miércoles, 30 de noviembre de 2005

Del limbo a don Federico pasando por Vila-real

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Félix Población

Los sesudos teólogos, a falta de otros cometidos de mayor tenor, están debatiendo en Roma la existencia del limbo, ese lugar sin tormentos pero alejado de Dios al que estaban destinados los niños privados de bautismo que fallecían en pecado original. La Comisión Teológica Internacional reunida a tal efecto se decantará al parecer por la caducidad del limbo, otrora eterno, y el acceso directo al cielo de los inocentes merced a la misericordia divina.

Al jefe de policía de Vila-real, don Ángel Torres, que dejó hace mucho de ser niño, le obligaba hasta hace bien poco el señor alcalde de la localidad, don Manuel Vilanova, a desfilar en los actos religiosos, sin respetar la objeción de conciencia alegada por el funcionario para no acudir a las procesiones de Semana Santa. El caso acabó en los tribunales, que resolvieron suspender cautelarmente la obligatoriedad impuesta por don Manuel.

Es de suponer que para don Ángel Torres la pugna por sus derechos como ciudadano libre y responsable le haya ocasionado más de un disgusto. La actitud de la máxima autoridad municipal, por otro lado, es significativa del calado inquisitorial que en cuestiones de catolicidad puede acometer a un representante del Partido Popular, propugnador a su vez del camelo de la libertad de enseñanza cuando se interpone una LOE a sus intereses. Por él, si otras fueran las calendas, don Ángel hubiera acabado en el limbo de la sanción sin empleo y sueldo contra un ateo en rebeldía.

No corre esos riesgos don Federico el de la Cope, tránsfuga de la feroz descreencia marxistoide, reconvertido a tiempo para juntar botín y fama y erigirse en paladín de los valores eternales. A costa de vomitar a diario sus soflamas encendidas de amor fraterno entre los pueblos de España, sus empleadores los respetables señores obispos le obsequian con la módica ganancia de 800.000 euros al año.

No es mala cantidad para celebrar aquí en la tierra la siempre deseada y disputada gloria pecuniaria, la misma por la que la humana condición pierde en múltiples ocasiones la conciencia, ese insignificante resorte ético que el señor jefe de policía de Vila-real antepuso a la sinrazón de un inquisidor provinciano y que don Federico extravió en el limbo de su lejana mocedad.

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