Martín Patino, con el autor del artículo, en Madrid hace unos meses
Ignacio FranciaLa Crónica de Salamanca
El fallecimiento de Basilio Martín
Patino (Lumbrales, 20 de octubre de 1930) nos permite tender ya una
panorámica sobre una obra rematada. Una obra que, en primer lugar,
traslada la gran capacidad creativa, el afán permanente de innovación,
desde una libertad peleona, con frecuencia nada cómoda, que ha
caracterizado el recorrido del realizador salmantino, que ha sido el
cineasta que mejor ha enfrentado la memoria colectiva…, y que en sus
últimos cinco años ha correteado por su mente sin memoria.
En la fábrica de sueños y de mentiras que es el cine, Basilio Martín
Patino se ha desenvuelto en territorio sazonado porque le ha permitido
jugar. Para él, en un porcentaje sustancioso, el cine ha sido juego. Fue
juego y fue memoria. Y fue, además, un escenario de libertad. De
libertad creativa y de libertad narrativa, de libertad para salir por
donde se le ocurría que podía entrar a divertirse y a soñar haciendo
películas. O de meterse a jugar con lo que en algún momento ha
denominado ensayos audiovisuales, de juego con las imágenes, desde la
libertad y la reflexión. Su ruptura con la industria convencional en
1969 le permitió meterse por trochas que no han sido habituales en el
cine español.
El cineasta se ha divertido sin recato, porque disfrutaba “jugar” con
las imágenes, y siempre ha considerado el montaje como una especie de
juego en el que experimentaba y se introducía por caminos que le
permitían ramificar la vereda de partida, a la búsqueda de narrativas
alejadas de lo convencional y trillado. Además, en ese recorrido
aspiraba a dejar espacios que tendrá que rellenar la inteligencia del
espectador, porque no le gustaba dar mascado el cuento, puesto que otra
de sus características ha sido no imponer criterios de cualquier tipo,
la carencia de doctrinarismo.
En Basilio Martín Patino ha sido una peculiaridad que cada película o
propuesta audiovisual haya renovado su obra con nuevos planteamientos.
Desde el comienzo de su andadura fue un disidente y se situó frente al
convencionalismo del cine comercial, aunque eso le supuso situaciones
que a veces tuvo que pagar en presencia profesional y en riesgos
económicos. A cambio, su independencia y su aspiración indagatoria han
permitido encuadrarlo como el realizador que ha aportado una línea
permanente de innovación. Es un cine que siempre se ha movido en los
terrenos de la búsqueda, tanto en su estructura como en sus contenidos.
Además, fue un realizador que nunca mitificó el celuloide y, por ello,
está reconocido como el pionero del vídeo en España. Lo que le importaba
eran los recursos que ofrecían las nuevas tecnologías –como luego
ocurrió con el tratamiento digital– para el manejo, para el tratamiento
de las imágenes. Y la zancada de mente de la que era propietario se
metía por curvas, desfiladeros y barrancos a la búsqueda de nuevas
posibilidades expresivas que han quedado plasmadas e su itinerario
creativo.
Con motivo de su investidura como doctor honoris causa por la
Universidad de Salamanca Martín Patino asentó el que me parece que es el
más atinado encuadre sobre cómo él ha entendido el cine: “El cine ha
sido un puzzle variado de imágenes y sonidos dirigidos al subconsciente
en un territorio particular de recuerdos, vivencias míticas, espejos
retroactivos, dentro de ese espacio difuso, estimulante, vivificador,
que es la memoria”, mantuvo en aquella ocasión, 28 de noviembre de 2007.
De Basilio Martín Patino se ha destacado siempre su capacidad para el
montaje de las imágenes, montaje al que en sus primeros tiempos dedicó
un periodo de estudio intenso y elaboró un planteamiento teórico
publicado en 1964. La capacidad para desenvolverse en el montaje le
permitió trasladar un lenguaje fílmico innovador. Y en esa forma de
entender el desarrollo de las imágenes se traslada un sustrato
permanente en su cine, que ha sido el de no copiar la realidad, ni en la
ficción ni en el documental. Cuando tanto se han alabado sus
“documentales”, desde luego, en las obras que algunos califican como
tales, el “documental” no es una mera reproducción, sino el resultado de
una manipulación artística de las imágenes al servicio de un relato
fílmico. Juan Antonio Pérez Millán, en su biografía de Martín Patino “La memoria de los sentimientos”,
destacó cómo el realizador aportó “la demostración práctica de la
versatilidad de las imágenes y los sonidos para adquirir nuevas
significaciones según su posición en el discurso”.
Y si esas aportaciones quedaron patentes en sus películas
reconocidas, sobresalen también en obras finales y de menor presencia,
como es el caso de “Espejos en la niebla” (2008), uno de sus
desafíos más vanguardistas en la utilización de imágenes de diversas
procedencias. Igualmente, lo dejó plasmado en su última obra fílmica, “Libre te quiero” (2012),
tan diferente a todos los documentales que previamente se habían
ofrecido sobre el 15-M. Su propuesta fue la última –el comienzo de su
pérdida de memoria motivó un montaje lento, muy lento–, pero se impuso
por su maestría en la concepción y en el montaje de la gran cantidad de
imágenes filmadas en la Puerta del Sol.
En el relato fílmico
elaborado por el cineasta salmantino ha sido fundamental la aportación
del espacio, de la escenografía. Martín Patino se situaba ante un lugar
existente, real, pero a partir de tal espacio conseguía un espacio
nuevo. El espacio real alterado se tornaba en el nuevo ámbito ensamblado
a la búsqueda de lo que el realizador encuadraba como “perfecciones
estéticas”. Quizá sea “Nueve cartas a Berta” (1965) la película que mejor permite advertir “la relevancia de los espacios”, como lo ha calificado la profesora Pilar García Jiménez en la tesis doctoral que está a punto de concluir en la Universidad de Groningen (Holanda). Lo dejó plasmado igualmente Juan Antonio Pérez Millán –a quien también perdimos recientemente– cuando apuntó que en la primera película del realizador “Patino ´crea´ una ciudad ideal a partir de los rincones que más le interesan de la real”.
En ese entramado, la memoria juega un papel vigoroso, lo que ya señalé en mi libro “La Salamanca desaparecida, a través de Nueve
cartas a Berta” como “el desarrollo del juego de sentimientos e
identificación emocional”. La memoria, que aleja el sentido del
documental como generalmente se entiende, cabalga con libertad por el
cine de Basilio. Ha sido el cineasta que con mayor acierto ha enfrentado
la memoria colectiva de este país.
Más allá de las películas más conocidas de Martín Patino, quizá sea
en sus últimas propuestas fílmicas –en algunos casos, piezas breves–,
bastante desconocidas, donde se ha producido un canto al ejercicio de
libertad creadora, de la innovación, de frescura, que lo han convertido
en un cineasta de culto por su capacidad para avanzar siempre, para
buscar, para no conformarse con los bordes que marcan los géneros, para
no atenerse a lo trillado. Basilio Martín Patino fue libre y rebelde.
Salamanca en BMP
Quizá somos pocos los que conocemos la pasión con la que Basilio se
enfrentaba a Salamanca, lo que justifica que en ocasiones sus juicios
alcanzaran posiciones críticas, matices de disconformidad con
situaciones y personas. Una muestra de ese interés salmantino se
relacionaba con los libros y los documentos. Cuando rebuscaba en
librerías de viejo o entre chamarileros, cuanto encontraba de Salamanca
caía en su zamarra, en muchas ocasiones sin importarle el precio alto
que le pidieran (y no en pocos casos, como había olvidado que lo tenía
en casa, volvía a comprar el mismo libro). Pero también adquiría obras
nuevas que se publicaran sobre la ciudad y la provincia. He visto cómo
se deleitaba en esos libros, cómo rebuscaba en ellos informaciones que
pudieran iluminar sus trabajos. Incluso en su última época de deriva
mental perdida, recurrir a esos libros, pasar las páginas, leer y mirar
fotografías era una de sus ocupaciones frecuentes. O la hermosa
colección de fotografías antiguas y de postales salmantinas que había
sido otro de sus empeños.
Y esos materiales han sido fuente de documentación para algunas de
sus obras con contenidos en torno a Salamanca. Por más que en su
dedicación fílmica en torno al ámbito en el que vivió su juventud, y al
que siempre regresaba, Basilio llevaba “impresos dentro espacios y
vivencias”, como él mismo destacó, lo que le permitía ideaciones que
plasmaba en espacios y personajes. Y desde su cine en torno a
Salamanca, ya dejó establecido que lo que buscaba era “crear e
intercambiar esos mundos por medio de imágenes y sonidos”. Esas
“escenografías fascinantes” que le ofrecía Salamanca le permitían cuajar
sus combinaciones imaginativas, ensamblarlas en la historia al tiempo
que fluían los resultados estéticos que han caracterizado la obra de
Basilio Martín Patino.
En el artículo “Volver a Salamanca” que se publicó en el libro colectivo “Visiones salmantinas (1898-1998)”,
Basilio trasladó su agrado de volver a su casa de Salamanca, “a donde
me escapo en cuanto puedo para ver crecer las glicinias y las hierbas
que abrazan difícilmente las rugosidades del olivo milenario”. Ese olivo
milenario fue, durante el verano pasado, el objeto de frecuente
referencia de su mente perdida, mientras nos divertíamos con los
recovecos sobre el origen y el asentamiento del olivo, al que recurrió
en su película “Octavia” para definir esencias familiares.
Desde la complicidad y el juego que a él tanto le agradaba, los dos nos
habíamos citado para seguir con “el debate” durante este verano. Pero
la escenografía fantástica del olivo se ha quedado congelada, como
aquellos planos congelados con los que Basilio comenzó su andadura como
cineasta. Aunque a estas horas ya se habrá encontrado con sus grandes
amigos Emilio García Guitián y Juan Antonio Pérez Millán
y en la sustanciosa y alegre tertulia en la que andarán metidos bien
puede ocurrir que Basilio saque a escena a su olivo milenario.
DdA, XIV/3609
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