Hace algunos días, la prensa difundió la muerte del periodista británico Lee Halpin, cuyo deceso se debió, presumiblemente, a la hipotermia. Este joven, de 27 años, decidió realizar un reportaje a los vagabundos de la ciudad de Newcastle, con el fin de obtener una beca de la estación de televisión Channel 4. Quiso experimentar en carne propia los sufrimientos de los sin casa, para transmitir con veracidad lo que significa vivir en la calle. Llevaba tres días en esa tarea cuando falleció. Quizás el destino encontró en él un nuevo protagonista, capaz de mostrar lo que cada invierno padecen los sin techo.
El mundo tecnológico en que vivimos nos
permite seguir en directo la noticia, ir a la caza de la información desde la
tranquilidad de nuestros hogares o lugares de trabajo. Así, asistimos
expectantes a los resultados de un partido de fútbol o a la inauguración de un
evento. Vibramos con el lado lúdico y bonito de la primicia. No obstante,
también nos sobrecogemos con alguna catástrofe transmitida “in situ” o nos
indignamos con las imágenes de los conflictos bélicos. Pero, ¿quiénes nos traen
las noticias desde el lugar en que se producen, aún a costa de poner en peligro
su integridad física? Son hombres y mujeres que han hecho del periodismo, con
título o sin él, su profesión y su vocación. Son los ojos de los espectadores y
la voz de los silenciados.
Según el Instituto Internacional de la Prensa, en el año 2012,
murieron de forma violenta, 133 periodistas y en lo que va de año, 29 ya han
perdido la vida. Cayeron víctimas de disparos a quemarropa, de metralla o de
atentados. En países donde la libertad de prensa es reprimida o los mafiosos de
turno imponen su ley, la verdad resulta molesta y hay que acallarla a como dé
lugar. En otros, donde la sangre corre como ríos sin cauce, la muerte no
respeta una credencial de prensa. Siria es hoy un ejemplo palpable de lo
arriesgado que resulta hacer periodismo. Por su parte, Reporteros sin Fronteras
denuncia que, en la actualidad, hay 179 periodistas detenidos en el mundo y
otras 148 personas ligadas al ámbito informativo se encuentran también privadas
de libertad. China, Turquía, Irán, Vietnam y Eritrea encabezan las
estadísticas.
El documental “Aunque me cueste la vida”,
retrata la figura de Leonardo Henrichsen, un camarógrafo argentino que filmó en
Chile su propio asesinato el 29 de junio de 1973. Esta cinta representa a
cabalidad la necesidad de informar, el deber de estar en primera línea
exponiendo los hechos. Callarse o huir de la verdad no es asunto de un buen
periodista.
DdA, IX/2357
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