David Pablo Montesinos
Recuerdo una escena cinematográfica en la cual un experto, cuando le
preguntaban qué ocurriría si un hacker encontraba la manera de sabotear la red
eléctrica, contestaba: “… Pues, de repente: la Edad Media”. No sé cuando
llegarían los señores feudales y los procesos por herejía, pero lo que sí
tardaría poco serían la histeria colectiva y los saqueos.
En las últimas horas nos hemos familiarizado con términos como “cero
energético” o “infraestructuras críticas”. Hay algo mejor: mi vástago ha
empezado a entender por qué los vejestorios consideramos tan importante la
radio, que ayer cumplió una función admirable en tanto que servicio público
dedicado a informar, escuchar, tranquilizar…
No sé qué hechicero maléfico ha tramado para el siglo XXI esta sucesión de
crisis agudas, cada una de las cuales parece destinada a conducirnos al fin del
mundo o, al menos, a algún tipo de escenario distópico. La cosa no llega tan
lejos, pero es lógico que muchos españoles se acostaran anoche con una
desagradable sensación de vulnerabilidad. Como si esta vida tan tecnológica,
donde todo parece que tiene que funcionar correctamente, en realidad pendiera
de un hilo.
Claro que, como desde el primero momento ha procedido la derecha, podemos
conformarnos con creer que si echáramos a Sánchez estas cosas no pasarían. Lo
de que “falta información” es un mantra común en toda crisis. También nos
sabemos eso de que el máximo responsable tarda siempre demasiadas horas en
comparecer. O que “está superado por la situación”. En fin. Nunca falta el
“complotismo”. Ya imagino a los cerebros del diario El Mundo pensando en
vincular a Pedro con el terrorismo árabe, algún sabotaje de Putin o los planes
de los reptilianos para convertirnos en sus esclavos.
No es tan divertido, pero sospecho que una caída general de la red obedece
a una concatenación de causas más o menos grises, que es lo que pasó con el
apagón de Nueva York en el 77. En estos casos, al igual que en la DANA, la
erupción volcánica en La Palma o la pandemia, lo que debemos exigirle a un
Gobierno es una gestión eficaz para paliar daños y una investigación destinada
a hallar causas y responsabilidades.
Entre tanto, la conspiranoia y la disputa partidocrática sirven para
generar confusión, como se ha hecho en las últimas horas para dañar el
prestigio de las energías renovables y afear a los socialistas una supuesta
inquina a las nucleares.
Yo propondría otro nivel de reflexión y debate. Por ejemplo…
1. Tendemos a vivir cada vez más lejos de los centros donde trabajamos, lo
que nos hace muy dependientes del automóvil, cosa que por muchas razones me
parece lamentable en lo cotidiano, y nefasto cuando sobrevienen emergencias.
2. La dependencia de la electricidad se ha hecho tan absoluta que, al mismo
tiempo que llenamos nuestras vidas de gadgets, nos volvemos cada vez más
débiles y tontos. Quizá sea esa –volvernos frágiles y menesterosos- la
verdadera conspiración.
3. Debemos ser muy beligerantes con el discurso tóxico y malintencionado
que reivindica el adelgazamiento de los servicios públicos. Cuando sobreviene
una recesión los bancos corren a pedirle rescates a los ciudadanos. Cuando
llega una inundación llamamos al ejército y los bomberos y nos indignamos
porque tardan. Cuando estalla una pandemia exigimos vacunas gratuitas. Hoy,
mientras los oportunistas culpan al Gobierno, se nos olvida que son unas
instituciones sólidas las que nos permiten salvar una situación que hubiera
podido ser trágica. Seré rotundo: es imprescindible mantener al margen de los
intereses mercantiles algunos sectores clave de la vida social. No es cuestión
de disputa partidaria, sino de supervivencia.
Concluyo, la serie española “Apagón”, que por cierto me parece muy
recomendable y muy infravalorada, me condujo a una conclusión muy inquietante:
soy un inútil, un tipo que, en realidad, no sabe hacer nada. No suelo necesitar
hacer fuego, ni buscar comida, ni protegerme de los saqueadores, ni criar
ganado, ni plantar hortalizas… de ahí que, ante una catástrofe como las que nos
amenazan, lo voy a tener bastante chungo si quiero sobrevivir. Espero que no
ocurra, pero de momento me conformo con pensar en que deberíamos dejar de vivir
como consumidores y convertirnos en ciudadanos.
DdA, XXI/5.972
2 comentarios:
En efecto, la capacidad para enfrentarse a estos problemas con velas y con pilas antes, donde los apagones en alguna zona podian ser habituales, era mucho mayor... La gente se alarmaba menos y seguía con su cotidianidad por otros medios... La dependencia de la electricidad es enfermiza y en la mayoría de las casas (la mía incluida) no tenemos ya con que calentar un café o una sopa si no hay electricidad... El apagón (mejor llevado por la gente -también, claro, porque, a diferencia del televisivo, sólo duró, en la mayoría del territorio, unas diez horas- de lo que barruntaba la teleserie "Apagón", 2022, (que reuniera en la dirección y en el guión de sus respectivos capítulos a lo más florido del nuevo panorama de la direccion en España: Raúl Arevalo, Isa Campo, Isaki Lacuesta, Alberto Rodríguez y Rodrigo Sorogoyen), de todos modos, dejó unas cuantes imágenes interesantes. Por ejemplo, los bazares chinos perfecta y casi inmediatamente adaptados a la situación, dotándose de cambio monetario y atendiendo a un aluvión de personas para vender, sobre todo, velas, pilas y linternas, mientras buena parte del comercio local acababa cerrando por imposibilidad de gestionar cualquier venta ante la falta de moneda, la imposibilidad de usar los lectores de códigos o las cajas sin alimentación eléctrica, etc.. Por ejemplo, las playas (vivo delante de la gijonesa playa de Poniente) atiborradas de gente aprovechando el espléndido día de sol, o los parques llenos de juguetones infantes con sus familias ante el inesperado asueto y la inutilidad de las pantallas que habitualmente les velaban la realidad del aire libre... Así que creo que también, como proponía de fondo la serie (o el podcast "El gran apagón", 2016-2018), hay unos interesantes aprendizajes ciudadanos en todo esto... Incluyendo el estallido en la cara de los políticos (en general, que eso está más allá de partidismos y colores) de las grandes fragilidades sobre las que se asienta nuestro sistema de vida.
Nuestro sistema de vida es frágil porque, en este caso y también en otros, la codicia de las empresas de energía está por encima de la seguridad de los ciudadanos, gracias a la codicia de algunos jefes de gobierno o, como en el caso de Sánchez, a su mansedumbre.
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