamente por el hecho de estar ahí, en el campo, no sé si buscando agua o lavando, cuando pasaron los soldados.
Este es el clima de horror que deshumaniza a los seres humanos, el de matar por matar, el de ejercer la crueldad por gusto convirtiendo al prójimo en objetos, no en personas. Hubo masacres colectivas famosas como las de El Sumpul y El Mozote y otras que dejaron un saldo de 75.000 muertos de la guerra y un país desarticulado que todavía no se repone. (2)
Ahora, después de 22 años salió una condena contra los militares asesinos, que posteriormente, leo, fue revocada por la Corte Suprema del Salvador y los liberaron en aras de que : “el hecho ya ha sido juzgado, que ya prescribió, que la Ley de Amnistía impide cualquier juicio, que la Audiencia Nacional de España no tiene competencia y que el caso supone abrir las heridas del pasado.” Además, los autores intelectuales, “las más altas autoridades de la Fuerza Armada de aquel momento, los que planificaron y ordenaron la masacre, los que en su momento también fueron señalados por la Comisión de la Verdad como responsables de aquel horrendo crimen, nunca han sido sentados en el banquillo de los acusados”.
Así vemos la historia de diez mártires salvadoreños, pertenecientes a la Iglesia Católica, que a pesar de haber sido tan prolífica en beatificar personas de conductas bastante dudosas, pero políticamente redituables, ha evitado hacerse cargo de los mártires del Salvador. Y los tribunales humanos han evitado ejercer la justicia, porque seguramente los asesinos y los que dieron las órdenes ya ni se acuerdan, y andan por el mundo de tranquilos abuelitos.
Ahora el país tiene otros flagelos como dura herencia de 15 años de guerra, las maras, pandillas de bandidos, la pobreza que sigue rampante, la migración a USA que es inestable y trae una influencia cultural que no me atrevo a calificar, los bancos que se ven en todas las esquinas igual que las grandes cadenas de supermercados y el uso del dólar como moneda oficial, que encarece todos los productos.
Cuando el tiempo borre los nombres de obispos, cardenales y papas, los nombres de estos hombres de honor y bien, seguirán siendo mencionados como ejemplo, y nadie podrá entrar a explicar claramente por qué su iglesia no los reconoció, y sentirán vergüenza y quizás, como de costumbre, pedirán perdón públicamente, en forma oficial, con un atraso de 400 años. Pero quedarán todos los documentos escritos por sus amigos que año a año, durante 22 años han conmemorado su asesinato con un Festival de la Verdad, con un Tribunal de Justicia, aunque no sea vinculante, con una Universidad que tiene médicos encargados de trabajar en la salud mental de las víctimas y de sus hijos, y así mantiene vigente la obra por la cual murieron.
Me encantaría decir que aquí acaba la historia y que todo salió bien, pero no es así. Es triste que la iglesia no valide a sus mártires, pero más triste es que nosotros, el género humano, no aprendamos nada de la historia y volvamos a repetir el cuento aquí en América, en África, quizás en Asia, siempre con guiones parecidos, y nos dejemos influir y no sepamos decir que NO, cuando nos dan una orden absurda, la de matar a nuestro prójimo.
(1) http://www.euskonews.com/0465zbk/kosmo46501es.html
http://www.euskonews.com/0466zbk/kosmo46601es.html
(2) http://es.wikipedia.org/wiki/V%C3%ADctimas_de_la_Guerra_Civil_de_El_Salvador
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