Del magnífico blog de Macrino Fernández Riera sobre la escritora librepensadora Rosario de Acuña (Madrid, 1850- Gijón, 1923), considerada ya en su época como una de las más avanzadas vanguardistas en el proceso español de igualdad social de la mujer y el hombre, y los derechos de los más débiles en general:
En el verano de 1909 España vivió uno de sus momentos más convulsos. El domingo
11 de julio de aquel año se publica un decreto en la Gaceta de Madrid por
el cual se autoriza al ministro de Guerra a «llamar a filas los soldados de la
Reserva activa que considere precisos para nutrir los cuerpos y unidades del
Ejército que estime necesarios». Días antes se había producido un ataque de las
cabilas de la zona a los obreros que trabajaban en la construcción del
ferrocarril que habría de unir el puerto de Melilla con las minas de Beni Bu
Ifrur, cuya concesión estaba en manos de la Compañía Española de Minas del Rif.
Se iniciaba así la denominada Guerra de Melilla.
A quien más preocupaba aquella movilización de los reservistas, decretada para
asegurar el control de la zona de influencia española en el norte de Marruecos
–y para proteger los intereses de algunas conocidos empresarios y/o políticos
que eran accionistas de la sociedad propietaria de las minas–, era a las clases
populares, pues eran sus integrantes los que tendrían que empuñar las armas.
Quienes tenían el dinero suficiente podrían eludir el llamamiento, bien porque
consiguieran que un sustituto a cambio de una cantidad ocupara su puesto, bien
porque pagara al erario público una cantidad (seis mil reales: una cantidad que
no estaba al alcance de la mayoría de la población) a cambio de la redención.
¡España masculina! ¡Hombres en cuyo cerebro se
enciende el rayo de la idea, en vano agitaréis su luminaria, si en la oscuridad
del hogar está resuelta la mujer a entenebrecer el porvenir! (Rosario de Acuña: «La mujer española» ⇑)
En las ciudades el descontento era mayor, pues al generado por esta leva
forzosa habría que añadir el producido por el aumento de la competencia que el
aumento del número de frailes y monjas suponía a la hora de encontrar un
trabajo. Y es que a los que llegaban procedentes de Francia (lo hacían como
consecuencia de la legislación laicista que se fue aprobando durante la Tercera
República; en especial tras la aprobación en 1905 de la Ley de Separación de la
Iglesia y el Estado), habría que añadir aquellos otros repatriados de Cuba y
Filipinas. Con su presencia se complicaba el acceso a puestos de trabajo
en escuelas, hospitales, asilos, reformatorios o prisiones.
La situación era aún peor en Barcelona, donde la conflictividad social se había
ido agravando en los últimos meses alimentada por la crisis algodonera que
desde el año anterior afectaba a su entorno rural más cercano. Será en la
capital catalana, puerto de embarque de los primeros reservista, donde a
finales de julio las tensiones obreras y anticlericales provoquen un estallido
de acontecimientos violentos que la historiografía ha dado en llamar Semana
Trágica.
A las decenas de muertos, centenares de heridos y edificios incendiados (muchos
de ellos religiosos), les sigue la inmediata represión que pone en marcha el
gobierno de Maura. Se clausuran los sindicatos, se cierran las escuelas laicas
y se detiene a miles de personas. Los consejos de guerra concluyen
con varios centenares de condenados a destierro o a cadena perpetua.
Cinco de los detenidos fueron sentenciados a pena de muerte, entre ellos el
pedagogo anarquista Francisco Ferrer Guardia, acusado de ser el máximo
responsable de los sucesos.
Tras la condena se sucedieron manifestaciones y protestas en las principales
capitales europeas, que se intensificaron tras la ejecución de Ferrer que tuvo
lugar el 13 de octubre. En España, cada vez son más los que se unen bajo el
lema «Maura, no».
Días antes, el 6 de octubre, los principales diarios habían publicado un
manifiesto de Benito Pérez Galdós, por entonces diputado por Madrid, en
el cual anima a sus compatriotas a abandonar la «resignación fatalista». Es
hora, dice, de poner «fin a las persecuciones inicuas, al enjuiciamiento
caprichoso, los destierros y vejámenes, con ultraje a la humanidad y desprecio
de los derechos más sagrados». Es preciso enderezar el rumbo de la situación:
«La desaforada aventura de la guerra del Rif y las enormidades de Barcelona
reclaman enmienda urgente». Y para ello es preciso «Que la nación hable, que la
nación actúe, que la nación se levante...»
Los liberales, los republicanos y los socialistas se movilizan en contra del
gobierno de Antonio Maura y acuerdan celebrar una manifestación el domingo día
24.
Rosario de Acuña Villanueva, que no puede permanecer ajena a cuanto está
pasando en su patria, decide salir a la arena pública y manifestar su opinión.
Lo había hecho en septiembre poniendo en escena La voz de la patria (⇑), cuadro
dramático que había estrenado en 1893 coincidiendo con la denominada Primera
Guerra del Rif, trasfondo de su argumento. «Su sentido patriótico se relaciona
con los momentos actuales, y eso, principalmente, fue lo que me impulso a
"hacerla" en Gijón», según cuenta ella misma en una entrevista.
Semanas después, el mismo día de la manifestación convocada por liberales,
republicanos y socialistas, El País publica una carta (⇑) suya dirigida a Galdós, en la
cual, aceptando la invitación de su manifiesto, se pone a su entera
disposición:
...y dígame dónde he de ponerme; si mi palabra escrita
vale para fustigar la cobardía de las masas, dígame dónde he de escribir. Allí
donde me mande sabré trabajar, sufrir y morir, como me lo ordena mi condición
de española y de racional.
Y el día de la manifestación... ¡ella no podía faltar! No está en Madrid, pero
sí en Gijón: ella es una de las miles de personas que asisten al mitin que se
celebra en la plaza de toros. En el acto intervinieron oradores anarquistas,
socialistas y republicanos y durante sus intervenciones se dieron «estruendosos
vivas a Ferrer y a la Escuela Moderna y se han formulado terribles anatemas
contra Maura y los jesuitas».
Al día siguiente, cuando la prensa se hace eco del clamor popular contra Maura,
Rosario de Acuña coge de nuevo la pluma para enfriar los ánimos de todos y
decir que aquello solo es un espejismo:
Todas las tempestades de aplausos que ayer resonaron
en las ciudades y pueblos de España, ya están hoy desmenuzadas, enlodadas,
corrompidas, por el mando de la Iglesia, que cuenta con las legiones femeninas,
salvo excepciones y que serán, al fin inmoladas, oscura o solemnemente, por los
odios de hiena del catolicismo
En su escrito, titulado «La mujer española» (⇑), afirma de manera clara y categórica
que «todo cuanto se haga será inútil, si no se descatoliza el femenino patrio».
¡Jamás, jamás se verá la patria libre de la lepra que
la ensucia y la ahoga, si no se extirpa esa semilla del alma femenina!
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