José Ignacio Fernández del Castro
«A veces, la vida se comporta como un viento: desordena y arrasa. Algo susurra pero no se le entiende. A su paso todo peligra; hasta lo que tiene raíces. Los edificios, por ejemplo. O las costumbres cotidianas. Cuando la vida se comporta de ese modo, se nos ensucian los ojos con los que vemos. Es decir, los verdaderos ojos. A nuestro lado, pasan papeles escritos con una letra que creemos reconocer. El cielo se mueve más rápido que las horas. Y lo peor es que nadie sabe si, alguna vez, regresara la calma.»
Liliana BODOC (Ciudad de Santa Fe, Argentina, 21 de Julio de 1958): Inicio del cuento que da título al libro
Amigos por el viento (2007).
La vida, aquí y ahora, es como un viento que desordena y arrasa... Desordena afanes y desregula mercados, arrasa esperanzas y barre cohesiones.
A veces a ese desorden queremos ponerle nombre (poner nombre a algo siempre tranquiliza, ¡que se lo digan a las asociaciones psicológicas y psiquiátricas y sus categorías diagnósticas!): que si Trump y su guerra arancelaria, que si la timocracia estadounidense como símbolo de la profunda crisis de las democracias liberales, que si Putin y sus afanes neozaristas invasores, que si China y la dependencia económica, que si la inmigración descontrolada y la pérdida de identidad (de todas las identidades), que si la proliferación de catástrofes “naturales” debidas al cambio climático, que si los límites de nuestra capacidad energética y los peligros de la progresiva dependencia de la electricidad (como acabamos de comprobar con una decena de horas de apagón peninsular; eso sí, sin los efectos tan prolongados y dramáticos premonitoriamente explorados por la excelente teleserie de Buendía Estudios para Movistar Plus+ Apagón, 2022, o la serie de Podium Podcast El gran apagón, 2016-2018)…
Sin duda estos vendavales, ante cuyo paso peligran las instituciones que creíamos más sólidas y los bienestares que considerábamos más irreversibles, indican muchas cosas, nos quieren decir mucho; pero, en la ceremonia de la confusión en la que viven nuestras sociedades, bajo el ascenso de la insignificancia que promocionan los medios de comunicación de masas, incluyendo el artero y masivo uso de fake news, casi nadie puede entenderlas con una mínima claridad... Así que, en tiempos de fragmento que niegan la posibilidad de miradas omnicomprensivas, tenemos que conformarnos con eso: nuestros oídos ensordecidos por tanto ruido mediático y nuestros ojos cegados por el polvo de tanta apariencia diseminada… La cosa no da para más.
Nos parece, acaso, percibir sonidos inconexos que nos remiten a representaciones sociales reconocibles, creemos ver imágenes fugaces que podrían encajar en cosmovisiones o imaginarios colectivos identificables... Pero las cosas evolucionan a mayor velocidad que nuestra capacidad de comprensión y, perdidos en la maraña de recortes de derechos (que nos dicen insostenibles a medio plazo) y unos “días hábiles” que ya sólo lo son para anunciar desastres y siniestro s, no acertamos a realizar prospección alguna del cuándo y el cómo regresará la calma (la cohesión y el bienestar mínimos, los afanes suficientes para posibilitar alguna esperanza)... Cuando creemos atisbar alguna respuesta, nos cambian todas las preguntas, y ya, en realidad, ni siquiera nos atrevemos a confiar en que regresará algún día.
Y esto es terrible, porque, como decía ya hace muchos siglos el “trepa” cordobés Lucio Anneo Séneca, “no hay viento favorable para el que no sabe dónde va”: Los amos del mundo, sus testaferros políticos y sus voceros mediáticos sí parecen saberlo, al menos en el corto plazo que atañe a sus propios bolsillos... Por eso el viento les favorece.
DdA, XXI/5.972
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