Decía Julia Kristeva que todo crimen -escribe hoy Noelia Adánez en el diario Público-, porque señala la fragilidad de la ley, es abyecto, pero son más abyectos aquellos crímenes que no solo buscan quebrantar la ley, sino poner de manifiesto que su fragilidad es, de algún modo, la de nuestra propia existencia. El hecho de que mientras estaban teniendo lugar episodios como el de Srebrenica, hubiera individuos dispuestos a cruzar a un territorio en guerra para asesinar a sangre fría a civiles (pagando un precio superior a los cien mil euros si el asesinado era un niño), va más allá de la crueldad y nos sitúa en los márgenes sombríos de lo abyecto. Nos lleva al terreno de lo turbio, de lo tenebroso, a ese lugar donde, como decía Kristeva, el terror disimula y el odio sonríe, como los soldados israelíes sonreían mirando a cámara mientras llevaban a cabo el genocidio en Gaza.
Noelia Adánez
Aida Selmanagić no existió nunca. Es el nombre que la
directora de cine Jasmila
Žbanić eligió darle a la protagonista de su sobrecogedora película Quo
Vadis, Aida? (2020). En el film, Aida es una traductora bosnia que
trabaja para las fuerzas internacionales de Naciones Unidas y que vive en
primera persona la masacre de Srebrenica, uno de los hitos fundamentales de la
guerra en Bosnia-Herzegovina.
El ciclo de guerras yugoslavas fraguado al inicio de la
década de los noventa, constató hace ya treinta años la inexistencia de una
política exterior europea, y puso de manifiesto la inoperancia de los
organismos internacionales y la omnipotencia de Estados Unidos en un orden
global que parecía abocado al multilateralismo.
La descomposición del mundo soviético afectó a los Balcanes
de un modo singular, pues singular había sido la autoridad ejercida por Tito
sobre unos territorios heterogéneos y sobre unas elites con intereses
diferenciados. La disfunción entre un sistema descentralizado y un Estado de
partido único, la crisis económica y el desigual reparto de la riqueza entre
las repúblicas integradas en la Federación y entre el rural y las ciudades,
junto con la "serbianización" de las fuerzas armadas, detonaron una
serie de conflictos en cadena de los que emergió el elemento identitario y
cultural como factor de distanciamiento decisivo.
Carlos Taibo habló de la "reaparición de la
historia" para explicar la capacidad de movilización de discursos (que hoy
llamaríamos de odio) como por ejemplo el de los serbios partidarios
de Milošević frente a los planteamientos separatistas de Eslovenia y
Croacia y, de manera creciente según avanzaba el conflicto, frente a los
bosnios de la República Srpska.
En suma, fue la instrumentalización del nacionalismo por
parte de las elites lo que abocó a que un conflicto civil y político acabara
detonando una serie de guerras cruentas que costaron la vida de más de cien mil
personas y que provocaron entre un millón y medio y dos millones de
desplazamientos forzosos.
En Srebrenica fueron asesinados en el verano de 1995 y en tan
solo tres días más de ocho mil hombres adultos, ancianos y niños. Las mujeres
fueron deportadas por orden del ejército liderado por el comandante Ratko
Mladić, quien fue juzgado y encontrado culpable de genocidio junto con el
presidente de la República Srpska, Radovan Karadžić, tanto por el Tribunal
Penal Internacional para la exYugoslavia como por el Tribunal Internacional de
Justicia. La responsabilidad de Milošević en el genocidio de Sbrenica, así
como en los crímenes de guerra y de lesa humanidad por los que estaba
siendo juzgado en La Haya como consecuencia de su participación en los
conflictos de Kosovo, Croacia y Bosnia, nunca se llegó a determinar,
pues Milošević apareció muerto en su celda el 11 de marzo de 2006.
Lo que sí se pudo determinar es que de nada sirvió
que Srebrenica hubiera sido declarada un "área segura" por
Naciones Unidas desde el momento en que tal seguridad se dejó en manos de un
"contingente" de cuatrocientos cascos azules holandeses.
La Aida del film de Jasmila Žbanić es una de las miles
de bosnias refugiadas con su familia en el complejo de Naciones Unidas
en Potočari, del que muy pocos hombres salieron con vida. Aida representa
a las supervivientes cuyo testimonio constató que fue inútil implorar la
protección internacional y rendirse ante el enemigo, lo que de facto estaban
haciendo los civiles bosnios confinados en Srebrenica desde tiempo
atrás.
Esta masacre precipitó una intervención más activa de la
comunidad internacional en el conflicto y, meses más tarde, la firma de los
Acuerdos de Paz de Dayton, de los que se cumplirán treinta años el próximo 21
de noviembre. Dayton fue un tratado cicatero que validó un resultado
indeseable: la partición étnica del país y una paz basada en gran medida (a
pesar de los juicios internacionales posteriores) en el olvido.
Quo Vadis? ¿A dónde vas? Así interroga Jasmila a las víctimas
de la masacre de Srebrenica, y responde en su película, con un montaje
cinematográfico tajante, que al martirio, porque no tuvieron escapatoria. Pero
su pregunta está también dirigida a Europa y al conjunto de la humanidad. ¿A
dónde nos dirigimos cuando damos por bueno el exterminio de miles de
vidas humanas? ¿A dónde nos conduce toda esta crueldad?
De una crueldad sin medida nos habla precisamente la investigación
llevada a cabo por varios medios italianos y que ha terminado en manos de la
Fiscalía de Milán, que tendrá que esclarecer un presunto delito de
homicidio voluntario con la agravante de crueldad y motivos abyectos, tras
constatarse que hubo italianos que pagaban por ir a Sarajevo de fin de semana y
disparar a civiles durante la guerra, como si se tratara de una cacería.
Decía Julia Kristeva que todo crimen, porque señala la
fragilidad de la ley, es abyecto, pero son más abyectos aquellos crímenes que
no solo buscan quebrantar la ley, sino poner de manifiesto que su fragilidad
es, de algún modo, la de nuestra propia existencia. El hecho de que mientras
estaban teniendo lugar episodios como el de Srebrenica, hubiera individuos
dispuestos a cruzar a un territorio en guerra para asesinar a sangre fría a
civiles (pagando un precio superior a los cien mil euros si el asesinado era un
niño), va más allá de la crueldad y nos sitúa en los márgenes sombríos de lo
abyecto. Nos lleva al terreno de lo turbio, de lo tenebroso, a ese lugar donde,
como decía Kristeva, el terror disimula y el odio sonríe, como los soldados
israelíes sonreían mirando a cámara mientras llevaban a cabo el genocidio en
Gaza.
Quo vadis, humanidad?
PÚBLICO DdA, XXI/6166

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