sábado, 13 de diciembre de 2025

A FAVOR DE TRUMP, EL NOBEL DE LA PAZ SE DA A QUIEN PIDE SU GUERRA


El pueblo venezolano tiene derecho a resolver sus diferencias sin amenazas militares ni sanciones, sin tutelajes ni premios diseñados para dividir. Y frente a quienes se prestan a ese juego, envueltas en discursos prefabricados y aplaudidas por quienes nunca han querido la soberanía de América Latina, lo que queda es seguir defendiendo la autodeterminación, la dignidad y la paz verdadera: la que nace del pueblo y no la que se otorga como medalla para justificar la injerencia.

Manu Pineda

Hay quien se pregunta cómo pueden otorgarle el Premio Nobel de la Paz a una mujer que pide abiertamente una intervención militar extranjera contra su propio pueblo. Pero esa pregunta está mal formulada: no se lo dan a pesar de pedir una intervención militar; se lo dan precisamente porque la pide. Ese es el mensaje que se quiere enviar. Esa es la función que se le asigna.
Ella jamás ganaría unas elecciones libres en Venezuela. Lo sabe ella, lo sabe su entorno y lo sabe el pueblo venezolano. Porque el pueblo no quiere a quien se coloca al servicio de una potencia extranjera como Estados Unidos; no quiere a quien desprecia a su propio país y pide que ejércitos extranjeros decidan su destino por la fuerza. Su proyecto no es democrático ni popular: es una agenda tutelada desde fuera, diseñada para legitimar la injerencia y la desestabilización.
El Premio Nobel, lejos de reconocer un compromiso con la paz, la convierte en una herramienta utilitaria para presionar y dividir a su nación. Es la operación simbólica que convierte la subordinación en virtud, la obediencia en heroísmo y la petición de intervención militar en discurso humanitario.
Intervención de la Sayona Cipaya en Oslo:
Se presenta ante el mundo envuelta en la retórica de los derechos humanos, pero lo que defiende es la fractura de su propio país. Habla de libertad mientras exige sanciones que castigan al pueblo. Habla de democracia mientras implora que potencias extranjeras decidan el futuro de Venezuela. Repite sin matices los argumentos del Departamento de Estado, como si su función fuera la de portavoz regional de Washington y no la de ciudadana comprometida con su gente.
Su intervención en Oslo es, en esencia, un guion escrito para justificar un mayor nivel de injerencia. El escenario, el galardón y la narrativa se combinan para vender al mundo la idea de que la paz en Venezuela pasa por la tutela externa, por la intervención, por la imposición. Nada más lejos de la realidad.

El pueblo venezolano tiene derecho a resolver sus diferencias sin amenazas militares ni sanciones, sin tutelajes ni premios diseñados para dividir. Y frente a quienes se prestan a ese juego, envueltas en discursos prefabricados y aplaudidas por quienes nunca han querido la soberanía de América Latina, lo que queda es seguir defendiendo la autodeterminación, la dignidad y la paz verdadera: la que nace del pueblo y no la que se otorga como medalla para justificar la injerencia.

DdA, XXI/6196



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