viernes, 14 de noviembre de 2025

GAZA, SARAJEVO: DONDE EL TERROR DISIMULA Y EL ODIO SONRÍE

Decía Julia Kristeva que todo crimen -escribe hoy Noelia Adánez en el diario Público-, porque señala la fragilidad de la ley, es abyecto, pero son más abyectos aquellos crímenes que no solo buscan quebrantar la ley, sino poner de manifiesto que su fragilidad es, de algún modo, la de nuestra propia existencia. El hecho de que mientras estaban teniendo lugar episodios como el de Srebrenica, hubiera individuos dispuestos a cruzar a un territorio en guerra para asesinar a sangre fría a civiles (pagando un precio superior a los cien mil euros si el asesinado era un niño), va más allá de la crueldad y nos sitúa en los márgenes sombríos de lo abyecto. Nos lleva al terreno de lo turbio, de lo tenebroso, a ese lugar donde, como decía Kristeva, el terror disimula y el odio sonríe, como los soldados israelíes sonreían mirando a cámara mientras llevaban a cabo el genocidio en Gaza.


 

Noelia Adánez

Aida Selmanagić no existió nunca. Es el nombre que la directora de cine Jasmila Žbanić eligió darle a la protagonista de su sobrecogedora película Quo Vadis, Aida? (2020). En el film, Aida es una traductora bosnia que trabaja para las fuerzas internacionales de Naciones Unidas y que vive en primera persona la masacre de Srebrenica, uno de los hitos fundamentales de la guerra en Bosnia-Herzegovina.

El ciclo de guerras yugoslavas fraguado al inicio de la década de los noventa, constató hace ya treinta años la inexistencia de una política exterior europea, y puso de manifiesto la inoperancia de los organismos internacionales y la omnipotencia de Estados Unidos en un orden global que parecía abocado al multilateralismo.

La descomposición del mundo soviético afectó a los Balcanes de un modo singular, pues singular había sido la autoridad ejercida por Tito sobre unos territorios heterogéneos y sobre unas elites con intereses diferenciados. La disfunción entre un sistema descentralizado y un Estado de partido único, la crisis económica y el desigual reparto de la riqueza entre las repúblicas integradas en la Federación y entre el rural y las ciudades, junto con la "serbianización" de las fuerzas armadas, detonaron una serie de conflictos en cadena de los que emergió el elemento identitario y cultural como factor de distanciamiento decisivo. 

Carlos Taibo habló de la "reaparición de la historia" para explicar la capacidad de movilización de discursos (que hoy llamaríamos de odio) como por ejemplo el de los serbios partidarios de Milošević frente a los planteamientos separatistas de Eslovenia y Croacia y, de manera creciente según avanzaba el conflicto, frente a los bosnios de la República Srpska. 

En suma, fue la instrumentalización del nacionalismo por parte de las elites lo que abocó a que un conflicto civil y político acabara detonando una serie de guerras cruentas que costaron la vida de más de cien mil personas y que provocaron entre un millón y medio y dos millones de desplazamientos forzosos.

En Srebrenica fueron asesinados en el verano de 1995 y en tan solo tres días más de ocho mil hombres adultos, ancianos y niños. Las mujeres fueron deportadas por orden del ejército liderado por el comandante Ratko Mladić, quien fue juzgado y encontrado culpable de genocidio junto con el presidente de la República Srpska, Radovan Karadžić, tanto por el Tribunal Penal Internacional para la exYugoslavia como por el Tribunal Internacional de Justicia. La responsabilidad de Milošević en el genocidio de Sbrenica, así como en los crímenes de guerra y de lesa humanidad por los que estaba siendo juzgado en La Haya como consecuencia de su participación en los conflictos de Kosovo, Croacia y Bosnia, nunca se llegó a determinar, pues Milošević apareció muerto en su celda el 11 de marzo de 2006.

Lo que sí se pudo determinar es que de nada sirvió que Srebrenica hubiera sido declarada un "área segura" por Naciones Unidas desde el momento en que tal seguridad se dejó en manos de un "contingente" de cuatrocientos cascos azules holandeses. 

La Aida del film de Jasmila Žbanić es una de las miles de bosnias refugiadas con su familia en el complejo de Naciones Unidas en Potočari, del que muy pocos hombres salieron con vida. Aida representa a las supervivientes cuyo testimonio constató que fue inútil implorar la protección internacional y rendirse ante el enemigo, lo que de facto estaban haciendo los civiles bosnios confinados en Srebrenica desde tiempo atrás.

Esta masacre precipitó una intervención más activa de la comunidad internacional en el conflicto y, meses más tarde, la firma de los Acuerdos de Paz de Dayton, de los que se cumplirán treinta años el próximo 21 de noviembre. Dayton fue un tratado cicatero que validó un resultado indeseable: la partición étnica del país y una paz basada en gran medida (a pesar de los juicios internacionales posteriores) en el olvido. 

Quo Vadis? ¿A dónde vas? Así interroga Jasmila a las víctimas de la masacre de Srebrenica, y responde en su película, con un montaje cinematográfico tajante, que al martirio, porque no tuvieron escapatoria. Pero su pregunta está también dirigida a Europa y al conjunto de la humanidad. ¿A dónde nos dirigimos  cuando damos por bueno el exterminio de miles de vidas humanas? ¿A dónde nos conduce toda esta crueldad?

De una crueldad sin medida nos habla precisamente la investigación llevada a cabo por varios medios italianos y que ha terminado en manos de la Fiscalía de Milán, que tendrá que esclarecer un presunto delito de homicidio voluntario con la agravante de crueldad y motivos abyectos, tras constatarse que hubo italianos que pagaban por ir a Sarajevo de fin de semana y disparar a civiles durante la guerra, como si se tratara de una cacería.

Decía Julia Kristeva que todo crimen, porque señala la fragilidad de la ley, es abyecto, pero son más abyectos aquellos crímenes que no solo buscan quebrantar la ley, sino poner de manifiesto que su fragilidad es, de algún modo, la de nuestra propia existencia. El hecho de que mientras estaban teniendo lugar episodios como el de Srebrenica, hubiera individuos dispuestos a cruzar a un territorio en guerra para asesinar a sangre fría a civiles (pagando un precio superior a los cien mil euros si el asesinado era un niño), va más allá de la crueldad y nos sitúa en los márgenes sombríos de lo abyecto. Nos lleva al terreno de lo turbio, de lo tenebroso, a ese lugar donde, como decía Kristeva, el terror disimula y el odio sonríe, como los soldados israelíes sonreían mirando a cámara mientras llevaban a cabo el genocidio en Gaza. 

Quo vadis, humanidad?

PÚBLICO  DdA, XXI/6166

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