Ana Cuevas
Una
pequeña representación de las dos españas se vio las caras el otro día
en la puerta de la Audiencia Nacional. Por un lado, bien custodiado del
otro por un cordón policial, los jóvenes de las Nuevas Generaciones del
PP que acudieron (sacrificando el día estival y su merecido reposo en
algún espectacular destino) para apoyar a María Dolores de Cospedal en
el amargo trance de ser obligada a declarar. Enfrente de estos
saludables cachorros conservadores, bien alimentados, bronceados y
megapijos, la fealdad de la pobreza tomaba cuerpo en los ancianos
estafados por las preferentes. Individuos sin glamour, con ropas de
mercadillo y gesto airado que proferían improperios contra santa Mª
Dolores y cantaban escalofriantes coplas exigiendo no se qué sobre tirar
de una manta. Cosas de pobres.
El caso es que esta milicia de frikis
que abuchean a los próceres de la patria cuando les toca visitar los
juzgados resulta muy antiestética y, además, puede crear la falsa
impresión de que el pueblo está hasta los mismísimos colondrios de tanto
chorizo que se le está comiendo el pan. La situación exige
contrarrestar esa masa vulgar y replicante. Para ello, ¿quiénes mejor
que esos jovenzuelos cuyos esculpidos cuerpos por el squash o el paddle
no han sido jamás mancillados por el roce de una prenda que no sea de
marca? Por eso, porque son profesionales en cuestiones de marcas y
etiquetas, son los representantes idóneos para exportar la imagen de la
marca España en lo universal.
Lástima que no todos pensemos lo mismo.
Personalmente, la visión de la camada pepera desafiando altaneros a los
preferentistas me dio mucho asco. Percibí ese desprecio chulesco de
rancia genética propio del fascismo. Evidentemente, estas podridas
manzanas no han caído muy lejos del podrido árbol. Ahora salen de sus
cómodas mansiones y sus anodinas vidas regaladas para dar la cara por
los salteadores que financian su estilo de vida. Los traen en autobuses
para que enseñen sus perfectas dentaduras a los desarrapados parias de
la tierra.
¡Que
se anden con cuidado! Que si algo tiene el vulgo, es que es muy
susceptible a las desagradables sonrisas de las hienas. Lejos de
helarnos la sangre, nos la puede poner al rojo vivo.
DdA, X/2.461
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