Alejandro Álvarez López (desde el Valle de Fornela, León)
Hay países que no aparecen nunca en los medios de comunicación occidentales. La vida de sus gentes, su cultura, sus logros o sus carencias no son objeto de interés. Salvo cuando ocurre una catástrofe de dimensiones llamativas. Entonces los medios, desde los grandes a los pequeños, llenan páginas para hablarnos del "suceso" y secundariamente del espacio donde ocurrió y de las gentes que lo ocupan. No porque tengan interés en esos países o en sus gentes, sino porque las grandes catástrofes son propicias para crear relatos que atraen a mucha audiencia.
La información es una mercancía que se rige por criterios que no tienen que ver con la verdad o la mentira, decía ya hace 30 años Ryszard Kapuściński, y esos relatos sobre las catástrofes son peritas en dulce para atraer grandes audiencias. Basta con mezclar en los mismos unas gotas de lo humano y lo tierno con otras de lo morboso, otras de lo espectacular y otras de enfrentamiento entre bandos (siempre se pueden formar dos bandos), sin olvidar nunca el componente ideológico-político.
Con las zonas rurales en las que hemos sufrido ahora -y seguimos sufriendo- estos devastadores incendios ocurre exactamente lo mismo. Por centrarme en lo que conozco, Fornela, la vida de estos pueblos carece del más mínimo interés para los grandes medios españoles. Durante años su existencia es ignorada, permanece ausente, olvidada. Pero cuando la catástrofe visita estos pueblos, detrás de la misma, como los carroñeros, vienen los grandes medios para trasladar a sus audiencias el espectáculo (de la muerte, de la destrucción o de lo que sea) y construyen, si hace falta, historias llamativas que captan la atención de su público, cuanto más amplio mejor, pues la audiencia es la mercancía que venden a los anunciantes, de los cuales, junto con las subvenciones públicas, dependen los ingresos.
Pero, en cuanto desaparece el elemento (catástrofe, suceso llamativo) susceptible de captar esa amplia audiencia, el silencio sobre los pueblos y sus gentes vuelve a extenderse. Y retorna el olvido y el desinterés hasta el próximo suceso llamativo o la siguiente catástrofe. No hablan de los pueblos para trasladar y poner en valor sus vidas o sus culturas; los usan como mercancía informativa cuando algún trágico suceso les permite usarlos en su beneficio.
DdA, XXI/6083
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