Félix Población
Ayer domingo publicaba El País una interesante entrevista de Juan Cruz con don Jorge Semprún bajo el titular que mejor puede identificar el quehacer literario más acreditado de éste: Sin memoria, yo no existiría. La del señor Semprún tiene tan larga vida que arranca con un recuerdo de su abuelo, don Antonio Maura, cuando el escritor tenía dos años. El periodista llama a donJorge militante de la memoria y sostiene, quizá por compartir el oficio, que se escribe para no olvidar. España es un país que hace mal uso de su pasado, afirma el autor de La escritura o la vida: España -dice- reconcilia mal presente y pasado.
Echas de menos en una conversación tan centrada en las vivencias del recuerdo alguna pregunta del entrevistador con relación a la Ley de Memoria Histórica. Quizá Juan Cruz la haya eludido en evitación de una respuesta discordante por parte del señor Semprún, ministro decorativo de Cultura bajo la presidencia de don Felipe González.
Quien no tiene empacho en referirse a la misma es el poeta Marcos Ana, autor de un libro de memorias que bajo el título Decidme cómo es un árbol viene presentando estos días por España. Como es sabido, don Fernando Macarro, nombre verdadero del autor, pasó 23 de sus 82 años en las cárceles franquistas (1939-1962), largo tiempo sin libertad por razones políticas que no ha superado español alguno bajo el viejo régimen.
Nadie como él, por lo tanto, para expresar con conocimiento de causa que no entiende cómo se ha tardado tanto en restituir la memoria histórica, una ley que a su juicio debería haber aprobado el primer Gobierno socialista. Es confortador que las familias de las víctimas del franquismo puedan llorar o llevar flores a las tumbas de sus deudos, según Marcos Ana, pero mucho más que se haya declarado ilegítima la justicia que persiguió, encarceló y fusiló a miles de ciudadanos durante la dictadura.
La primera parte del libro del poeta salmantino, cuyo nombre literario obedece al de sus padres, modestos agricultores, describe con una prosa sumamente sobria pero llena de vigor descriptivo las penalidades sufridas en las lóbregas cárceles de la posguerra por aquel jovencísimo presidiario. Entre rejas aprendió a decir en verso su anhelo de vida y libertad, pero también el patetismo de los episodios que relata en su libro, una obra sin duda elocuente y necesaria que en su día le aconsejó escribir Pablo Neruda.
De todas esas vivencias me quedo con las de los presos ejecutados de la prisión madrileña de Porlier. Todas las madrugadas, cuando los subían a los camiones para conducirlos hasta las tapias donde serían fusilados, daban vivas a la libertad y a la República para romper las mordazas de aquellas largas noches en que quizá algún niño insomne del vecindario confundió sus gritos con la obsesiva resonancia de una pesadilla.
Esos gritos, en verdad, esa memoria de Marcos Ana donde quedan estampados, se merecían un más temprano reconocimiento en el curso de la España democrática, sobre todo si hace ya un cuarto de siglo que este país tuvo un primer Gobierno socialista.
5 comentarios:
Media mucho entre Semprún y Marcos Ana, uno se comprometió con el gobierno socialista que olvidó la memoria histórica y el otro se lo reprocha a ese mismo gobierno 25 años después.
La primera parte es conmovedora pero la segunda es un poco rollo con tanto homenaje y tantos viajes peceros, ¿no?, hablo del libro de Marcos Ana, claro, los de Semprún no los leo.
La memoria es también un asunto electoral.
Que digo yo que en realidad el entrevistado sería Jorge Semprún, escritor, y no alfredo semprún, periodista... Desde luego, el ministro, y nieto de maura, era Jorge.
Gracias por la puntualización y disculpas por el error.
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