A imagen y semejanza de aquellas editoriales que en su día se negaron a publicar algún libro del periodista y escritor Gregorio Morán, una librería de Barcelona ha decidido prohibir la exposición de la obra de uno de los autores más lúcidos y criticos de la Transición, y del tiempo que vivimos. Morán se sirve de esa alarmante y deplorable circunstancia, propia de un país abocado a soportar y aplicar la llamada Ley Mordaza hasta ese extremo, para escribir el siguiente artículo en BEZ. La librería en cuestión lleva el apellido de uno de los mejores autores de la literatura catalana, Pere Calders i Rossinyol (1912-1994), que como escritor republicano hubo de soportar el exilio durante buena parte de la dictadura franquista. Si la librería se llamara así por este motivo, no hay mayor ofensa a la memoria de Calders, a quien este Lazarillo tuvo el gusto de conocer.
Gregorio Morán
Casi sin darnos
cuenta hemos entrado en un mundo periodístico en el que se mezcla de
manera inquietante lo real con lo insólito. Yo creo que por primera vez
en la historia de nuestra deteriorada vida intelectual ha ocurrido algo
similar: la librería de Barcelona “Calders” ha decidido declararme
persona `non grata´. Debo precisar que no sé ni dónde está situada y con
toda probabilidad no habré entrado nunca.
Pero
lo de menos es esto, lo importante es nuestra situación como
periodistas, escritores, intelectuales o como quieran llamarnos.
Copiando el trato arrogante de tantas editoriales, ahora resulta que el
chiringuito de las librerías, que deberían cuidarnos como rosas
moribundas, nos ponen condiciones ideológicas. Sé de varias poblaciones
catalanas, y sospecho que otras no catalanas, que prohíben “motu proprio” la exposición de mis libros.
Algo insólito incluso durante el franquismo, pero de ahí a declararte
persona “non grata”, que a saber qué significa, media un trecho. ¿Qué no
puedo entrar en la librería? ¿Qué llamarán a las autoridades?
Nos estamos volviendo locos de soberbia y
estupidez. Cualquier fantasma ejerce de gran empresario hacia el
alicaído mundo de la intelectualidad. Puedo
asegurar que jamás conocí un período -y ya soy mayor- en el que el
desprecio hacia el gremio fuera tan ostentoso. Nunca fuimos casi nada,
pero ahora somos menos que nada. Curritos que escribimos y que debemos
agradecer no solo que nos publiquen -lo que era habitual hasta ahora-
sino que nos pongan en el escaparate.
Eso sí, los líderes parlamentarios
seguirán citando al pobre Antonio Machado, como si fuera un mantra que
cubriera sus vergüenzas. Malos tiempos para la lírica, escribió alguien
en época mucha más brutal que la nuestra, ahora hay que ampliarlo a la
prosa, el relato, el periodismo, la crítica literaria, en fin, a todo. Tanta atención por el silencio, acaba cansando.
Lo reconozco ¿De qué podemos escribir sin que nos salgan los lobos? En
mi calle de Barcelona -Virgen de Montserrat- hay un quiosquero que
censura los periódicos y hay algunos que compra y otros que desdeña.
Algo inédito incluso en tiempos más inquisitoriales que estos.
Habría
que preguntarse qué ha pasado para llegar a este punto, que estoy
seguro no se limita a Cataluña sino a amplios territorios de la España
eterna. Rafa Chirbes, el novelista tan ensalzado ahora como ninguneado
antes, me contaba su experiencia en un pueblo de Extremadura donde
contemplar el telediario en el bar, él, que era un habitual de tasca de
taberna, le confirmaba sentir la misma sensación que los supuestos
informativos de la televisión única del franquismo, donde los paisanos
aplaudían y jaleaban a los líderes locales.
La
pregunta del millón se reduce a una cantidad exigua, la de saber cómo
ha sido posible el deterioro social. Cuanto peor estamos, más gente
admite la situación como inevitable. Se acabaron las ilusiones, o las
pretensiones de un mundo diferente. Ahora de lo que se trata es de
sobrevivir, y para eso sirve cualquier cosa, desde la estafa a pequeña
escala, la trampa cotidiana o lanzarse al vacío de una fortuna que
sostenga el tráfico de drogas. Y esa frase, demoledora, “Yo no consumo,
pero es un negocio tan impecable como el de los bancos”.
Hemos perdido los puntos cardinales. Nadie, a ciencia cierta, sabe si va hacia el norte o al oeste, pero es una cuestión menor, porque lo fundamental es sobrevivir.
E igual que una librería te puede declarar persona “non grata”, cosa
que en el franquismo hubiera sido un delito de ciudadanía democrática,
porque asimilaba a la dictadura la misma sociedad abierta a la que
aspirábamos, ahora resulta una singularidad, sin ningún sentido de mala
conciencia, de unos fascistas reciclados con los que habremos de topar
desde que salimos de casa. Hemos fracasado, y a determinadas edades, eso
ya no tiene remedio.
DdA, XIV/3571
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