Aunque, tal como dice la articulista, estamos asistiendo como pioneros a la retransmisión de un genocidio en directo gracias a las nuevas tecnologías informativas, no hay que olvidar que por intentar contarlo fueron asesinados más de 200 periodistas palestinos -cifra jamás tan alta en un conflicto armado- y que, según leímos ayer, hasta 130 medios de comunicación se han unido a Reporteros sin Fronteras y el Comité para la Protección de Periodistas para tener libre acceso a la Franja de Gaza sin restricciones de ningún tipo. Queda por saber lo que nos contarán los historiadores de este brutal capítulo de la historia, del que, a diferencia del ocurrido hace más de ochenta años, no podremos decir nunca a nuestros hijos y nietos que no sabíamos lo que estaba pasando.
Silvia Cosio
Nos hemos quedado sin adjetivos para describir lo que está pasando en Gaza. Las palabras resultan obscenas, carentes de peso, vacías, inútiles. Llevamos año y medio siendo testigos de la completa destrucción de la Franja de Gaza por parte del Estado de Israel, de la aniquilación de un pueblo, del asesinato de sus habitantes. Escuelas, ambulancias, hospitales... Familias enteras exterminadas, niños y niñas mutilados, desmembrados, enterrados bajo los escombros, tiroteados. Personal sanitario, periodistas, poetas, músicos, educadores, deportistas. Madres, padres, abuelos... Asesinados, a cientos, a miles, cada día, delante de nuestros ojos, a plena luz del día, veinticuatro horas al día, los siete días de la semana.
Hemos convertido el genocidio palestino en algo cotidiano. Las imágenes de la brutalidad y la barbarie israelí se suceden en nuestros móviles y comparten espacio con los vídeos de gatitos. Nos hemos convertido en tristes pioneros, pues la tecnología y la cotidianeidad de este mal nos permiten interactuar a tiempo real tanto con las víctimas como con sus verdugos, entrevistar a los genocidas en plena faena, grabar a los niños que se mueren de hambre o son tiroteados e incluso acompañar a sus familiares en los velatorios.
Es por esto que lo que está sucediendo en Gaza –lo que están permitiendo que pase– nos sitúa en una nueva dimensión ética. Porque, al contrario que sus antecesores en eso de cometer genocidios –que trataban de esconder y tapar su crímenes–, Israel lo está consumando sin disimulo y con alardes, a la vista de todo el mundo y financiado además con nuestros impuestos. El genocidio del pueblo palestino se está perpetrando y retransmitiendo en directo con la complicidad de las democracias occidentales; y ni el rechazo social mayoritario, ni las manifestaciones masivas en apoyo al pueblo palestino, ni el boicot a los productos israelíes, ni las órdenes de detención internacionales o las advertencias de los relatores de la ONU sobre la dimensión de la tragedia han resultado útiles para pararle los pies a un Estado que se siente libre y legitimado para seguir cometiendo crímenes contra la humanidad en prime time. Una impunidad amparada por los gobiernos de las llamadas democracias occidentales y jaleada por quienes hace ochenta años hubieran aplaudido y colaborado con la shoah.
La estúpida ola reaccionaria con aires de malismo de opereta que ha hecho que nos parezca legítimo poder dar rienda suelta a nuestros peores instintos está siendo el combustible perfecto para seguir alimentando el motor asesino de Israel. La islamofobia y el racismo disfrazados de malestar milenarista han colonizado no solo una tierra, Palestina, sino también la voluntad de muchos de los gobiernos occidentales que se han rendido o claudicado ante la perversa lógica sionista asesina de Netanyahu. Pero ni la hipocresía moral y política exhibida en los últimos meses por los gobiernos occidentales, ni la persecución y la criminalización de la oposición al genocidio con falsas acusaciones de antisemitismo –acusación con una fuerte lacra moral en un mundo post Segunda Guerra Mundial– han conseguido acallar las voces a favor de la causa palestina y contra el genocidio.
La dimensión de los crímenes de Israel contra la población palestina ha provocado, a pesar de la propaganda sionista y del escudo de impunidad que le proporciona Occidente, una oleada de solidaridad hacia Palestina y su causa. Este despertar de la conciencia mundial ha generado además importantes debates públicos en los que se ha rescatado del olvido la historia reciente, poniendo así contra las cuerdas las narrativas sionistas de la creación y la legitimidad de un Estado, el de Israel, construido sobre los pilares de la limpieza étnica, el colonialismo, el apartheid, el nacionalismo, el integrismo religioso y las matanzas contra civiles palestinos.
A pesar de esto es más que evidente el divorcio entre la sociedad civil y los gobiernos con respecto al genocidio del pueblo palestino, profundizando así la desconfianza que gran parte de la población siente hacia las instituciones. Además, cada gesto arrancado a los gobiernos en defensa de las vidas palestinas es poco más que un pellizco de monja, inservible e inútil para parar las masacres y las violaciones humanitarias en Gaza. Sin embargo, es esta firme oposición de la sociedad civil mundial ante el genocidio del pueblo palestino la herramienta más poderosa que poseemos, pues es la palanca con la que obligar a nuestros gobiernos a tomar acciones contundentes y útiles para acabar con el genocidio, arrinconar la propaganda sionista y llevar a Israel, a sus gobernantes y a sus cómplices ante los tribunales internacionales.
Por eso, y a pesar de que nosotros no podremos decir nunca a nuestros hijos y nietos que no sabíamos lo que estaba pasando en Gaza, y de que el consuelo de habernos negado a ser cómplices de Israel se nos antoja ahora mismo algo vacío e inútil, tenemos la obligación de seguir alzando nuestra voz, porque si no fuera poderosa no se tomarían tantas molestias en intentar acallarla.
CTXT DdA, XXI/6.008
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