Félix Población
Suscribo enteramente lo que en una carta publicada en la edición de hoy del diario El País reclaman los señores Cordero Prieto y Prades Gargallo, visitantes recientes del cementerio de Montauban. Lo hago, además, no tan sólo por la figura de don Manuel Azaña como Jefe del Estado español durante la Segunda República, sino por la vigorosa y singular personalidad intelectual de quien fue sin duda una de las mentes más lúcidas y sensatas durante aquellos años y en el transcurso de la infausta Guerra Civil. Como testimonio de esto último recurrimos a estos conocidos y memorables párrafos del discurso pronunciado por don Manuel en el Ayuntamiento de Barcelona el 18 de julio de 1938:
Es obligación moral, sobre todo de los que padecen la guerra, cuando se acabe como nosotros queremos que acabe, sacar de la lección y de la musa del escarmiento el mayor bien posible, y cuando la antorcha pase a otras manos, a otros hombres, a otras generaciones, que se acordarán, si alguna vez sienten que les hierve la sangre iracunda y otra vez el genio español vuelve a enfurecerse con la intolerancia y con el odio y con el apetito de destrucción, que piensen en los muertos y que escuchen su lección: la de esos hombres, que han caído embravecidos en la batalla luchando magnánimamente por un ideal grandioso y que ahora, abrigados en la tierra materna, ya no tienen odio, ya no tienen rencor, y nos envían, con los destellos de su luz, tranquila y remota como la de una estrella, el mensaje de la patria eterna que dice a todos sus hijos: Paz, Piedad y Perdón.
Sólo por esas palabras, y apelando a las de otro relevante español que también murió en el exilio, el poeta Luis Cernuda, no debe habitar el olvido sobre la tumba de don Manuel, tal como demandan al actual Gobierno de España los señores Cordero y Prades, máxime cuando esa propuesta, formulada sobre esa página concreta y clave para el rescate en todo momento de nuestra convivencia ciudadana, es una ejemplar cita en pro de la recuperación de lo más provechoso de nuestra Memoria Histórica:
Llegaron las vacaciones y, con ellas, el tradicional viaje por zonas cercanas a España. Así que camino de los castillos del Loira, pasamos por la localidad francesa de Montauban, una bella demostración del espíritu del midi francés. Sin pretender nada más que conocer lugares que tienen que ver con nuestra historia, dimos una vuelta por el cementerio viejo de la ciudad a la búsqueda de la tumba del último presidente republicano, don Manuel Azaña.
De la misma manera que podemos haber visitado el panteón real de El Escorial o cualquiera de los anteriores; sin la menor intención de revancha, quisimos ver dónde yacía un presidente elegido democráticamente y muerto en la responsabilidad de su cargo aunque éste hubiera sido ya usurpado tras el golpe militar. Por el placer de intentar comprender cómo fueron aquellas jornadas tristes para muchos españoles, tal vez por respeto a lo que su cargo conlleva o por mera curiosidad, nos recorrimos aquel camposanto hasta lograr descubrir la pequeña tumba tan sólo ornada por recuerdos de viejos republicanos y dos banderas tricolores.
Esta carta es, fundamentalmente, una denuncia de la situación de abandono del lugar donde yace un jefe de Estado español. No nos parece correcto que nuestro Estado no se preocupe por el lugar donde yace un antiguo jefe. Si bien Azaña dejó claro que no quería que sus restos se trasladaran de Montauban tras su muerte, eso no implica que nuestro país no tenga responsabilidades en su custodia y mantenimiento. Creemos que el Gobierno de España debe realizar las gestiones pertinentes ante el Estado francés o el propio Ayuntamiento de Montauban para que la tumba del presidente tenga una presencia adecuada a su cargo y representación, así como que se garantice su correcto mantenimiento.
1 comentario:
Esas palabras de un representante de los vencidos no encontraron similar ejemplo entre ninguno de los líderes de los vencedores, incluida la iglesia católica.
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