jueves, 1 de octubre de 2009

PARA QUE SEPAS, FEDERICO (GARCÍA LORCA), LO VIVO QUE ESTÁS


Melibea

Recientemente estuvo en Madrid el escritor y periodista uruguayo Eduardo Galeano con objeto de recibir la medalla de oro del Círculo Bellas Artes por su trayectoria intelectual. Günter Grass, Jean Baudrillard y Umberto Eco también recibieron en su día la misma distinción, aunque es posible que éstos hayan tenido mayor espacio noticioso en los periódicos de difusión nacional. Sólo quienes hayan estado en el acto de entrega tuvieron la oportunidad de escuchar lo mejor que Galeano dijo durante su presencia en Madrid, a lo que hay que añadir si acaso sus declaraciones en una breve entrevista que difundió el diario Público y un reportaje muy escueto en El País. El texto de la alocución no lo hemos encontrado, por supuesto, en un periódico español, sino en el rotativo mexicano La Jornada, a pesar de que nos afecta muy directamente porque trae a colación la memoria de Federico García Lorca sonando sobre la tierra, para que sepas, Federico, lo vivo que estás:

"Para expresar mi gratitud a esta alegría inmensa que me han regalado no encuentro mejor manera que contar tres historias. No son inventadas por mí, sino que son por mí vividas.
La primera es sobre mi aprendizaje. Yo no tuve la suerte de conocer a Sherezade. No aprendí el arte de narrar en los palacios de Bagdad. Mis universidades fueron los viejos cafés de Montevideo. Los cuentacuentos anónimos me enseñaron. En la poca enseñanza formal que tuve –porque no pasé de primero de Liceo– fui un pésimo estudiante de historia. Y en los cafés descubrí que el pasado era presente. Y que la memoria podía ser contada de tal manera que dejara de ser eterna para convertirse en ahora.

No recuerdo la cara ni el nombre de mi primer profesor. Pero él contó una historia de 1904 –por la edad se veía que él no había nacido en aquel entonces–, pero la contaba como si hubiera estado ahí. Fue mi primera lección: el arte es una mentira que dice la verdad. Y escuchando aprendí que se puede contar lo que pasó de tal manera que vuelva a ocurrir cuando uno lo cuenta. Que pueda uno escuchar ese remoto trueno de los cascos de los caballos. Y que pueda uno ver las huellas de arena aunque el suelo sea de baldosa o de madera.Y aquel hombre para decir la verdad mintió que él había recorrido las praderas ensangrentadas después de la batalla y había visto los muertos. Y uno de los muertos dijo –era un ángel, un muchacho bellísimo con la hincha blanca, roja de sangre–: Por la patria y por ella más.

Un segundo relato sobre mi primer desafío en el arte de narrar. En un pueblo boliviano, un día de Laguna –Laguna devoraba a sus hijos metidos en los socavones de las tripas del estaño–, los mineros perseguían las vetas de estaño y en esa cacería perdían en pocos años los pulmones y la vida. Yo había pasado un tiempo ahí, me había hecho algunos amigos y había llegado la hora de departir. Estuvimos toda la noche leyendo, los mineros y yo, cantando y contando chistes, a cual más malo. Cuando ya estábamos cerca del amanecer, cuando poco faltaba para que el chillido de la sirena los llamara al trabajo, mis amigos callaron todos a la vez y alguno preguntó, pidió, mandó: Y ahora hermanito, dinos cómo es la mar. Yo me quedé mudo, pero insistían, cuéntanos, cuéntanos cómo es la mar. Ninguno de ellos iba a verla nunca. Todos iban a morir temprano. Y yo no tenía más remedio que traerles la mar. La mar estaba lejísimos y yo tenía que encontrar palabras que fueran capaces de mojarlos.

Y la tercera historia sobre los extraños viajes de las palabras. Hace pocos meses, ante los estudiantes mexicanos leí algunos relatos. Uno de ellos, de mi libro Bocas del tiempo, contaba que el poeta español Federico García Lorca había sido fusilado y prohibido durante la larga dictadura de Franco. Y que un grupo de teatreros del Uruguay había estrenado una obra suya en un teatro de Madrid, al cabo de tantos años de obligado silencio. Y al fin de la obra esos teatreros no habían recibido los aplausos esperados; el público español había aplaudido con los pies pateando el piso. Y ellos se habían quedado estupefactos. No entendían nada. Tan mal habían actuado –pensaban–. Cuando me lo contaron pensé que quizás el trueno sobre la tierra había sido para el autor fusilado por rojo, por marica, por raro… Una manera de decirle: Para que sepas, Federico, lo vivo que estás. Y cuando lo conté en la Universidad de México me ocurrió lo que nunca me había ocurrido en las otras ocasiones en que había contado esa historia. Los estudiantes aplaudieron con los pies. Miles de pies pateando el piso con alma y vida. Y así continuaron mi relato y continuaron lo que mi relato contaba como si eso estuviera ocurriendo en un teatro de Madrid unos cuantos años antes. Ese segundo trueno sobre la tierra estaba también dirigido al poeta fusilado y era también una manera de decirle: Para que sepas, Federico, lo vivo que estás".

3 comentarios:

Folía dijo...

Madrugadora Melibea, ¡qué bien, abrir el día con Galeano!
Así que dice que él también era mal estudiante.... Quizá el mundo no vaya a ir tan mal después de todo. Eso sí, por lo visto, el escritor ya sabía escuchar desde pequeño.

Anónimo dijo...

Y siendo así hay que buscar sus palabras, dichas aquí, al otro lado del mar.

M. Suárez Rivas dijo...

Lo más lamentable es que este excelente escritor no colabore en ningún periódico español. Él quizá no lo necesite porque tenemos sus libros, pero está claro que un buen periódico sí lo necesitaría.

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