martes, 12 de julio de 2011

EL CÓDICE CALIXTINO Y LA BIBLIOTECA DE FRAGA


Félix Población

El hurto hace unas fechas del valiosísimo manuscrito iluminado conocido como Códice Calixtino (siglo XII) en la catedral compostelana me recuerda, por la aparente facilidad con que operaron los ladrones, el que ejecutaron otros delincuentes hace algo más de tres décadas en la catedral de Oviedo, saldado con el estropicio de la Cruz de los Ángeles, la Cruz de la Victoria y la Caja de las Ágatas, luego recuperadas y restauradas. Mi memoria guarda muy puntual recuerdo de este hecho porque, unos días antes de que se produjera el mismo, el que suscribe había hecho un reportaje acerca de los tesoros de la catedral ovetense, no pasándole inadvertida la precaria custodia de los mismos.

Acerca de la noticiosa desaparición del Códice Calixtino se vienen contando en los últimos días las más variopintas cábalas y suposiciones. Hay quienes creen que sus ejecutores responden al encargo de un potentado coleccionista que ambiciona contemplarlo en la soledad de su mansión, habida cuenta la imposibilidad de vender una obra tan conocida en el mercado negro. No faltan los que se inclinan, según se pudo escuchar en un programa de radio, por dar al hurto carácter de broma, verificada por estudiantes ociosos al término del curso, con el propósito de evidenciar la falta de vigilancia en que se encontraba la joya más importante de nuestro patrimonio bibliográfico.

Como es ahora de sobra conocido y da de nuevo -según sucediera en Oviedo hace más de treinta años- indicio de nuestra incuria, las llaves de quienes se encargaban de esa vigilancia quedaron olvidadas en la puerta de la cámara acorazada donde se hallaba el códice. También hemos sabido que pasaron cuatro días hasta que los responsables de la custodia se apercibieron del robo. Ambos detalles denotan una negligencia y desidia ciertamente llamativas y vergonozosas.

Con todo, lo que más me indigna es que muy cerca de la catedral compostelana, la Xunta de Galicia presidida por Manuel Fraga Iribarne quiso hacer una monumental Ciudad de la Cultura con una biblioteca no menos monumental -equiparable a la del Congreso de Estados Unidos-, prevista para una dotación de un millón de volúmenes. El arquitecto, Peter Eiseman, había diseñado otra más reducida, pero don Manuel se empeñó en la mayor, ande o no ande.

De modo que ahora, o cuando sea, el edificio de Eiseman tendrá capacidad para albergar un millón de volúmenes, pero será a costa de haber perdido -ojalá que no- el más importante y valioso ejemplar de nuestra historia, a cuya protección bien se podría haber dedicado una mínima parte del costoso presupuesto dispensado a la magna biblioteca.

+@El Códice Calixtino y el supuesto patrimonio de la Iglesia.

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