Félix Población
Acostumbro a leer a los poetas que me suenan dentro a la intemperie del alba. Lo hago los fines de semana, en cuanto amanece. Me asomo al campo en bicicleta, busco un lugar con una amena perspectiva y pronuncio las páginas de Benedetti, Colinas, Gimferrer, Caballero Bonald o González, entre los coetáneos de más asidua relectura. La elección queda al albur de la apetencia de cada día por una determinada voz u otra. La de Ángel González suele coincidir con las mañanas más frías del invierno. Quizá por parecerme la más íntima y arropadora, puede que la más afín con mi interior:
Trabajé el aire,
se lo entregué al viento:
voló, se deshizo,
se volvio silencio.
Por el ancho mar,
por los altos cielos,
trabajé la nada,
realicé el esfuerzo,
perforé la luz,
ahondé el misterio.
Para nada, ahora,
para nada, luego:
humo son mis obras,
ceniza mis hechos.
...y mi corazón
que se queda en ellos.
Recuerdo haber recitado hace un par de domingos este poema de Ángel González, afincado ya en mi memoria, con el campo escarchado, un caprichoso celaje de niebla azul sobre la cuenca del río y el convencimiento de que la poesía, en efecto, consiste en trabajar el aire, pues los versos son aire y van al aire. El único objetivo que ha de colmarlos es un corazón que se quede en ellos y nos haga respirar la luz del sentir cada día que nace. Porque, como dice González ya desde el otro lado sin pulso de la vida, en los dominios del corazón -así como lo oyes-, lo que fue sigue siendo y será siempre. En los surcos de esos dominios queda el de Ángel hecho voz tan a fondo que arraigará siempre en quien la escuche.
RED/DIARIO
Artículo
EL ÚLTIMO ÁNGEL GONZÁLEZ
"Somos una sucesión de hombres, que aparecen y desaparecen a lo largo de la vida", dijo Ángel González en una de sus últimas apariciones públicas. Siendo así, yo no conocí al autor de la mayoría de sus libros de poesía. Pero sí a su heredero, al último Ángel. Un señor con aspecto de caballero del XIX y mentalidad del XXI que no se daba ninguna importancia, pese a ser probablemente el mejor poeta vivo en español. Bernardo Marín, El País
Acostumbro a leer a los poetas que me suenan dentro a la intemperie del alba. Lo hago los fines de semana, en cuanto amanece. Me asomo al campo en bicicleta, busco un lugar con una amena perspectiva y pronuncio las páginas de Benedetti, Colinas, Gimferrer, Caballero Bonald o González, entre los coetáneos de más asidua relectura. La elección queda al albur de la apetencia de cada día por una determinada voz u otra. La de Ángel González suele coincidir con las mañanas más frías del invierno. Quizá por parecerme la más íntima y arropadora, puede que la más afín con mi interior:
Trabajé el aire,
se lo entregué al viento:
voló, se deshizo,
se volvio silencio.
Por el ancho mar,
por los altos cielos,
trabajé la nada,
realicé el esfuerzo,
perforé la luz,
ahondé el misterio.
Para nada, ahora,
para nada, luego:
humo son mis obras,
ceniza mis hechos.
...y mi corazón
que se queda en ellos.
Recuerdo haber recitado hace un par de domingos este poema de Ángel González, afincado ya en mi memoria, con el campo escarchado, un caprichoso celaje de niebla azul sobre la cuenca del río y el convencimiento de que la poesía, en efecto, consiste en trabajar el aire, pues los versos son aire y van al aire. El único objetivo que ha de colmarlos es un corazón que se quede en ellos y nos haga respirar la luz del sentir cada día que nace. Porque, como dice González ya desde el otro lado sin pulso de la vida, en los dominios del corazón -así como lo oyes-, lo que fue sigue siendo y será siempre. En los surcos de esos dominios queda el de Ángel hecho voz tan a fondo que arraigará siempre en quien la escuche.
RED/DIARIO
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EL ÚLTIMO ÁNGEL GONZÁLEZ
"Somos una sucesión de hombres, que aparecen y desaparecen a lo largo de la vida", dijo Ángel González en una de sus últimas apariciones públicas. Siendo así, yo no conocí al autor de la mayoría de sus libros de poesía. Pero sí a su heredero, al último Ángel. Un señor con aspecto de caballero del XIX y mentalidad del XXI que no se daba ninguna importancia, pese a ser probablemente el mejor poeta vivo en español. Bernardo Marín, El País
8 comentarios:
Precioso, Félix. Te lo agradecemos los lectores de Ángel.
Gracias.
Felcitarte/ros por el magnífico blog y agradecerte las notas del magnífico Angel que se nos fué.
Saludos cordiales.
Necesitamos poetas que reconozcan a los poetas muertos para que siga viva la poesía.
Feliz tu que, como el poeta, cuando amanece, te asomas al campo, realizas el esfuerzo, perforas la luz y ahondas el misterio.
Era tan buena persona como buen poeta, cierto.
Si se llora por los amigos y por los poetas, es que hay mucha vida todavía en este mundo. Ángel ido nos acaba de certificar esto.
Cuatro páginas del diario El país hoy y nada tan cordial como lo de este blog. Enhorabuena.
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