Fernando Buen Abad
Una de las más recurrentes infamias descalificadoras, usadas por la derecha mundial -y no pocos de cierta izquierda-, consiste acusar de “asalariado” a cualquier intelectual revolucionario que les resulte non grato. Pretenden que, por percibir un pago, (muchas veces inexistente) el pensamiento progresista vale nada. En boca de la burguesía ese razonamiento contiene la lógica de que lo “asalariado” –en el enemigo de clase- es igual a indigno, mendaz, sospechoso, servil y otras condenas peyorativas. El salario en las fronteras de lo ético. Marx dice, por ejemplo, “el escritor queda sometido así al más espantoso de los terrorismos, al tribunal de la sospecha...” www.compoliticas.org/redes/pdf/redes1/15.pdf. Una canallada que puede ensuciar a cualquiera.
No faltan los despistados convencidos de que la “cultura”, la “inteligencia”, la “erudición”… no pueden ser ensuciadas con la mancha del dinero y que, por lo tanto, los conferencistas, los escritores, los profesores… deberían trabajar “por amor al arte”, es decir, gratis o culpígenos. Tampoco son infrecuentes las más inefables decepciones, de cierto “público”, cuando se entera de que tal o cual intelectual, se permite fijar un monto salarial por el trabajo que desempeña. Más de una persona se siente traicionada, o se siente herida en cierto amor propio raro, si se entera de que detrás del intelectual, del conferencista o del catedrático… está un trabajador que necesita, y pide, pago por su trabajo. ¿Es esto una exageración? Quizá, pero de que los hay… los hay. Temas tabú.
Contra los “intelectuales”, especialmente contra los más comprometidos con las luchas emancipadoras de los pueblos, el dedo flamígero del ascetismo hipócrita descarga sus llamas más inclementes porque le resulta inaceptable que los revolucionarios perciban un sueldo y más inaceptable si, incluso, son intelectuales coprotagonistas de una o más batallas anticapitalistas. La trampa de los calumniadores, o de los ofendidos, consiste en tergiversar todo para confundir el sueldo (por un trabajo nada sencillo) con la vendimia mercenaria de las ideas. Confundir, de manera inocente o malintencionada, el trabajo intelectual honesto con el trabajo del intelectual mercenario. Y la frontera no es tan delgada. Las trampas y las traiciones son muchas. Y si de auditar se trata, audítense todos… todos y públicamente.
Para más señas puede uno asomarse al catálogo de vilipendios con que se despachan los intelectuales, serviles a la ideología de la clase dominante, cuando erupciona su encono contra un intelectual de izquierda. Nada aglutina mejor el compendio de sus odios, nada amalgama mejor las iras y la repugnancia de clase, como la sentencia pontificia: “¡¡¡es un intelectual asalariado!!!” como si con eso lograse descargar la furia de los cielos burgueses y con eso quemara al “asalariado” en la leña pública de la proscripción eterna. Tal deporte de las calumnias monetarias contra los revolucionarios se practica con desparpajo en todos los cenáculos cortesanos de terratenientes, académicos, empresarios, banqueros, clérigos y burócratas… no obstante el porcentaje real de intelectuales revolucionarios, que logra obtener un pago por su chamba, es frecuentemente muy escaso. El porcentaje y el salario.
El “producto del trabajo” intelectual, especialmente del trabajo honesto, que se realiza conscientemente (y alegremente) comprometido con la verdad social y con los intereses de la clase trabajadora, como una objetivación del esfuerzo frente a las de las necesidades de conocimientos, en sus muy diversas variedades, no sólo merece contar con un salario sino que exige dignificación social y garantía de expansión y profundización. Ningún payaso, por más larga que tenga la lengua de su hipocresía puritana y fachadista, puede descalificar la jerarquía científica y política de un intelectual revolucionario por el hecho, absolutamente legítimo y legal, de que perciba por su trabajo un sueldo digno y sea capaz de hacer transparente las cuentas de su manutención honestamente.
Saquemos cuentas. Ninguno de los lebreles, contratados por las oligarquías para fabricar calumnias, tiene estatura moral, ni ética, para opacar la obra y la lucha científica de un trabajador de las ideas revolucionarias. Muchos intelectuales honestos, muchos profesores y críticos con obras indispensables y de envergadura revolucionaria diversa, han sido ofendidos y calumniados, histórica e impunemente, desde la hipocresía de las cloacas ideológicas y desde el servilismo ilustrado. Los comerciantes de la saliva ponzoñosa han gritado escandalizados, han vociferado histéricos y han derramado torrentes de tintas plañideras, en público y en privado, a la cara o por las espaldas, porque algún intelectual revolucionario recibe un pago por su trabajo. Gritan y desesperan desde el Everest de su mediocridad mientras, con celo núbil, atesoran, mansamente y “tan callando”, ese dinerito dulce que su patrón les desliza, socarrón, entre los escombros de su dignidad. Sin chistar. http://universidaddelafilosofia.blogspot.com/
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