martes, 16 de diciembre de 2025

DE LA SERIE "EL QUE PUEDA HACER QUE HAGA", LLEGA EL PALOMO ARGÜELLO


Se conoce que el presidente de la Conferencia Episcopal tiene un concepto nacional-católico de la institución que encabeza, tal como su iglesia hizo durante el régimen en el que logró sus privilegios. No podía faltar la colaboración del prelado Argüello en la serie de la que habla el articulista, que para eso Aznar ha confesado que ninguna crítica le merece la dictadura en la que participó su padre. Es de esperar que monseñor Argüello y algunos de los suyos no vuelvan a echar mano de las pancartas como lo hicieron para protestar en las calles contra la ley del matrimonio entre homosexuales. Aquello también era más propio de aquella iglesia que honraba con preces, palio y brazo en alto al dictador.

Paco Arenas
Argüello está más cómodo con un papa mudo, que no le exige cuentas con la pederastia, que con un papa que hablaba demasiado y quería acabar con ella. Porque Francisco —con sus manías de Evangelio, pobres y humanidad— les salía respondón. En cambio, con un pontífice de perfil bajo, de esos que parecen rezar en modo avión, se está más a gusto: menos ruido, menos preguntas, más obediencia de despacho y la porquería debajo de la sotana.
Argüello, máximo representante de la Iglesia Aznariana, rama Abascaliana, ha salido a escena con la solemnidad de quien cree que la Constitución es un rosario que solo se reza cuando conviene. Pide —según le pille el incienso— cuestión de confianza, moción de censura, elecciones, lo que sea… pero en nombre del respeto institucional, que queda muy bien dicho con voz grave y sotana planchada.
Y uno escucha y no sabe si reír o buscar el cubo, porque habla de Constitución la misma Iglesia que se ha pasado la democracia por el hisopo: la que no se somete a las leyes civiles cuando le estorban; la que, gracias al santo patrón de las privatizaciones —Pepe Mari Aznar, beato mayor del «España va bien»— se apropió indebidamente de miles de inmuebles, con la Mezquita de Córdoba como joya del saqueo, por el precio simbólico de una propina y la bendición del BOE. Treinta mil euros: un piso interior sin ascensor, pero con minarete.
La misma Iglesia que hacía como que no veía ni escuchaba al papa Francisco —porque les tocaba la conciencia y eso mancha— y que ahora, como el nuevo pontífice es de los que no levantan la voz, se quedan tan a gusto: aquí se obedece, pero al oráculo nacional de la Iglesia Aznariana, que tiene como máxima «El que pueda hacer que haga» . La misma Iglesia que guarda silencio sobre los bebés robados en paritorios, que tapa los casos de pederastia como quien tapa una olla para que no huela, que todavía sufraga clínicas para «curar la homosexualidad» —como si el amor fuera una gripe— y que manda a fanáticos a las puertas de clínicas para acosar a mujeres que quieren interrumpir un embarazo. El catecismo, ya ves: amor al prójimo, pero con pancarta y megáfono; aunque sea haciendo el ridículo.
Y todo esto, además, con paguita. No, perdón: pagaza. La Iglesia Aznariana nos cuesta doce mil millones de euros —una cifra que, milagrosamente, nadie toca— por aquel diseño de país que dejó Franco atado y bien atado, y que después los gobiernos han tratado como reliquia: se mira, se critica, se les dice que se presenten a las elecciones… pero no se mueve. A eso súmale los cuatrocientos millones de la casilla del IRPF, y la caridad de cara a la galería: a Cáritas, las migajas y gracias. Con esos millones se podrían hacer muchas cosas: hospitales que funcionen, residencias dignas, becas, ciencia… Pero claro: quien quiera espectáculo, que se lo pague. Salvo si el espectáculo lo da la sotana: entonces lo pagamos todos, y encima hay que dar las gracias.
Hablan de adoctrinamiento como si fueran vírgenes pedagógicas, cuando llevan dos mil años dando el sermón desde púlpitos convertidos en tribunas ultras, orientando el voto: «a la derecha», «más a la derecha», «gire a la derecha en la siguiente conciencia». Y por si no bastara, les pagamos maestros de religión para que el mensaje entre por las aulas como entra el incienso: sin debate, sin réplica y con la ventana cerrada, para no suspender, ¡manda güevos!.
Y cuando hablan de corrupción —igual que los medios de manipulación masiva— miran siempre hacia un solo lado, como los caballos con orejeras. Pero nada dicen de los tejemanejes madrileños con la sanidad pública, de Alberto Quirón y sus milagros contables, de los ancianos abandonados en residencias como si fueran muebles viejos, del negocio de las mascarillas en el entorno de la reina de la charca, del caso Montoro —ese atraco con BOE— donde se robaba por encargo. De eso, silencio. Para eso sí que son papas mudos.
Y al final, como siempre, la Iglesia que debería defender a los pobres acaba arrodillada ante los opresores, y a veces agitando el látigo. Porque aquí la fe se ha vuelto una franquicia: se reza hacia arriba y se predica hacia abajo. Y el Evangelio, si molesta, se archiva. Con llave. En un inmueble inmatriculado.

DdA, XXI/6199

No hay comentarios:

Publicar un comentario