jueves, 21 de octubre de 2004

La caída de Castro y la ruta del Che para turistas

Félix Población

Hace 37 años mataron a Ernesto Guevara en Bolivia. Promovía en aquel país una insurrección armada cuya malograda trayectoria revolucionaria se inscribió después en la aureola del mito. Por mucho que hoy nos choque, corrían vientos propicios a esa idea y sentir entre la mocedad sesentayochista. Parece que fue ayer pero ocurrió en otro siglo.

Desde entonces a nuestros días, la iconografía guevarista no ha dejado de emplearse como objeto de consumo. El poder fagocitador de la sociedad vigente ha sido de tal calibre que hay muchachos hoy que visten camisetas con la imagen del Che sin saber su identidad. El firmante de esa imagen fue Alberto Díaz Gutiérrez, Korda, cuya carismática fotografía del comandante fue sucia y abyectamente adulterada en todo tipo de propaganda para mayor menoscabo de su memoria.

No hace mucho, incluso, la hija de Korda, Diana Díaz López, llevó a los tribunales franceses a una renombrada organización internacional que hubo de desestimar el previsto empleo de la instantánea en contra del régimen castrista.

(Sería deseable, por cierto, que la reciente caída de Fidel al descender del mausoleo de Guevara le hiciera considerar que la colaboración de Europa, y los consiguientes pasos en contra del brutal y largo bloqueo económico que sufre la isla, reclaman como contrapartida una transición política, propulsada desde La Habana, que favorezca el entendimiento antes que la hostilidad entre los cubanos del interior y del exilio).

Las últimas imágenes que nos han llegado del Che proceden de la película del director brasileño Walter Salles, producida por Robert Redford, Diarios en motocicleta. Recrean las experiencias acumuladas por el entonces estudiante de medicina cuando, en compañía de su amigo Alberto Granado, recorrió en moto varios países de América. El viaje favoreció el ulterior compromiso de Ernesto Guevara con la lucha revolucionaria al reconocer sobre el terreno la miseria endémica padecida en muchas regiones de las naciones visitadas.

No estaba Bolivia en esa ruta juvenil y motera del Che. Bolivia quedó para el final de trayecto de una biografía entregada con total derroche de generosidad a una causa tan altruista como solidaria. Fue en el sudeste de la selva boliviana, en el pequeño poblado de La Higuera, donde la persecución implacable del ejército acabó con la vida del comandante guerrillero en octubre de 1967.

Recuerdo muy bien esos días porque un estimado amigo de la adolescencia, a quien admiraba por sus facultades artísticas, pintó un lienzo de gran formato con El Che crucificado para concursar, con provocadoras intenciones, en un certamen de pintura que no ganó por razones obvias.

Ahora, los indígenas guaraníes y los municipios de la zona donde combatió y murió Ernesto Guevara, con el apoyo de una organización no gubernamental inglesa y la financiación del gobierno británico, han decidido recuperar la Ruta del Che como itinerario turístico. Al aliciente histórico personal hay que unir la atracción añadida de los tres parques naturales protegidos existentes en la región. El propio Estado boliviano favorecerá la promoción de la Ruta en las ferias internacionales de turismo.

Nelly Romero, dirigente guaraní comprometida desde el principio con el proyecto, justificó su postura con muy juiciosos argumentos: Si El Che peleaba por los pobres, los indígenas y los campesinos, seguramente no le habría molestado que su nombre y su sacrificio sean aprovechados por nosotros los guaraníes.

Personalmente pienso que, para evocar la razón de su vida, El Che hubiera preferido, antes que la memoria de los turistas o el frío simbolismo de los mausoleos, el activo ejercicio de la conciencia a través de la última recomendación dada a sus hijos: Sean siempre capaces de sentir en lo más hondo cualquier injusticia cometida contra cualquiera en cualquier parte del mundo.

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