Sandra Russo
En el Superagente 86,
la lucha era entre el ORDEN y el KAOS. Crecimos viendo en la tele blanco y
negro lo que había. Inocentemente, sin ningún semiólogo a mano. Veíamos
historias que nos contaban quiénes eran los buenos y los malos. La supresión de
los matices siempre es un daño de observación.
Aquella fue una batalla cultural,
como bien nos dejaron en claro Dorfman y Mattelart cuando ya éramos
adolescentes, incluyó hasta al Pato Donald. Como generaciones debutantes, no la
vivimos como tal, no nos dimos cuenta en la infancia. En la adolescencia, sin
embargo, ese “darse cuenta” produjo un rechazo generacional – minoritario pero
intenso- a productos como Fiebre de sábado por la noche. Travolta
estaba todavía muy lejos de Tarantino. Había que divertirse. Mientras saqueaban
y mataban, había que divertirse.
En los 70 esa revelación (que
estábamos siendo asquerosamente manipulados), causó mucha revulsión. En cuarto
año de la secundaria leí Un Mundo Feliz, de Huxley. A partir de
entonces y durante mucho tiempo, no podía evitar, cuando iba al cine, captar
las propagandas subliminales y me perdía la trama de la película. Era
insoportable. Pero tal era la ficha cerebral que me había bajado: nunca más
volví a leer el mundo y los hechos como antes.
Vimos muchos westerns en los que
los indios eran indefectiblemente decapitadores de valientes pioneros. Esas
caravanas eran figuritas repetidas los fines de semana. Caravanas llenas de
mujeres con pañuelos en la cabeza y bebés en los brazos, todos rozagantes,
familias que emprendían su quimera del oro, dispuestas a la aventura de la
conquista. Lástima los indios. Se iban matando unos a otros en el camino pero
la caravana llegaba gracias a los rifles. Rifles contra flechas. Esa clase de
mierda cultural era la que nos entretenía. Crecimos creyendo que el que tiene
un rifle y mata al que tiene una flecha o una piedra es el héroe. La info venía
del país que beatificó al rifle.
El Superagente 86 era ya una fase superior. Fue posterior y en la
industria también ya existían los woke aunque no lo sabían.
Fijate vos, antes de Soros. El guionista del Superagente era Mel Brooks.
Maxwell Smart y la Agente 99 fueron la puesta en ridículo de un modelo estándar
de la guerra fría. La Agencia para la que trabajaban era CONTROL, así en mayúsculas
como un letrero, y su lucha era contra KAOS.
Han pasado las décadas, ha habido
guerras, masacres, engaños, desplazados, y últimamente miles de niños elegidos
como blancos para los crímenes inexplicables, concebibles solamente desde el
abismo de lo amoral, de la inmundicia ética. Esta última semana, la aparición
de V. Canosa asociada a un show de difamación de un sector elegido para
destruirlo, volvió a apelar a la pedofilia. Cómo les gusta hablar de pedofilia.
Esta semana un diputadol de La LA misionero fue condenado a 14 años cárcel por
pedofilia. Su hermano, también condenado, dijo que “no sabía que eso era un
delito porque estaban en internet”. Eran videos de violaciones de menores. No
sabía.
Hoy Trump caotiza el mundo de una
manera aguda, vertiginosa, porque su gambito de dama es el aceleramiento. No da
tiempo a la reacción. Hoy Maxwell Smart trabajaría para KAOS, porque Trump
significa eso y es lo único que defecan las ultraderechas, allá y acá: KAOS.
Así como la barbarie era la
civilización y viceversa, estamos viviendo una época invertida, controlada por
invertidos, que hacen las canalladas más sorprendentes y viven con sus bajos
instintos al aire, bajo la consigna de que lo que hacen ellos lo hacen los
otros, eso vociferan sin parar. Pedófilos, pedófilos, acusa el sinvergüenza, él
o su ensobrada.
Ahora nos imponen nuestra
geopolítica. No es cualquier cosa incluso más allá de la capitulación soberana.
Nos imponen, con el beneplácito del coleccionista de premios al pedo, que nos
quedemos sirviendo a los regímenes de Estados Unidos e Israel ¿Saben qué quiere
decir? Que seremos eventuales escenarios de bombazos. De ese tamaño es el
sometimiento y el riesgo colectivo que implica este presidente al que una
mayoría de traidores a la patria de dieron facultades delegadas.
Pero además, está más claro que el
agua que el futuro está en China. Lo sólido está allá, en la planificación, en
un Estado al servicio de todos los sectores, en el trabajo y la reinversión
permanente en áreas estratégicas. En la búsqueda de socios y no de lameculos.
Solo ciegos o fanáticos o vivos pueden ver hoy en Estados Unidos a una sociedad
o un sistema deseable. Es un imperio roto y chorrea un líquido que hiede.
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