viernes, 7 de junio de 2013

MARÍA MOLINER Y SU EXILIO INTERIOR

Félix Población

No quiero dejar sin referencia por más tiempo en este modesto Diario la provechosa y gustosa lectura del magnífico libro de la periodista e historiadora Inmaculada de la Fuente sobre María Moliner: El exilio interior: La vida de María Moliner*. La protagonista, autora en solitario de una de las obras lexicográficas más importantes sobre el idioma español, pertenece a esa nómina de notables de la historia intelectual de España que por su biografía silente y su trabajo extraordinario son merecedores de una biografía que haga honor a su personalidad y a su obra. Inmaculada de la Fuente lo ha conseguido sin ninguna duda.

Una vez, un año antes de que ingresara en la Real Academia Española de la Lengua (RAE) la escritora y poeta Carmen Conde en 1978, le pregunté a Dámaso Alonso -que era o había sido presidente de esa entidad y había ayudado a María Moliner para que su obra fuera publicada- por la ausencia no solo de mujeres académicas sino de la autora del Diccionario de uso del español. Por su respuesta supuse que el nombramiento de una académica era más o menos inminente y quise creer que no habría ninguna duda en que recaería en María Moliner. Por el libro de Inmaculada me he enterado de que Carmen Conde, buena amiga de Moliner, consideró asimismo que María era en verdad quien se merecía el sillón que Conde iba finalmente a ocupar como primera académica.

Por esos años, María Moliner ya estaba enferma y quizá hiciera balance de una vida dedicada a la palabra, desde que Américo Castro le corrigiera una redacción escolar en la que glosaba una excusión a Toledo como alumna de la Institución Libre de Enseñanza. Con las llamadas Misiones Pedagógicas, puestas en marcha durante el primer periodo republicano, Moliner mantuvo una intensa actividad impulsando la creación de bibliotecas rurales. En 1933 el número de bibliotecas en pequeñas localidades superaba las tres mil. El golpe de Estado de 1936 impidió que llegara a madurar el proyecto que su promotora había elaborado sobre La lectura pública y el plan de bibliotecas. Se trataba de  fomentar una actividad que procurara deleite y convicción moral para una España democrática y progresista,  y que incluso durante la guerra mantuvo su radio de influencia en la zona republicana, pues se siguieron creando (marzo de 1938) hasta 183 bibliotecas. También realizó María Moliner, en medio del conflicto armado, una notable labor en la Oficina de Adquisición de Libros, salvaguardando miles de valiosos volúmenes y preservando con ello la cultura mientras azotaban al país vientos de barbarie. 

Con la paz de Franco llegaron las represalias y tanto María como su marido, Fernando Ramón y Ferrando, que introdujo las teorías de Einstein en España, las sufrieron por partida doble. Por fortuna, sobre María Moliner no cayó la pena de muerte a la que fue condenada su compañera Juana Capdevilla, que estaba embarazada cuando la fusilaron. Se la postergó como bibliotecaria durante tres años y fue inhabilitada para puestos de mando y confianza. La melancolía de las horas no aprovechadas, según su propia expresión, la condujo a trabajar artesanal y concienzudamente en su diccionario al margen de su sorda jornada laboral como funcionaria. Como no había más despacho en la casa que el de su marido, Moliner realizó esa labor en la mesa del comedor, al tiempo que compatibilizaba el estudio de las palabras con la crianza de sus hijos. 

El exilio interior de la lexicógrafa concluye con la publicación del diccionario en 1967. "Cogí un lápiz, una cartilla y empecé a esbozar un diccionario que yo proyectaba breve, unos seis meses de trabajo, y la cosa se ha convertido en 15 años", declaró María Moliner cuando presentó su obra, "el más completo, más útil, más acucioso y más divertido diccionario de la lengua castellana", según García Márquez. Cinco años después se estudia la candidatura de Moliner como académica, al quedar vacante la plaza de Narciso Alonso Cortés. Camilo José Cela se resiste. Prima el criterio que había impedido antes a Gertrudis Gómez de Avellaneda (1853) y Pardo Bazán (1912) acceder a la docta casa. En lugar de María Moliner es elegido el catedrático y lingüista de la Universidad de Oviedo Emilio Alarcos. Carmen Conde no puede evitar una drástica reacción contra la decisión de la RAE: es un asco de misoginia y putrefacción. 

En 1975 la enfermedad afectó a la memoria de María Moliner hasta el punto de tener que interrumpir sus trabajos preparatorios para la segunda edición del diccionario. María se refugió entonces en el cuidado de las flores de su jardín. No tuvo consciencia de la muerte del dictador que pretendió acallar su vida, hecha y colmada de palabras, libres y cultivadas en el recuerdo de aquel profesor de la Institución Libre de Enseñanza que cuando tenía 9 años le corrigió una frase de su redacción escolar.

*Editorial Turner.

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