Manuel Santana Barbuzano
En una secuencia de A Fuego Lento, mediado ya el metraje, el gourmet Dodin, dueño de la casa en la que se desarrolla la ficción, urde con mimo para Eugenie, amante del sibarita y experta cocinera de la hacienda, un desfile de exquisiteces culinarias preparadas con entregado afán para cuidarla, después de que esta haya caído víctima de un achaque relacionado con su salud. La secuencia es larga, y el silencio solo es usurpado armoniosamente por los ruidos propios de la acción: los utensilios de cocina, las manos del sutil hacedor empuñando las herramientas, los cortes del afilado cuchillo sobre carnes y hortalizas, los caldos hirviendo, pasando de un recipiente a otro. Para entonces, el espectador, testigo agradecido del sensual despliegue de orfebrería gastronómica, se sorprende sumergido en una coreografía de aromas y sabores que casi llega a percibir con unos sentidos entregados ya dócilmente a la causa. El lenguaje, hasta ahora compuesto de gestos, sonidos y de los vívidos colores de los alimentos, irrumpe para enunciar lo siguiente:
Eugenine- Gracias...gracias.
Dodin- ¿Me permites mirarte mientras comes?
En A Fuego Lento, el amor es una receta que se materializa en el mimo con el que se cocina para los demás, y en el placer de compartir lo cocinado.
DdA, XXI/6072
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