Mariano Schuster
Desde la década de 1970, el historiador Peter Burke ha abordado diversos aspectos de la historia cultural y del conocimiento. Sus últimos libros, dedicados a ignorancia y a polímatas y eruditos, amplían aún más el horizonte reflexivo de esos campos. En esta entrevista, conversa sobre su obra, comenta sus últimos trabajos, evoca distintas relaciones con colegas y repasa sus ideas sobre las diversas formas de hacer y pensar la historia.
Hay ocasiones en las que los historiadores actúan como detectives. Se calzan el traje de Sherlock Holmes y, a través de pistas y huellas, buscan resolver enigmas. Quien dice esto es Peter Burke, un reputado historiador que, desde hace décadas, no solo se destaca por sus trabajos asociados a la historia cultural, sino también por sus minuciosos análisis centrados en la historia del conocimiento… y de la ignorancia. En su reciente libro Ignorance: a global history [Ignorancia. Una historia global], Burke revela los distintos modos en los que los historiadores pueden abordar el estudio de la ignorancia y exhibe, de manera clara y precisa, la forma en la que nuevos conocimientos pueden revelar la ausencia/pérdida de otros. En la misma línea, asociada a la historia del saber, opera su libro El Polímata, en el que realiza un estudio detallado de aquellos hombres y mujeres que han deambulado por distintas disciplinas pretendiendo un conocimiento abarcativo y no ceñido a un campo específico. Trazando una genealogía que va desde Leonardo Da Vinci hasta Susan Sontag, Peter Burke se adentra en el estudio de los polímatas, a la vez que analiza su declive, que asocia a la especialización académica y a la creciente división de los campos del saber.
Reconocido como uno de los grandes renovadores de la historia cultural, Burke, nacido en Londres en 1937, realizó estudios en historia en el St John’s College Oxford y fue uno de los primeros profesores jóvenes en ser nombrado en la Universidad de Sussex, donde dictó clases entre 1962 y 1979, año en el que se trasladó a la Universidad de Cambridge, donde se convirtió en profesor de Historia Cultural. Profesor emérito de la misma casa de estudios desde 2004, Peter Burke es, además, miembro vitalicio del Emmanuel College. Es miembro de la Academia Británica y de la Academia Europea de las Ciencias y las Artes.
En su dilatada trayectoria historiográfica, Burke ha publicado más de 30 libros, que han sido traducidos a 33 idiomas. Entre ellos se destacan El renacimiento italiano. Cultura y sociedad en Italia (1972), Venecia y Amsterdam. Estudio sobre las elites del siglo XVII (1974), La cultura popular en la Europa moderna (1978), La fabricación de Luis XIV (1992), Historia y teoría social (1992), Hablar y callar (1996), Formas de historia cultural (1997), Visto y no visto. El uso de la imagen como documento histórico (2001), Historia social del conocimiento. De Gutenberg a Diderot (2002), ¿Qué es la historia cultural? (2004), Lenguas y comunidades en la Europa moderna (2004), La traducción cultural en la Europa moderna (2010), ¿Qué es la historia del conocimiento? (2017), El Polímata (2018) e Ignorance: a global history (2023).
En esta entrevista, Burke dialoga con Nueva Sociedad sobre sus últimos trabajos, repasa parte de su carrera como historiador, evoca sus relaciones con colegas de diversas disciplinas y plantea claves precisas para comprender el futuro de la historia cultural.
Profesor Burke, usted es muy reconocido no solo por haber desarrollado una serie de análisis sobre la relación entre la historia y la teoría social, sino también por sus estudios sobre el conocimiento y la cultura. Hace pocos meses, sin embargo, publicó un libro sobre lo que usted mismo ha denominado como «la cara opuesta y complementaria» de ese campo intelectual: me refiero a su trabajo sobre la historia de la ignorancia (Ignorance: a global history). Se trata de un campo —el de la historia de la ignorancia— que, pese a que parece tener poco desarrollo, encuentra algunos antecedentes que usted cifra en Bosquejo de un cuadro histórico de los progresos del espíritu humano, la obra del Marqués de Condorcet publicada en 1794, y en el libro de David Nasmith Makers of Modern Thought publicado en 1892. ¿Cuáles fueron las razones que supusieron un declive de los estudios sobre la ignorancia y cuáles son los motivos por los que hoy deberían importarnos e interesarnos? ¿Qué estudios y producciones intelectuales están motivando hoy la expansión de ese campo de estudio?
Efectivamente, en los siglos XVIII y XIX, los debates sobre el declive de la ignorancia estaban a la orden del día, ya que formaban parte de la «gran narrativa» del progreso humano. Esto se verifica, por ejemplo, en la obra de Condorcet que usted menciona. Por supuesto, a diferencia de Condorcet y de otros pensadores de la ilustración, los historiadores —y muchas otras personas— ya no vemos el conocimiento y la ignorancia en una relación directa con esa narrativa del progreso. Desde la década de 1950, hemos dejado de creer en la idea de un progreso general e indefinido de la humanidad y hemos sustituido esa fe por la creencia en una situación de pérdidas y ganancias particulares. En definitiva, hoy hablamos de progresos, con minúscula, en lugar de Progreso con mayúscula.
Lo que resulta relativamente novedoso en el siglo XXI es la elección de la ignorancia (o mejor, de las ignorancias específicas) como campo de estudio por parte de sociólogos, antropólogos, filósofos y, más recientemente, historiadores. Por cierto, debo decirle que el hecho de que los historiadores hayamos sido los últimos en integrarnos en este campo de estudios puede resultar extraño, sobre todo teniendo en cuenta que en los siglos XVIII y XIX la derrota de la ignorancia constituía un aspecto central en los libros de historia que abonaban a la idea de progreso. Por ejemplo, en la obra de Condorcet se ponía un particular acento en el papel de los medios escritos en el triunfo sobre la ignorancia. Aun así, como muchos otros intelectuales de la Ilustración, el eje y el énfasis de Condorcet estaba tan puesto en el progreso y, por consiguiente, en el avance del conocimiento, que dijo poco sobre la pérdida del mismo. En su obra no había nada que reflejase la pérdida de aquellos conocimientos que difundían de manera oral y que no tenían registro escrito. Aunque, claro, esto era bastante lógico, sobre todo si tenemos en cuenta que, en el marco de la Ilustración, la cultura oral no era tomada en serio.
Por cierto, la razón fundamental por la que creo que este campo de estudios es importante se vincula con algo muy concreto: el hecho de que los seres humanos precisamos saber lo que no sabemos para evitar desastres individuales y colectivos (algunos de los cuales describo en mi libro). En este sentido, que los historiadores se reintroduzcan en la investigación y el análisis de la ignorancia —aunque ya sin los criterios triunfalistas que imperaban en la época de Condorcet— es verdaderamente auspicioso. Esa reintroducción es visible, por ejemplo, en la publicación de Terra Incognita: Une histoire de l’ignorance1, el reciente trabajo de Alain Corbin, el reconocido historiador francés que ha indagado en la historia del olfato2 y la historia del silencio3, en el que se aborda la cuestión de la ignorancia de la geografía en la Francia de los siglos XVIII y XIX. La publicación de este libro, al igual que el del Routledge International Handbook of Ignorance Studies, evidencia un campo más establecido y en el que los historiadores tienen una mayor presencia que en el pasado reciente.
La entrevista sigue en Conversación sobre la Historia
DdA, XIX/5.410
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