Casi doce años estuvo el frente de la iglesia católica el primer Papa iberoamericano de la historia de esa milenaria institución. Como los que le precedieron, Francisco visitó muchos países, entre ellos varios de América Latina, sin que Argentina figurase nunca en su destino, a pesar de que, como argentino, Bergoglio siempre lamentó no hacerlo. Washington Uranga escribe el diario Página/12 a propósito de esta anomalía:
Quienes han estado más cerca de Bergoglio reconocen que al Papa le pesó no visitar el suelo donde nació y que, sin duda, amó. Una respuesta -que puede ser poco sólida- es que cuando se abrieron espacios en la apretada agenda del pontífice esas fechas coincidieron en años electorales en la Argentina. Decididamente el Papa nunca vendría al país en medio de una campaña electoral para evitar cualquier tipo de suspicacias o de utilización política de su presencia. Puede ser un argumento válido, aunque no parece suficiente.
Lo más convincente tiene que ver con el análisis que el propio Francisco hizo sobre el escenario político del país y, en particular, acerca de la llamada “grieta”. Tanto en su versión anterior, durante los gobiernos de Cristina Fernández, Mauricio Macri y Alberto Fernández, como en la actual de “batalla cultural” en el gobierno de Javier Milei.
La presencia de Francisco en el país habría movilizado multitudes, generando concentraciones masivas y enormes desplazamientos hacia los lugares de concentración. Habría sido, sin duda, una fiesta popular. Pero cada uno de esos actos se habría transformado en una escena política difícil de controlar por las presencias de autoridades, de funcionarios, de figuras políticas. Por presencia y por ausencia. ¿Con quién se encontró? ¿A quién no vio? ¿A quién saludo y a quien hizo referencia o no? Cada gesto –así hubiese sido casual o no buscado-, pero también cada palabra pronunciada, habría dado lugar a lecturas e interpretaciones posiblemente encontradas y contradictorias.
A toda costa el Papa no quiso verse envuelto en esa situación.Mucho menos en posibles enfrentamientos o disputas que pudieran derivar como consecuencia no deseada de su presencia en el país. Francisco, constante predicador de la “cultura del encuentro” a partir de la aceptación de la diferencia, entendió que en la sociedad argentina no estaban dadas las condiciones para procesar ese mensaje. Ni siquiera a partir de la incuestionable autoridad de su palabra y de su investidura.
Dicho todo lo anterior, está claro que solo Jorge Bergoglio conoció en su intimidad la respuesta profunda, única y verdadera al interrogante inicial. De lo que sí hay certeza es que no haber vuelto a pisar su país le causó incomodidad y hasta dolor a Francisco. Por el hecho en sí, porque siempre deseó rencontrarse con su pueblo y con su feligresía, pero también porque no halló las condiciones para explicar lisa y llanamente y de manera pública los motivos.
DdA, XXI/5.965
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