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José María Patac de las Traviesas
Álvaro Noguera
En estas fechas, cada año hago un recopilatorio vital, Una suerte de examen de conciencia, una reválida, que nunca supero por culpa de un juez, severo, no; severísimo y que, casualmente, soy yo mismo. Ahí están como en lista de espera, vivencias, fracasos, putadas, algún golpe bajo, más o menos como la letra de un tango. Sí es cierto que con todos estos condimentos se aprende a hacer de necesidad virtud.
La memoria. Perderla una tragedia, mantenerla íntegra, una putada. Recuerdo, en un octubre de 1952, la primera lectura de notas, al Von Riedt, El Chapa, abroncándome. Estas notas no son para reír, son para llorar. No entendía porqué tenía que llorar, si no había cometido ninguna fechoría. El Von Riedt, era pequeño pero bajo, con el colmillo retorcido y el alma como una rehala de fox terriers con les neurones cabreades, que un día de lectura de notas se tomó la justicia por su mano con un rapacín que ya barruntaba déficit de atención.
Y ahí está el primer disgusto serio que di en casa cuando hice la primera comunión de penalty. Escapeme a comulgar en una misa colegial sin el previo ceremonial del traje de marinerito o de almirante, o de cantante de fados. Entonces apareció el padre Gallego, Rosa Mística, consolándome: Que el niño Jesús, me llamó desde el sagrario como en su día hizo con san Estanislao de Kostka. A mi parecíome que no, que todo había sido una sinsustanciada mía. Años más tarde, un día de Santa Catalina, eché a perder de por vida una rodilla por practicar salto de longitud sin tener ni idea de la técnica, que quien me mandaría. Ya habiendo abandonado la vida colegial, coincidí con el Padre Patac, un sabio y un santo al que le pregunté por qué había tenido enchufe con él. Mirome raro, ni se acordaba de mi. Le expliqué que un examen final de química dejé media hoja en blanco, la otra media, inventada, y que sin embargo me había calificado con un tres cuando no merecía más que un cero. Un santu, ya te digo.
Llegó la mili. Presenteme voluntariu y devolviéronme a los corrales. Que con esti pectus escavatum la patria no me quería. Dos años más tarde, sin embargo, estaben escasos de carne de cañón y que era más que probable que tuviese que vestir el caqui. Estoy seguro que mi viejo movió Roma con Santiago, y con Ramón y Cajal, y en la revisión en Oviedo coincidí con rapazos de Gijón con problemas muy graves a los que enviaron a revisar, creo recordar que a Valladolid. A dos mongolinos, a un chepu y a mi, nos mandaron directamente para casa. Sigo creyendo que hubo tongo.
Cansé.
Quiero que sepáis que hoy doblo la esquina y entro en los ochenta. Ahora sí; sin sobornar a nadie, siempre al límite de la depre, un poco asocial y con tres enemigos declarados: la pereza, el sofá y la artrosis.
Y recordad que las etapas de la vida del hombre son, infancia, adolescencia, madurez y estás hechu un chaval. Cuando os lo digan, daros por jodidos.
Venga, ahora rezadme una oración agnóstica. Que no soy mucho de creer, pero por si acasu, que Dios os bendiga.
DdA, XXI/6188

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