lunes, 9 de septiembre de 2019

EN LA MUERTE DE ANGELITA GRIMAU, ESPOSA DE JULIÁN GRIMAU

El día 1 de septiembre moría en Madrid, a los 89 años de edad, la viuda de Julián Grimau, por cuya memoria luchó toda su vida sin poder lograr la anulación de la injusta condena a muerte de su marido, fusilado en abril de 1963 durante la dictadura franquista.
El pasado martes se levantó la lápida de la tumba de Julián Grimau en el cementerio Civil de Madrid. Fue enterrado ahí en 1973, una década después de su enterramiento en una fosa común, como la de muchas otras víctimas del franquismo que siguen esperando verdad, justicia y reparación. Junto a los restos mortales de Grimau se depositaron las cenizas de Ángela Martínez Lanzaco.


MARCOS ANA
Carmen Grimau

Enterramos a Angelita Grimau, como se la conocía en París, en el Cementerio Civil de Madrid el pasado tres de septiembre. En la tumba de su marido, Julián Grimau. Como quería ella. Sin aspavientos, ni ruidos, ni símbolos, sólo con una rosa roja que cada allegado iba echando sobre el granito de la tumba.
Como muchos de su generación a los que les pilló la guerra siendo muy jóvenes, Angelita vivió entre clandestinos y, por ello, tuvo varias vidas troceadas. Diferentes países, diferentes nombres. Apodos: para "los viejos del monte", Angelita era Marcela.
Vivió varias vidas y de todas ellas se salvó por su fortaleza, que era natural en ella. Ángela era la más joven de toda una generación ya desaparecida. Todo su mundo se había esfumado. Era consciente de ello y no sentía nostalgia del pasado.
Vitalista, mi madre quiso apartarse del dolor. Del dolor primero cuando fusilaron a su marido en 1963. Guardaba dentro, para sí misma, su aflicción. Nunca la expuso. Había en ella una clara voluntad de alejarse de los focos mediáticos, para poder abrazar la vida, la vida de los otros y comprenderlos. Sin renunciar a lo vivido. O lamentar lo padecido.
Nunca pidió nada a nadie, ni reclamó nada. Nunca pensó que se le debía algo. Tampoco recibió nada de nadie. "Hicimos lo que creíamos que teníamos que hacer". Lo que creímos bueno entonces. Conservaba ese rasgo tan clandestino de la extrema prudencia. Escuchaba, porque sabía escuchar y también sabía callarse. Y se callaba incluso cuando pudieron ofenderla. Mi madre carecía de cinismo o de rencor. Sólo decidió apartarse de la efervescencia política de la Transición.
Comprendía su pasado, su trabajo en el Partido Comunista, su vida con Julián y nunca se arrepintió, sólo que vivió una retirada discreta ante una presión siempre insistente para convertirla en una víctima más. Era una mujer libre, libre de cargas. Vivió de su trabajo, de su sueldo, lejos de prebendas políticas.
Tras la amnistía de 1977, Angelita cambió su pequeño piso del barrio obrero de las afueras de París por un pequeño piso en Carabanchel. Por la casa de París habían desfilado los amigos comunistas que venían del interior, y algunos jóvenes de Madrid. Así, una tarde del otoño de 1972 Angelita abrió la puerta a un joven filósofo melenudo que se presentaría como Guillermo pero que se llamaba en realidad Gabriel, Gabriel Albiac. A partir de ese momento una amistad incondicional les unió hasta el final. En París como en Madrid su comedor era idéntico: libros de memorias, cuadros, recuerdos de países que hoy no existen. Y fotos, como la de Gagarin junto a ella. Toda su larga vida cabía en ese pequeño espacio.
Conocía París al dedillo desde su juventud, cuando pateaba sus calles con maletas que venían de la frontera española en los tempranos años 50. Amó París porque allí conoció a Julián, 19 años mayor que ella.
Mi hermana Lola y yo siempre la recordaremos con sus ojos azules, casi cristalinos, con su sonrisa abierta, con sus manos extraordinariamente bellas, con su elegancia innata incluso en el final de su vida.
Se ha ido sin ruido. Sin ser intelectual nos dio una lección de estoicismo, es decir de aceptación racional de que "esto se acaba", como decía ella.
Para espantar los efectos de la morfina, ya con paliativos, en el comedor cantábamos a Piaf, desafiando la muerte: No, nada de nada/ no lamento nada/ ni el bien que me hicieron/ ni el mal/ todo está pagado, barrido, olvidado.
Moría libre, sin atadura, junto a sus nietos, Miguel, Samira y Kumari.

El Mundo/ DdA, XV/4261

3 comentarios:

Unknown dijo...

Me gustaría conectar de nuevo con tu hermana Lola, saber de ella. Fuimos compañeras y camaradas en la Universidad en Madrid en 1972, tuvimos a Matilde, una amiga común , hija de padres en el exilio y que se mató tristemente de un accidente de tráfico. Ambas me escribisteis desde Paris en un viaje que hicisteis. Me ha gustado saber de tu familia y siento la muerte de tu madre. Un abrazo para tí y para Lola.

Rufino dijo...

Agradecer que haya personas así. Creo firmemente que la semilla que plantaron esas personas nunca se perderá. Es cierto que hoy no están las cosas muy bien, pero creo que como hicieron ellos, si no permanecemos impasibles, cambiamos las dinámicas y luchamos por un mundo más justo para la mayoría, lo conseguiremos, o al menos lo intentaremos con todas nuestras fuerzas. Se lo debemos a ello y a los que nos sucederán. Mucho ánimo y podeis estar bien orgullosas de su ejemplo, como yo tb lo estoy de los mismos, que también recientemente marcharon en un viaje, hacia el Universo.

Unknown dijo...

Conocí a Angelita en Paarís, entonces Marcel, en su primer embarazo. Pasado un tiempo nos hemos visto en Zaragoza. Era gran persona, fué un placer conocerla y aprender mejor la vida y lucha política del PCE. Lamento su fallecimiento pero su recuerdo estará conmigo.Mis condolencias, por su marcha. Esperanza Martinez García.

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