miércoles, 23 de septiembre de 2009

EDUCACIÓN, TELEVISIÓN, AUTORIDAD Y TARIMAS


Lazarillo

A quien fuera una más que mediocre ministra de Educación, Esperanza Aguirre, le preocupa la pérdida de autoridad del profesorado y por eso es partidaria de proporcionarle un estatuto de agente de la autoridad que lo incorpore además sobre una tarima, a fin de refrendar esa autoridad mediante semejante variante escénica. Como si el problema de la enseñanza en nuestro país fuera sólo cuestión de autoridad a golpe de decreto y unos centímetros de peana.

Al presidente del Gobierno le preocupa la zafiedad de algunos contenidos de la televisión pública, algo de lo que al parecer ha tenido constancia este verano, después de cinco años en La Moncloa. Yo no sé si con esto alude a la posibilidad de que no se esté cumpliendo el código de autorregulación sobre contenidos con respecto a la infancia. Hace cinco años fue firmada una declaración de intenciones por parte de la vicepresidenta primera y los directores de TVE, Antena 3, Tele 5 y Sogecable.

Lo que está claro, y es a lo que voy relacionando enseñanza y televisión, es que los niños y adolescentes pasan muchas horas delante de la pequeña pantalla y lo que prima en no pocas franjas de la programación -también en TeleMadrid, bajo la férula de Aguirre- es la elevación a la peana de la afamada actualidad, con ostentación de lujo, dinero y hacienda, de una tipología de personajes colmados de ignorancia y frivolidad, cuyos méritos y valores nada tienen que ver con los que deberíamos infundir en las nuevas generaciones.

Toda esa panda de famosillos repetitivos y tediosamente insaciables de cámaras, micros y focos está en el candelero de las parrillas televisivas, llenando de basura mental a los más jóvenes de nuestras casas, por valores y méritos muy distintos a los que debemos promover e infundir en nuestros estudiantes: disciplina, afán de conocimiento, autoexigencia, esfuerzo y respeto. Ni la LOSGE ni las peanas de la lideresa Aguirre sirven para combatir tanta mierda. Lean el artículo de mi estimado L. Arias Argüelles-Meres, publicado ayer en el diario La Nueva España, cuya indignación comprendo y comparto:

"¡Qué paradójico resulta que doña Esperanza Aguirre se erija en la gran defensora del profesorado, cuando, siendo ministra, no demostró precisamente veneración al conocimiento y cuando no se caracteriza en modo alguno por defender lo público! ¡Qué insultante resulta que desde la izquierda realmente «inexistente» se hable de «educación en valores» cuando tienen relegado el esfuerzo que el aprendizaje conlleva y cuando aplauden que se pueda atentar contra los derechos de los docentes y también del alumnado! ¡Qué irritante resulta, de otro lado, que el metafísico ministro de Educación hable de diálogo y de pacto educativo y no tenga a bien ni siquiera conocer lo que el profesorado piensa del estado de la cuestión en que se encuentra la enseñanza!

«Educar en valores». ¿En qué valores? ¿En aquellos que consisten en aprobar sin saber y en pasar de curso con un montón de materias pendientes? ¿En que no tenga consecuencias lesionar los derechos de otros? ¿En prolongar los mundos de Yupi hasta que el mercado laboral pone las cosas en su sitio, exigiendo y seleccionando, y entonces el chasco de la alegre muchachada es mayúsculo? ¿No puede darse cuenta doña Esperanza de que, en tanto animales escénicos que somos, el respeto a nuestra profesión sólo puede y debe venir dado por la convicción generalizada de que es de todo punto necesario adquirir conocimientos y que para ello nuestro trabajo resulta imprescindible? La LOGSE fue un auténtico estropicio, sin duda, pero el PP en ocho años de Gobierno no la cambió; sólo al final del «aznarato» doña Pilar del Castillo intentó poner algunos parches, aprovechando de paso para colar que la religión católica fuese materia evaluable y obligatoria en un Estado que, según parece, se define aconfesional.

El PSOE sigue negándose a reconocer el fracaso de un sistema de enseñanza nefasto que nos llevó al furgón de cola de Europa, según viene atestiguando el Informe Pisa. El PSOE, a pesar de declararse de izquierdas, continúa apostando por un sistema de enseñanza que, al ser de tan baja calidad, contribuye a perpetuar las desigualdades. ¿O es que ignoran también que para evitar que sus hijos tengan que soportar que las clases pueden ser reventadas quienes tienen dinero los envían a la enseñanza privada? En una sociedad en la que es posible ser ricos y famosos desde la ignorancia más insufrible, en una sociedad que tiene orillado el esfuerzo en la enseñanza, ¿cómo puede esperarse que haya respeto hacia la profesión docente? Ése es el mayor problema: representamos algo que viene sufriendo un desprestigio nada inocente.

¿Es pedir lo imposible que se legisle que no se pueda reventar el desarrollo de una clase sin que eso tenga consecuencias? ¿Es pedir lo imposible que haya un grado de exigencia mínimo en los distintos niveles de enseñanza que nos saquen del furgón de cola europeo? ¿Es pedir lo imposible que los políticos de unas y otras siglas sean capaces de comprender lo obvio? Por ejemplo, la disciplina, que, como tengo dicho repetidas veces, tiene que ver etimológicamente con discípulo, no debe confundirse con actitudes chusqueras, y, por su parte, las luminarias logseras, como el señor Marchesi, ya es hora de que se vayan percatando de que cuanto más alto sea el grado de preparación, no sólo ganará enteros la lucha contra la desigualdad, sino que además la futura vida profesional del alumnado podrá encararse mucho mejor.
Mire, doña Esperanza, resulta atroz pensar en los traumas que se pueden sufrir en la infancia y en la adolescencia a resultas del temor que pueden inspirar actitudes chusqueras en las aulas. Mire, señor Marchesi, sostener a estas alturas que se puede aprender sin esfuerzo, que se puede aprobar sin saber y, de paso, que se puede humillar a la persona que da clase, no sólo supone algo que insulta a la inteligencia, sino que además conlleva lastres que, a la larga, no serían menos lesivos que los traumas por una educación autoritaria basada en el temor.

Azaña dejó escrito en su novela «El jardín de los frailes» que «alicortar la ambición intelectual parecía el supuesto de los estudios». Nadie podría esperarse que, pasado el tiempo, hubiera eminencias declaradas socialistas y de izquierdas que suscribiesen de facto el objetivo de los frailes agustinos con los que estudió don Manuel. Nadie podría esperarse tampoco que una izquierda que busca la emancipación de los más desfavorecidos promoviese la ignorancia y la demagogia contra el saber y contra el rigor.

Tenemos, de un lado, a doña Esperanza, que quiere hacer de nosotros sargentos chusqueros, y, de otro lado, contamos con una izquierda realmente «inexistente» que, desde el felipismo a esta parte, apuesta por un sistema de enseñanza que fomenta futuros ciudadanos ágrafos y nada críticos. Y en medio de todo ello estamos nosotros, que no queremos ser ni sargentos chusqueros ni tampoco bufones, o, lo que es peor, profesionales que deben resignarse a recibir agresiones, y no siempre retóricas, de los unos y los otros, víctimas propiciatorias de la demagogia, de la ignorancia y de la estulticia".

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hay más escuelas invitando a la mierda que al saber.

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