Lazarillo
Era uno muy mozalbete cuando asistió por vez primera a los festivas jornadas de san Fermín en Pamplona. De aquellas sacó en conclusión que lo suyo con los toros se constriñe a un escueta expectación a cielo abierto, en la solaz de la campiña. Lo otro, la prolongada ceremonia de la agonía y muerte del animal en las plazas, entre puyazos, sangre y pasodobles, queda para los decrecientes enamorados de la lidia cuya afición jamás comprenderá.
A este Lazarillo tampoco le cabe en la cabeza, en esa misma línea de perplejidad que le causa la afición por la fiesta taurina, la ritual crónica de los encierros sanfermineros que a primera hora de la mañana, desde el inicio de las ferias, la cadenas de radio nacionales transmiten con puntual, encendido y vocinglero celo descriptivo. ¿De verdad tienen interés informativo esos tres minutos cortos o largos de carrera sinuosa y trompicada en que una caterva de mozos trata de sortear la cornamenta de las bestias?
A riesgo de pecar de irrespetuoso con los valores tradicionales del evento, a un servidor no le merece ninguna simpatía, mérito, estima, consideración o entendimiento una querencia por el riesgo tan gratuita, de la que -por fortuna o acaso por deferencia de los astados- son menos las víctimas de las que podría comportar tan primaria como celebrada costumbre.
4 comentarios:
Sin la lidia no habría toros en el campo, simpático Lazarillo, asi que déjate de lindezas, guapo.
Para antitaurino nos basta y nos sobra con Manolito Vicent, salao.
Son muy machos los mozos por eso eso hacen el pijo todos los años.
Fiesta brava y bruta pero que da mucha tela a la ciudad.
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