Lazarillo
Suele ocurrir en el último tramo de la vida o una vez jubilado/a de la profesión por la que, generalmente, se residió durante casi toda una vida lejos del lugar natal. Recuerdo siempre el caso de uno de mis más querido profesores de instituto, que volvió a su aldea gallega cuando ya una grave enfermedad hizo presa en su cuerpo. Algo se busca y puede que algo se logra cuando en el arrabal de senectud se regresa a las raíces. Lo no habitual es que eso lo haga una persona de 34 años y que su destino, desde Madrid, sea una pequeña ciudad de de una de las provincias de la España vaciada, y que, además, reafirme sus razones con una versión desafiadora del único mantra vital que me acuna y me sostiene, según escribe. Para Alejandro de la Rosa, triunfar es estar en el lugar donde se quiere, puede que porque sea el lugar al que más se quiere y al que también se ha aprendido a querer en la distancia, que en su caso no se ha traducido en olvido sino en retorno. Habrá quien lo considere una renuncia, pero no quien tiene tan claro en qué consiste el triunfo. Hoy he leído que más de 400 leoneses que vivían en el extranjero -como el propio Alejandro de la Rosa en esa ciudad extraña en que se ha convertido Madrid- regresaron a su casa vaciada el pasado año, un 6,9 por ciento más que el año anterior.
DdA, XXI/6053
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