José Ignacio Fernández del Castro
«El sujeto no debe darse cuenta de que los malos tratos son un ataque deliberado contra su identidad por parte de un enemigo anti-humano. Debe hacérsele sentir que CUALQUIER trato que reciba lo tiene bien merecido porque hay algo (nunca preciso) horrible en él que le hace culpable.»
William Seward BURROUGHS; (San Luis, Misuri,
Estados Unidos, 5 de febrero de 1914 - Kansas,
2 de agosto de 1997): Naked Lunch (El almuerzo desnudo-) (1959).
Nació hace más de un siglo, pero ¡qué lucidez!... El escandaloso (por ir contra todas las convenciones) almuerzo desnudo de Burroughs (escrito, por cierto, el mismo año en el que nací yo) plasmaba ya con nitidez (y brutal sarcasmo) lo que es el ideal de la violencia basada en el ejercicio del poder, del dominio ilegítimo (ya sea desde el aparato jurídico-represivo del Estado o por el macho dominante).
Se trata de constituirse en instrumento anti-humano, en automatismo irreflexivo que desencadena su ataque ante actos que, aunque con frecuencia las víctimas no sepan con precisión por qué, acaban sintiendo que las hacen merecedoras de cualquier trato vejatorio, de cualquier castigo, hasta de la muerte más horrible... El Estado de Israel ha demostrado a lo largo de su historia (y lo eleva a la enésima potencia ahora con Netanyahu) una infinita capacidad para hacerlo: para convencerse (y tratar de convencer al resto del mundo, incluyendo a sus víctimas) de que ellos son el “pueblo elegido”, de que “los otros” (sus enemigos) son infrahumanos y, por serlo, merecen cualquier violencia que se les aplique (expulsión de sus tierras, colonización, represalias desproporcionadas en castigo a sus supuestas agresiones, condena a sangre y fuego de su población civil, utilización del hambre como arma de guerra…).
Se trata, en fin de poner todos los discursos y toda la maquinaria mediática del poder al servicio de la extensión de un imaginario colectivo (como todos, más determinante de sentimientos y conductas que determinado en sus perfiles) de lo socialmente horrible, de lo que merece ser demonizado, de lo que resulta criminalizable... Y de hacerlo, además, de forma vaga, sin gran precisión, para que, por un lado, las víctimas potenciales vivan en el miedo permanente al “merecido castigo” (por no tener totalmente claro qué es lo que necesariamente lo provoca) y, de paso, generar en ellas cierta sumisión agradecida (cuando no se recibe); y, por otro, para que sus poderosos ejecutores (sus verdugos) puedan tener un amplio espacio de discrecionalidad que fortalezca aún más su dominio.
Evidentemente, esa será la situación (y deben ser las últimas sensaciones de incomprensión y miedo) de los miles de muertos en el intento de alcanzar las costas europeas del Mediterráneo... Esa es la situación (y las sensaciones) de tantas mujeres maltratadas hasta la muerte… Y esa es la situación (y las sensaciones) de la población de Gaza sometida a los bombardeos y el hambre, condenada a la destrucción de sus recursos más elementales (desde fuentes de agua potable hasta hospitales), mientras la hipocresía globalizada mira para otro lado y tolera la barbarie.
Por eso, ante “las autoridades” (ufanos paladines de un orden mundial cada día más inexistente), es tan buena noticia que, al menos, la ciudadanía haya tomado la decisión de hacer que sus eventos y diversiones con “publicitaria” participación sionista no puedan celebrarse con normalidad... Es probablemente la única forma de combatir esa violencia del dominio ilegítimo, usando la presencia en sus propios medios de comunicación como mecanismo para crear conciencia colectiva del oprobio globalizado. A fin de cuentas, esas autoridades siempre temen la rebeldía porque les desordena los rebaños.
GRITOS CON CITA Y GLOSA (XLI) DdA, XXI/6104
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