Lazarillo
Acabamos de ver Los tres días del Cóndor, de Sidney Pollack, que no es su mejor película precisamente, pero me ha bastado para recordar a un actor que nunca envejeció a pesar de que envejeciéramos con él. Quizá porque fue uno de esos actores a los que quisimos siempre porque nunca nos defraudaron, ni en el cine ni en la vida. Hoy sabemos que falleció mientras dormía, que es la mejor de las muertes, la que deberían tener siempre los mejores. Supimos, antes de que eso ocurriera, que Robert Redford no quería que se le recordara sólo como director o como actor, sino como ciudadano y persona comprometidos con el medio ambiente. Es algo que arraigó en su personalidad desde que era niño y descubrió en los paisajes de su lugar natal. Pero si eso avala ya de suyo la vida de un ser humano, también hay que reconocer en Redford su resistencia a que se le tratara como a tantos otros actores/objeto de la factoría de Hollywod, por muy mágica que fuera la apariencia de ese centro capital de la industria del cine en Estados Unidos. Redford ha fallecido sin dejarse embaucar por la fama, y para quienes le quisimos sin haberlo conocido hubiera sido un honor confirmar en una charla lo que aquí dejo escrito, convencido como estoy de su certidumbre*.
*"Esta mañana cuando leí que Bob se fue sentí un golpe durísimo. No puedo para de llorar. Él significaba mucho para mí y era una hermosa persona en todo el sentido de la palabra. Él defendía a una América por la que tenemos que seguir luchando”, escribió su amiga Jane Fonda.
DdA, XXI/6105
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