domingo, 7 de marzo de 2010

LA DIGNIDAD NO EMPUÑA PISTOLA*


Félix Población

Aunque son un exabrupto, a pocos habrán sorprendido las recientes declaraciones del afamado escritor y académico Pérez Reverte en vísperas de la salida de su próximo libro. Don Arturo sabe mejor que nadie los resortes del tinglado mediático en el que se mueve la mercadotecnia editorial, aunque él, por tirada y nombradía, no debería necesitarlos a estas alturas. Sobre todo si para hacerse notar se apela a las vísceras con aguda inteligencia mercantil, en lugar de recurrir a la más convincente, esclarecedora y por lo general más desinteresada inteligencia conceptual.

Como la Memoria Histórica está siendo últimamente materia muy sensible y dada a la controversia visceral, gracias sobre todo al escozor que causa entre quienes se resisten a condenar y reparar los crímenes de la dictadura franquista, mucho me temo que el académico y escritor se ha dejado llevar por esos temerarios derroteros, según hemos podido leer en un titular que resume sus declaraciones en una entrevista publicada por el diario El Mundo: “Pérez Reverte carga contra la Memoria Histórica y dice que todos los españoles hemos sido igual de hijos de puta”. Sin duda ha sido decisivo el uso por parte del escritor y periodista del término cervantino que culmina su manifestación para que la valoración de la noticia haya tenido su consiguiente relevancia mediática.

El empleo indiscriminado de la descalificación que hace don Arturo me recuerda un artículo suyo, publicado en el suplemento dominical de ABC hace algunos meses, en el que amagaba con hacer lo propio con la clase política. El texto llevaba por título Esa gentuza y desarrollaba con sobrada elocuencia el contenido que se le presupone. Lo iniciaba el escritor dando cuenta de su personal rabieta, desprovista de razón”, en torno a los señores diputados que ve salir del Congreso, a los que trata de oportunistas advenedizos, sin escrúpulos y sin vergüenza”, y ante los que “siente ganas -afirmaba textualmente- de ciscarme en su puta madre”. Se preguntaba el articulista a continuación “por qué se le sube la pólvora al campanario” ante el desfile de congresistas, pese a saber que entre ellos hay gente perfectamente honorable: por qué unas cuantas docenas de analfabetos irresponsables y pagados de sí mismos -añadía y matizaba luego-, sin distinción de partido ni ideología, pueden amargarme en un instante, de este modo, la tarde, el día, el país, la vida.

Que la aparente generalización inicial quedara luego reducida a unas
cuantas docenas de excepciones no impidió transmitir al lector una impresión global muy negativa acerca de los parlamentarios, que como la de ahora sobre la Memoria Histórica sería lo más noticioso en los medios. Entonces describía Pérez Reverte su desahogo con una expresión muy gráfica, echar la pota, algo que no le pasó desapercibido a José Bono, presidente del Congreso, que le recomendó servirse de un antiemético la próxima vez, en evitación de similares evacuaciones biliosas.

En lugar de eso, don Arturo ha vuelto a reincidir en el exacerbamiento, según consta en la entrevista publicada por
El Mundo. Empezando por lo más suave, es deplorable que el escritor diga que España es un país “gozosa y deliberadamente inculto”, donde una ley como la de Memoria Histórica equivale a una pistola en la mano. Pérez Reverte sabe muy bien que quienes empuñaron la pistola contra el más boyante periodo histórico de nuestra cultura se centraron en reprimir sobre todo a los maestros, el colectivo más castigado por el franquismo, que pretendió y logró combatir con una ambiciosa campaña educativa las altas tasas de analfabetismo, superiores al 30 por ciento entre los hombres y en torno al doble entre las mujeres. Quienes leímos y conocemos esa historia de España, y queremos además que se sepa, recuerde y repare la memoria enterrada en cárceles y cunetas de los que perdieron la vida por acabar con “una tierra poblada de hombres rotos” (Marcelino Domingo, ministro de Educación), sólo podemos calificar como aberrante la afirmación del escritor de que “aquí todos hemos sido igual de hijos de puta, porque el español es históricamente un hijo de puta”.

Lamenta el académico de la RAE que en nuestro país “no se haya pasado por la cuchilla a media España para hacer libre a la otra media”, como ocurrió en Francia a finales del siglo XVIII, “con una guillotina en la Puerta del Sol que le picara el billete a los curas, a los reyes, a los obispos y a los aristócratas”. En su lugar, ciertamente, se gestó y promulgó en Cádiz (1812) -escenario donde discurre precisamente la última y voluminosa novela de Pérez Reverte- una de las constituciones más liberales de su tiempo, confiados quienes la forjaron en que ese sería el ilustrado curso para encauzar un avanzado tránsito de reformas, dejando atrás para siempre la rémoras absolutistas e inquisitoriales. No fue posible porque los sectores más retrógrados y oscurantistas de la sociedad española sembraron el siglo XIX de sangrientas guerras civiles, empeñados en lastrar todo atisbo de evolución emancipadora. Ni en esa centuria fue posible la instauración y consolidación de un primer régimen republicano que promoviera una sociedad más libre y justa, ni en la siguiente se pudo culminar el pujante programa de reformas sociales, educativas y culturales que acometió la II República, asechada siempre desde la derecha, y contra la que finalmente se rebelaron, promoviendo otra guerra civil, quienes representaban a la vieja y pertinaz España reaccionaria.

Para que la historia no vuelva a repetirse, muchos españoles tenemos claro que conviene avivar lo mejor de nuestra memoria democrática, pues su enseñanza es lo más recomendable para que el papel de hijo de puta histórico no se repita en las circunstancias que le son más idóneas: cuando se pisan los votos con las botas, la ideas y la palabra con la mordaza, y la fuerza de la razón con la razón de la fuerza.

*Por error, la versión de este artículo no es exactamente la misma que hoy se publica en el diario Público.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Me gusta más esta versión que la de Público. De todos modos, gracias.

Anónimo dijo...

Esta gente no pueden hablar tan llenos de ego cuando dicen estas burradas. El ego deben metérselo por donde les quepa y evitar comportarse cono forofos rabiosos en una partido de fútbol.

Anónimo dijo...

Borges se preguntraría ¿qué piensa Mafalda?
Mafalda diría: "Es triste pegarle a la gente que tiene la razón".
Población: Qué tristeza tendrás por dentro.

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