Reflexiones para una semana en la que los informativos abordan uno de los 𝐚𝐬𝐮𝐧𝐭𝐨𝐬 𝐬𝐨𝐜𝐢𝐚𝐥𝐞𝐬 más incómodos y por ende invisibilizados…
Leticia Gondi
Qué mala suerte que nadie esté dispuesto a 𝐚𝐛𝐨𝐥𝐢𝐫 𝐥𝐚 𝐩𝐫𝐨𝐟𝐞𝐬𝐢𝐨́𝐧 𝐝𝐞 𝐜𝐡𝐚𝐜𝐡𝐚; una de las más antiguas del mundo, cabe señalar.
Qué mala suerte que en los contornos de la moral 𝐧𝐨 𝐪𝐮𝐞𝐩𝐚 𝐞𝐬𝐭𝐞 𝐭𝐢𝐩𝐨 𝐝𝐞 𝐞𝐱𝐩𝐥𝐨𝐭𝐚𝐜𝐢𝐨́𝐧 𝐥𝐚𝐛𝐨𝐫𝐚𝐥 todavía persistente de mujeres, siempre mujeres, explotadas en la intimidad de los hogares. A puerta cerrada. Sin seguro y sin seguridad, por un salario irrisorio que roza la mendicidad y horarios cabrones que fluctúan de improvisto en base a las obligaciones y responsabilidades de la señora y del señorito de turno, —¿conciliar?, o sea, yo lo flipo, ¿quién le ha enseñado ese concepto a tu 𝐩𝐚𝐧𝐜𝐡𝐢𝐭𝐚?, ya te dije yo que te buscases una rumana o una de esas que no comen jamón.
Digamos que viven para trabajar. Hormiguitas de extrarradio en colectivo, antes de que amanezca caminito al barrio alto. Para aguantar un día más más 𝐦𝐚𝐥𝐚𝐬 𝐟𝐨𝐫𝐦𝐚𝐬 cuando no, más 𝐦𝐚𝐥𝐨𝐬 𝐭𝐫𝐚𝐭𝐨𝐬.
Y lo que es peor, sin testigos indiscretos que den fe del abuso al que son sometidas, en la más absoluta soledad.
Mujeres empujadas a dejar a su propia prole a cargo del mayor [del mayor, todo sea dicho, que cumple este mes 12 años], para cuidar con mimo y esmero a los herederos de la clase acomodada. Y de sus perros.
Qué pena que nadie, absolutamente NADIE quiera abolir su modus vivendi. Reubicarlas en trabajos más dignos, más humanos, más edificantes. Ofrecerles una salida profesional lejos del infierno del trabajo a domicilio y el estigma que este ocasiona a aquellas que lo practican.
¿No ves claro dónde posicionarte?, pregúntate a ti misma si has soñado esta profesión para tu propia hija, para tu madre, para tu hermana…
DdA, XXI/6166
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