martes, 29 de julio de 2025

DEL INMENSO VALOR DE LA CAPACIDAD DE REÍR COMO SÍNTOMA HUMANO

 


José Ignacio Fernández del Castro

«Quizá me equivoque, pero tengo por seguro que se puede conocer a un hombre por su modo de reír: si la risa de un desconocido nos resulta simpática, podemos afirmar que aquel hombre es bueno.»
Fiódor Mijáilovich DOSTOYEVSKI (Moscú, Imperio Ruso, 30 de octubre, calendario Juliano/ 11 de noviembre, calendario Gregoriano, de 1821 - San Petersburgo, 
28 de enero, Jul./ 9 de febrero, Greg., de 1881. 
Memorias de la casa de los muertos (1862).

Es difícil conocer a quienes nos rodean, incluso a las personas más cercanas y de trato cotidiano... Afortunadamente, los seres humanos no suelen perder la capacidad de sorprendernos. Y, por eso, debemos acudir a signos externos para valorarlos.

La risa, la capacidad para reírse del mundo y de uno mismo suele ser un buen síntoma... No es que el reírse de todo nos garantice la bondad del riente (en realidad, la bondad o maldad de la gente es una categoría moral y por tanto, como diría cualquier marxista ortodoxo, meramente superestructural, simple reflejo legitimador en la conciencia de las propias condiciones materiales de la existencia). Pero sí es, sin duda, una orientación útil para “saber a qué atenernos” la que aconseja desconfiar de quien sea incapaz de tomar la suficiente distancia con respecto al mundo y a sí mismo como para poder reírse… ¡Y a fe que en días como estos, en los que el cielo que cubre mi vivienda habitual se ve atronadoramente perturbado por los vuelos rasantes de unos cazas McDonnell Douglas EF-18 “Hornet” y Eurofignter “Typhoon” que, aparte de derrochar tres mil litros de combustible por hora de vuelo cada uno, ofenden con su mera presencia cualquier sensibilidad humanitaria en estos tiempos de bombardeos genocidas sobre tanta gente indefensa, no es fácil despertar la suave curva de una mínima sonrisa!.
Pero, en fin, lo cierto es que la incapacidad para la sorna y el sarcasmo suele aparejar una pérdida de cualquier deseo de sorpresas (de sorprender y de ser sorprendido) y asentarse sobre una preocupación algo enfermiza por el bien propio. Y, ¿puede considerarse esa la mejor carta de presentación para una amistad?. Afortunadamente, a reír también se aprende (lo hizo hasta el taciturno Dostoyevski). Y riendo también se aprende.

 GRITOS CON CITA Y GLOSA (XXXVII)    DdA, XXI/6056

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