Félix Población
Mientras se perpetraba en la Franja de Gaza el genocidio contra el pueblo palestino por parte del gobierno de Netanyahu, continuado ahora después de que, estimulado por Trump, Israel rompiera el alto fuego establecido con Hamas, un documental palestino-israelí sobre la destrucción de una aldea palestina en Cisjordania fue premiado en Hollywood.
El documental se titula No other land y está dirigido por cuatro periodistas, dos palestinos y dos judíos, partidarios de un Estado palestino y una solución pacífica al conflicto según los acuerdos de la ONU y en contra de la masacre que Israel lleva a cabo en la Franja de Gaza.
Uno de los codirectores del documental, el palestino Hamdan Ballal, fue apaleado brutalmente ayer en Cisjordania por colonos judíos y desalojado de la ambulancia por soldados israelíes, sin que se sepa de su paradero. El método de unos y otros nos vuelve a recordar que más de 200 profesionales de la información palestinos fueron asesinados en la Franja de Gaza desde el mes de octubre de 2023.
También me parece pertinente recordar, después de esa colaboración entre periodistas palestinos e israelíes para contar la destrucción de una aldea palestina para hacer de ella un campo de entrenamiento militar, al gran pianista argentino Daniel Barenboim, de ascendencia judía, creador hace muchos años de la orquesta palestino-israelí West-Earn Divan Orchestra, que fue fue galardonada con varios premios y condecoraciones internacionales.
Por desgracia, Barenboim se retiró de la actividad musical hace casi tres años a causa de una grave enfermedad neuronal. Sí dejó constancia de lo que pensaba en 2018, cuando escribió un artículo cuyo titular era muy explícito: Por qué me avergüenzo hoy de ser israelí. Parece evidente que si entonces sentía vergüenza, lo que hoy podría experimentar sería indignación. Este es el artículo, publicado en el diario El País el 24 de julio:
"En 2004
pronuncié un discurso ante la Kneset —el Parlamento israelí— en el que hablé de
la Declaración de Independencia del Estado de Israel. La califiqué de “fuente
de inspiración para creer en los ideales que nos hicieron dejar de ser judíos y
nos transformaron en israelíes”, y proseguí diciendo que “este documento
extraordinario expresaba este compromiso: ‘El Estado de Israel se consagrará al
desarrollo de este país en beneficio de todos sus pueblos; se fundamentará en
los principios de libertad, justicia y paz, guiado por las visiones de los
profetas de Israel; reconocerá la plena igualdad de derechos sociales y
políticos a todos sus ciudadanos, con independencia de su religión, raza o
sexo; garantizará la libertad religiosa, de conciencia, idioma, educación y
cultura”.
Los padres
fundadores del Estado de Israel que firmaron la Declaración veían en el
principio de igualdad la piedra angular de la sociedad que estaban
construyendo. También adquirieron el compromiso —tanto ellos como nosotros— de
“procurar la paz y las buenas relaciones con todos los países y pueblos
vecinos”.
Setenta años
después, el Gobierno israelí acaba de aprobar una nueva ley que sustituye el
principio de igualdad y valores universales por el nacionalismo y el racismo.
Me llena de
profundo pesar tener que repetir exactamente las mismas preguntas que planteé
hace 14 años cuando me dirigí a la Kneset: ¿Podemos pasar por alto la distancia
intolerable que separa la Declaración de Independencia prometida de los hechos,
la distancia entre la idea y la realidad de Israel?
¿Encaja la
situación de ocupación y dominio sobre otro pueblo en la Declaración de
Independencia? ¿Tiene sentido la propia independencia a costa de los derechos
fundamentales del otro?
¿Puede el
pueblo judío, cuya historia es una crónica de sufrimiento continuo y
persecución implacable, consentir la indiferencia hacia los derechos y el
padecimiento de un pueblo vecino?
¿Puede el
Estado de Israel permitirse el sueño ingenuo de un final ideológico para el
conflicto en vez de buscar una resolución pragmática y humanitaria basada en la
justicia social?
Catorce años después, sigo creyendo que, a pesar de todas las dificultades objetivas y subjetivas, el futuro de Israel y su puesto en la familia de los países ilustrados dependerá de su capacidad para cumplir la promesa de los padres fundadores tal como la consagraron en la Declaración de Independencia.
Sin embargo, nada ha cambiado verdaderamente desde 2004. Por el contrario, ahora tenemos una ley que confirma la condición de la población árabe como ciudadanos de segunda clase. Por consiguiente, se trata de una forma muy evidente de apartheid. No creo que el pueblo judío haya vivido 20 siglos, la mayor parte de ellos sufriendo persecución y soportando crueldades sin fin, para ahora convertirse en el opresor que somete a los demás a sus crueldades. Precisamente esto es lo que hace la nueva ley. Por eso, hoy me avergüenzo de ser israelí".
DdA, XXI/5.941
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