En España todo sigue siendo
planteado y tratado por políticos, por medios de comunicación y por los millones de ciudadanos que se dejan
arrastrar por ellos, como anécdota polítiquera y chismes de vecindario
de bajos fondos.
Jaime Richart
Entre el esfuerzo titánico que las mentes despejadas deben hacer para
desmontar el lastre que supone la lógica del dogma
católico, y la energía que es preciso consumir para cuestionar siquiera
el fundamento de un dios antropomórfico, y,
relacionada con ambos, la justificación de la monarquía y la figura de un rey, así como más energía para
evitar que el socialismo real sea visto como otra opción seria de organización
social, el nivel dialéctico en este país es bajísimo. Tan bajo,
que explicaría por sí mismo todo lo que viene sucediendo desde que se
entronizó en España una democracia de
circunstancias, y por consiguiente falseada y fraudulenta, hasta el actual empeño de los sectores que gobernaron y pertenecieron a
la izquierda nominal, amortizados pero activos; empeño que muestra hasta qué
punto son capaces, para que no toque siquiera poder la izquierda real y poder
conservar ellos sus privilegios. Empeño que consiste en exigir a los dirigentes
de su propio partido
el apoyo a
la derecha cavernaria de este país, permitiendo con ello que esta facción
repleta de ladrones siga mangoneando y, de paso, sigan siendo soporte
de la
mentalidad general de la población española el dogma católico, ese dios
antropomórfico al que no hacen ningún caso, la figura del rey y los mecanismos económicos del capitalismo
financiero o de casino propugnado por los neoliberales.
Cuando, habida cuenta la deriva que van
tomando las sociedades articuladas en un capitalismo destructivo y atroz, y el
rumbo que está tomado el mismísimo planeta como fuente y soporte de vida exigen una revisión del marxismo y del socialismo científico, si no como remedio definitivo sí como cauce de
racionalización de la vida colectiva y de todo
el planeta como residencia de la especie humana, en España todo sigue siendo
planteado y tratado por políticos, por medios de comunicación y por los millones de ciudadanos que se dejan
arrastrar por ellos, como anécdota polítiquera y chismes de vecindario
de bajos fondos.
A
mí y a millones
de españoles nos gustaría estar debatiendo, discutiendo,
analizando las posibles alternativas al sistema y las débiles esperanzas en un mundo mejor vertebrado sobre
bases sólidas; al menos más sólidas, en las que la libertad individual (que entre
nosotros, no nos engañemos, sólo disfrutan a manos llenas los patricios y sus
aduladores) se supeditase al bien universal de la paz, de la racionalidad
aplicada a la convivencia y a la organización
social, y a la
praxis de una contabilidad sin artificios
espantosos como son los financieros, que midiese el Debe y el Haber colectivo
por la producción y consumo de los bienes básicos
(alimentación, techo y energías); racionalización que no excluyese ni
marginase de la vida y de la muerte dignas a ningún ciudadano
del mundo, empezando, naturalmente, por los ciudadanas y ciudadanos españoles
más necesitados de protección.
Sin embargo, la puerilidad, la ambición, la cretinez, el mover feroz guerra ciegos reyes
por un palmo más de poder o para retenerlo,
entretan la suerte del pueblo español a
ventajistas, a logreros, a
arribistas, a gente sin escrúpulo y sin
inteligencia; a manos, en definitiva, de
los peores individuos auto-seleccionados y auto-postulados de toda la sociedad española.
Este estado
de cosas que, por otra parte, no varía jamàs de una manera perceptible, sume en
la desolación a millones de personas que nos solidarizamos profundamente con
los desheredados de la fortuna, con los que apenas sobreviven y pueden formar
una familia, y con tantas y tantas familias rotas por la voracidad, por la
falta de escrúpulos y por el decidido propósito de no perder el protagonismo
que tuvieron unas cuantas docenas de miserables septuagenarios, aliados a unos
puñados de facinerosos.
DdA, XIII/3351
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