lunes, 20 de marzo de 2006

La desgracia de ser peatón en Italia

Félix Población

Dice Il Cavaliere Berlusco que la ciudadanía no debe hacer caso de la prensa canallesca, empeñada en dar crédito al Banco de Italia acerca de la creciente crisis económica que soporta el país. La verdad es que no hace falta prestar mucha atención a los periódicos para comprobar que esta nación no sólo va a menos, sino que tiene motivos para envidiar a la nuestra, tal como no dejan de comentar, sobre todo, las generaciones más jóvenes.

Estos días atrás he tenido oportunidad de pasear por algunas pequeñas ciudades del centro de Italia, todas ellas con un casco antiguo monumental de indudable prestancia histórico-artística. Pues bien, comparadas con sus equivalentes españolas, pongamos que Soria, Segovia, Zamora o Ávila -todas en zonas no precisamente prósperas de nuestro país-, las de Italia están muy por debajo en estado de conservación y restauración, así como en diseño urbanístico y pavimentación de las carreteras que las comunican. Da la sensación de que las obras públicas se acometen aquí a base de torpes y apresurados parcheos y la diligencia en la protección de la riqueza patrimonial brillara por su ausencia.

Si todo esto es comprobable a pesar de los fuertes impuestos que sobrelleva la ciudadanía y que parecen no cundir en ese tipo de atenciones, hay algo que llama la atención a quienes valoramos sobre todo el paseo a pie como mejor reconocimiento de la geografía urbana, máxime cuando ésta es antigua y recoleta: el absoluto desprecio al peatón. A falta de aceras en no pocos tramos de las estrechas calzadas empedradas por donde circulan con escasa precaución los automóviles, los transeúntes han de prestar más atención a su seguridad personal que a los encantos del entorno.

Pero si en los cascos antiguos el paseante se topa con todo tipo de riesgos de extorsión o atropello, otro tanto ocurre en las llamadas zonas residenciales de las afueras. Aquí, la descarada y ostensible especulación del suelo urbano y el uso abusivo del vehículo privado por parte de quienes habitan a unos kilómetros del centro han reducido a la insignificancia, cuando no a la total elusión, el derecho a las aceras.

Hablar en estas pequeñas ciudades de zonas peatonales, a pesar de ser cortas las distancias dentro del recinto antiguo, parece un despropósito, como si estuviera fuera de lugar o de derecho. La primacía del coche es absoluta y privilegiada hasta dejar arrumbado al peatón como una sombra, emparedado entre la circulación rodada y los muros de los edificios. La desgracia de ser transeúnte en Italia priva a este país de la admiración andante que hace amar y sentir no sólo el atractivo histórico y artístico de los enclaves urbanos, sino el decurso más humano de su respiración cotidiana. Una auténtica pena ante la riqueza patrimonial que esta nación atesora.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Ortega firmaria esa Nota de andar y ver, amigo.

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