martes, 11 de octubre de 2005

La vergonzosa desventura de Sanabria

Félix Población

El verano pasado arroja un balance de los que deberían avergonzar a los gestores de nuestro patrimonio forestal. De nada vale excusarse con la pertinaz sequía o el descontrolado terrorismo incendiario de los pirómanos. Nuestros bosques siguen más a disposición de quienes los mutilan que de quienes los protegen. Sobre todo porque lo primero es mucho más fácil y cunde con una devastadora celeridad.

Más de 150.000 hectáreas han ardido a lo largo de los pasados meses. La cifra, que podría parecer excepcional por su desmesura, es equivalente a la sufrida hace un lustro, con una total de más de 160.000, si bien con menor superficie arbórea calcinada. La muerte de un cierto número de operarios en las labores de extinción, como las sufridas en el vertiginoso incendio de Guadalajara, agrava sin duda la magnitud del balance.

No hace mucho, por incumplimiento al parecer de las promesas contraídas con los familiares de esas víctimas, el señor Zaplana se mostró ante las cámaras de televisión muy vindicativo e indignado. Corrían las teóricas responsabilidades del siniestro a cuenta del gobierno socialista de la Comunidad de Castilla-La Mancha y se imponía una muestra de puntual demagogia.

En el Parque Natural del Lago de Sanabria no se han registrado víctimas mortales, pero durante casi dos semanas ha estado ardiendo hasta consumir una superficie cercana a la de Guadalajara. Situado al noroeste de la provincia de Zamora, con el lago glaciar más grande la península y un peculiar y hermosísimo entorno de lagunas, morrenas y cañones, el gobierno regional del Partido Popular se ha mostrado incompetente no sólo para atajar el desastre -casi la mitad del Parque quemado, algo más de 8.000 hectáreas-, sino para evitar que los pirómanos actuaran repetida y alevosamente.

Confiados en que el concurso de las añoradas lluvias evite lo que no han sabido preservar los organismos a los que incumbe hacerlo, las expectativas en todo el territorio peninsular ante próximas canículas no son muy halagüeñas. Y no lo son porque acabamos el periodo de riesgo, ya en pleno otoño, con nuestra confianza en las nubes.

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